martes, 7 de mayo de 2019

#relato #terror #LesTodes #RetoBurdick

La silla maldita

Los marqueses LeBlanc habían intentado concebir un heredero durante dos años sin lograrlo. Desesperados, acudieron con una hechicera que vivía en lo más alejado de la montaña. El elegante carruaje dorado avanzó sobre las intrincadas veredas bajo la pálida luz de la luna. El camino terminó abruptamente. El lacayo detuvo el coche e inspeccionó el terreno. Una figura oscura y lánguida apareció entre la maleza. No se le veía el rostro bajo la capucha negra que portaba.

—Dile a tus señores que me sigan. No tenemos mucho tiempo —indicó con su voz tipluda, y adelantó el camino.

Los marqueses entraron a la casucha de piedra y palma. El interior estaba medio iluminado con algunos velones de cera. Sin preámbulos, la mujer entregó a la marquesa una botella que contenía un líquido azul.

—La luna se verá roja a la medianoche —advirtió—. Deberás beber está pócima y seguir intentando concebir por seis días. Al séptimo, tu vientre se quedará preñado.
—Muchos de mis conocidos han venido a verte —dijo el marqués, entregando a la vieja una bolsita de cuero con monedas de oro—. Si lo que prometes es cierto, te doblaré la paga.
—Cuando tengas a tu séptimo hijo, nos volveremos a ver, y aceptaré tu oferta.

Los marqueses dieron media vuelta para irse. 

—Una cosa más — rumió la bruja—. Por cada hijo que tengan, deberán construir una silla labrada. 

Aquella petición extrañó a la pareja, pero no hicieron más preguntas. Acataron los deseos de la hechicera al pie de la letra.

Fue así que la marquesa quedó embarazada al séptimo día luego del eclipse. Un niño bello nació meses después entre la algarabía del pueblo. El marqués cumplió su promesa y mandó construir una fina silla de caoba, la cual fue colocada en el salón de recepciones.

Sin embargo, una nube de tragedia se posó sobre el palacio. El primogénito murió sin explicación médica a los siete días de nacido. El dolor de la marquesa se convirtió en dicha cuando quedó encinta por segunda vez, pero la historia se repitió. El pequeño falleció al séptimo día, y su silla colocada en el salón. 

La vorágine de muertes no se detuvo. Otros cuatro hijos más sufrieron la misma suerte. Seis sillas de caoba vacías adornaban la escalinata de los herederos invisibles. 

Cuando el séptimo hijo vino al mundo, los marqueses estaban temerosos de perderlo como a los demás pero, para su beneplácito, nada ocurrió al séptimo día de vida, ni al octavo ni al noveno. El niño parecía sano y feliz. La noche en que el marqués colocó la silla en el salón, regresó a ver a la bruja con la segunda bolsa de oro entre las manos.

—Un trato es un trato, y lo has cumplido bien — dijo la mujer en tono burlón—. Seis almas puras me has regalado a cambio de una...y dos bolsas de oro. No está mal. Ahora viviré seis siglos más. 

Una carcajada siniestra inundó la cabaña. El marqués emprendió la retirada con un sentimiento extraño de traición dentro del cuerpo. 

—Por cierto —advirtió la bruja—. No se te ocurra deshacerte de las sillas vacías, o te quitaré a tu único hijo. En esas sillas viven las almas de aquellos niños que perdiste, y que me dan fuerza y vida. No los ves, pero ahí están. Disculpa los inconvenientes.

El marqués abordó su carruaje y volvió al palacio, mientras por su rostro corrían seis lágrimas amargas y tristes.