sábado, 9 de enero de 2021

#ProsaEspontánea #relato #terror #drama

Un remitente siniestro

@lixysol

Con una taza de café en las manos, salió al balcón para revisar el motivo por el que el perro ladraba con tanta insistencia. Una paloma pinta, seria y ecuánime, estaba posada sobre el barandal. A Clara le llamó la atención el pergamino que llevaba en una de las patitas. Dejó el café, calmó al perro y se acercó a la paloma con mucho sigilo. El ave se dejó quitar el papelito y se anidó en un rincón, entre los macetones. 

Clara desenrolló el mensaje amarillento. Con letra de molde, elegante y precisa, estaba escrito: "Sauces #26-B. 7:30. Entrada por panadería".

Sonó el timbre un par de veces. Clara guardó el papel y abrió la puerta. Sonriente, apareció Rita, su amiga de toda la vida.

—Buenos días, hermosa. Aquí tienes tu vestido. Quedó genial. Anda, pruébatelo.

Casi por inercia, Clara se probó el vestido enlentejuelado. Por un momento había olvidado que esa noche era la inauguración de su exposición fotográfica.

—Es mi mejor creación. Te quedó divino —dijo Rita—. ¿Ocurre algo, querida? Estás en otro mundo.

—No, nada...solo estoy un poco nerviosa por la expo.

—Todo saldrá perfecto, incluyendo lo de Daniel. Apuesto un riñón a que hoy hacen las paces. Hacen tan bonita pareja...su destino es estar juntos.

Clara sintió un vuelco en el estómago. Se quitó el vestido. 

—Oye Rita...Tengo una cita con un galerista muy importante hoy a las 7:30. La exposición se inaugura a las 7, por lo que saldré corriendo a mi reunión. ¿Podrías entretener a Daniel en lo que regreso? Háblale de cine y no habrá problema. Juro que no tardaré más de una hora.

Rita asintió con la cabeza. Entre amigas, habían acordado nunca hacer preguntas al pedirse favores.

Esa noche, justo después de cortar el listón inaugural, Clara se dirigió hacia la calle de Sauces. Al llegar al número 26, se encontró con un salón de belleza. Preguntó a la dueña, una señora mayor, si en aquel sitio habría alguna panadería.

—La hubo —dijo, sin dejar de observar a Clara— pero de eso hace muchos años. Ya existía desde que vivía mi abuela, imagínate. Me encantaban los panes de avena. Luego la cerraron. Hace unos años, les compré el local, y aquí estoy. Pero tú eres joven...¿cómo puedes saber lo de la panadería?

—Mi abuela me contó lo de esos panes de avena, precisamente, y quise venir a buscarlos—dijo Clara, intentando parecer natural—. Perdón, no le molesto más... ¿hay salida a la calle de atrás? Es que ahí dejé el coche.

—Claro, pasa. Ahí está la puerta trasera. Atraviesa el portal de los apartamentos y sal por la reja. 

Clara siguió las instrucciones. Justo antes de la reja, halló el directorio del edificio. En el 26-B figuraba un apellido deslavado, "Torelli".

Miró el reloj del recibidor. Eran 7 y 25. Unas personas salieron del ascensor. Clara aprovechó para entrar y pulsó el botón del segundo piso. El corazón le latía como un tambor de guerra.

Un pasillo largo, estrecho y alfombrado la intimidó. Suspiró hondo y caminó hacia el B. Iba a tocar el timbre, pero la puerta se abrió antes. 

—Pasa —una voz masculina se escuchó desde adentro.

Clara sabía que no podía echarse atrás o, más bien, no quería. Entró al apartamento y cerró la puerta. Se quedó estupefacta. El sitio estaba decorado en art déco. Un fonógrafo tocaba un foxtrot. Sobre las paredes había fotografías en sepia. En el perchero del corredor colgaban abrigos de lana y a cuadros, sombreros de ala y dos bastones de Carey. Un hombre muy alto, vestido con una bata de descanso sobre traje gris, alimentaba a un par de canarios que revoloteaban dentro de una gran jaula blanca de pedestal.

Clara siguió avanzando para llegar al salón. El espejo del pasillo le devolvió una imagen que la dejó sin aliento. Estaba vestida con un traje sastre blanco, muy elegante, mascada sobre la cabeza y collar de perlas.

—Te ves preciosa, Eva —dijo el hombre frente a ella, con semblante amable y pipa humeante entre los labios—. Ven, te serviré una copa.

Clara se sentó en el sofá. Aceptó el vaso de whisky y le dio un buen sorbo. 

—Mientras mi mujer no sospeche lo de la paloma, la seguiré utilizando —advirtió el hombre, sentándose al lado—. Tampoco espero que se entere pronto de este apartamento. Lo alquilé por unos meses, después ya veremos.

—¿Siempre estaremos huyendo? —preguntó Clara, para entrar en el juego—. ¿Palomas y rentas provisionales?

El hombre se mostró incómodo. Bebió el whisky.

—Sabes que no puedo dejarla. Por mi culpa está en esa maldita silla de ruedas. 

—Un accidente...

—Ese camión nos embistió pero yo iba al volante...¡Yo! ¡Eduardo Torelli, el famoso tenor! Ya hace dos años de aquello y me persigue como si hubiera sido ayer. Por fortuna mi agente nunca reveló a la prensa que yo iba conduciendo...¡Pero al ver a Nadia todos los días, el pasado me atormenta!

—Tranquilo. No he venido a discutir. 

El cantante encendió su pipa. Salió al balcón. Se veía más sereno.

—Debo irme —dijo Clara.

—¿No dijiste que tu marido vuelve hasta el lunes?

—Es verdad, pero estoy un poco cansada. Quiero irme a casa. Disculpa...

Eduardo la interceptó en el pasillo. Le tomó el rostro con delicadeza. La miró a los ojos casi con súplica.

—¿Me amas?

Clara se perdió un instante en aquellos ojos tan azules como el mar. 

—Lo sabes.

Eduardo la besó. Clara correspondió sin muchas dudas. Hacía tiempo que nadie la besaba en esa forma. Se apartó lentamente y se despidió. Al salir del edificio, miró hacia la ventana del segundo piso. Las cortinas estaban cerradas y no se veía luz. Siguió hasta el coche y volvió a la galería. Daniel ya estaba impaciente. Ella explicó lo del pretexto y ambos fueron a casa.

—No has dicho palabra en el camino, Clara —advirtió Daniel—. ¿Todo bien? 

—Todo perfecto, es sólo que ha sido un día agotador. Si no te importa, me voy a dormir...

Clara no esperó respuesta. Se metió directo en la cama y apagó la luz. 

La paloma volvió con mensajes todos los jueves. Tras unos meses de aquellas extrañas citas románticas, planeó huir con Eduardo luego de que él defraudara a su mujer todo el dinero de la familia. 

Aquel jueves, Clara tenía dispuesto el equipaje en el coche, papeles, pasaporte, todo. Lo único que debía esperar era el punto de reunión. Sin embargo, la paloma nunca llegó. Pasó toda la mañana en el balcón a pesar del frío otoñal. Daniel llegó a la hora de la comida y la observó de pie, fumando un cigarrillo, en medio del aire helado.

—¿Sabías que hay palomas mensajeras más rápidas que otras?

Clara sintió escalofríos. Dio una gran bocanada de humo, sin voltear.

—Pues eso ha pasado hoy. Tu correo ha llegado al amanecer, justo cuando salí al balcón para sacar al perro. Mi deber ciudadano era haberte despertado y entregarte la misiva, pero, como comprenderás, mi deber marital me lo impidió. De haberlo hecho, ahora estarías abordando un tren hacia quién sabe dónde con tu amante. Pero mira, no soy tan malo. Te leo el mensaje: "Andén 18. 12:45. Salimos de Sauces #26. Te veo 10:30".

Clara apagó la colilla del cigarro. Sin decir nada, intentó entrar al apartamento, pero Daniel la tomó de los hombros.

—Aún llegas. Te llevo.

La pareja subió al coche y fueron al lugar. La dueña del salón de belleza se extrañó en ver a Clara otra vez. 

—Querida, gusto en saludarte de nuevo. ¿Has venido a cortarte el cabello? 

—Hemos venido al 26-B —contestó Daniel en forma cortante y sin permitir hablar a Clara—. ¿Por dónde subimos?

La estilista se quedó extrañada. 

—¿Al B? ¿Es una broma? Ese apartamento ha estado vacío por décadas, desde aquello terrible...

—¿Terrible? ¿Qué ha pasado con Eduardo? —inquirió Clara, angustiada.

—¿Sabe quién vivía ahí? Eduardo Torelli, el famoso cantante de ópera de los años veinte. Tenía un romance con una mujer casada y el marido celoso lo asesinó. Dicen que lo empujó desde el balcón. Mi abuela era muy joven en aquel entonces, y le tocó ver a la policía, y...

Clara se sintió desvanecer, pero Daniel la tomó del brazo y subieron al segundo piso. La puerta del 26-B estaba entreabierta.

Los años veinte llegaron de nuevo. El vestuario, la atmósfera, el fonógrafo. Eduardo servía dos copas de vino. Daniel se le echó encima como un perro rabioso. Comenzaron a pelear hasta salir al balcón, donde Daniel acorraló al cantante contra el barandal. Clara intentaba separarles, pero era imposible. Pensó en buscar ayuda, así que salió del apartamento y bajó al salón de belleza. La dueña la acompañó de regreso para intentar hacer fuerza con los demás vecinos. 

El destino jugó entonces su última carta. Cuando las dos mujeres estuvieron frente al 26-B, la puerta estaba cerrada. Ningún ruido venía del interior. El vecino de enfrente les ayudó a abrir la puerta con varios empujones. Clara esperaba encontrar la peor escena, sin embargo, el apartamento lucía abandonado. No había espejo, ni fonógrafo, ni canarios. Todo estaba derruido por la humedad. Las alfombras carcomidas y las fotografías mohosas. En el balcón no había más que plantas secas. 

La estilista abrazó a Clara para calmarla. Decía cosas sin sentido sobre un tren y palomas mensajeras. Nadie supo nunca lo que en realidad había vivido. Tal vez, ni siquiera ella misma.

FIN