tag:blogger.com,1999:blog-60827515161771036802024-02-29T21:41:03.979-08:00El gato en el libreroBlog para los amantes de las letras.
@lixysolhttp://www.blogger.com/profile/10670984092904743549noreply@blogger.comBlogger64125tag:blogger.com,1999:blog-6082751516177103680.post-24951121238449765332023-01-24T20:46:00.000-08:002023-01-24T20:46:04.287-08:00#ProsaEspontánea #relato #misterio<p style="text-align: justify;"><span style="color: red; font-size: x-large;"><b>El fuego y el espejo</b></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="color: red;"><b>Por: Liz Solórzano</b></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Sus expectativas se diluyeron como sal en agua cuando estuvo frente a aquellos espantosos cuadros al óleo. Eso se dijo a sí mismo. Sí. Espantosos y deprimentes. Cuerpos desmembrados, almas sobre el fuego, ríos de huesos. El representante del artista era su amigo desde la universidad, solo por eso había asistido a la galería. Bueno, por eso y por el vino que circulaba sin cesar. Al menos podemos ignorar a qué hemos venido, pensó, soltando una carcajada irónica hacia sus adentros.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - ¡Alejandro! -su amigo le sorprendió con un <i>refill</i> de oporto-. ¿Qué te parece? ¿Te animas a comprarnos algo para tu casa?</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - No esta vez, Gerardo. Me temo que me he bebido hasta el buen gusto. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Por eso me agrada invitarte a mis inauguraciones. Un arquitecto sin pelos en la lengua... ¡Salud!</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> Gerardo se alejó sonriendo entre la gente. Las luces blancas de exhibición dieron lugar a un juego de seguidores y destellos rojos, violetas, azules. De un momento a otro, la galería era un antro de música techno, beats interminables y estrobos flasheando la improvisada pista central. Alejando sintió un pánico inmediato, pero manejable. Caminó hacia una esquina, donde aquella aurora boreal multicolor era más tenue. Respiró hondo varias veces, repitiendo el mantra que le ayudaba a sobrellevar la ansiedad. Colores. Casi suelta una risa. Huía de los colores de aquella discoteca y su refugio era recitar la carta de colores de pintura vinílica para interiores. Marfil. Maíz. Palo de rosa. Turquesa claro. Blanco mate. Azul cielo. Amarillo amanecer. Al llegar al color número cincuenta por lo menos, su respiración se normalizó. Bebió el sorbo sobrante de su copa. El siguiente paso era salir de allí y olvidarlo todo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> Serpenteó con habilidad entre la fauna -así le llamaba a las multitudes- que ya no distinguía personalidades. Todos estaban ebrios, todos iban vestidos como salidos de una película punk de los noventa. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> La travesía terminó al llegar al guardarropa. El mostrador se sintió como una tabla de salvación para aquel náufrago citadino. Buscó el recibo para pedir su abrigo. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Toma -una voz cálida y presta le acarició sus agobiados oídos-. Se te había caído al suelo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> El reflejo de los estrobos le permitió apreciar a medias un rostro lánguido e inexpresivo. Tomó el recibo agradeciendo con la cabeza y se lo dio de inmediato a la chica del mostrador. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Su taxi espera, señorita Baumann -dijo la empleada-. Su abrigo. Que tenga buena noche...Y el suyo, señor. Buenas noches.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> Alejandro se puso el abrigo mientras caminaba a la salida, justo detrás de aquella estoica mujer. El frío era intenso. La calle estaba desierta. El reloj de la plaza cercana sonó las dos de la mañana. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - ¿Tiene auto? -preguntó la mujer, sin sonreír.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Lo he dejado en casa. Vivo cerca. Caminaré.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Bajo tres grados, no creo -la mujer se subió al taxi y dejó la puerta abierta.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> Alejandro caviló unos segundos y decidió entrar.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - ¿Su dirección? -cuestionó ella sin apartar la mirada de la ventanilla.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Tres cuadras recto y luego derecha. Edificio antiguo con portón rojo. Muchas gra...</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Me encantan las puertas rojas. Siempre guardan algo inesperado.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> Ella, al fin, volteó el rostro y le miró de frente. En la oscuridad del coche, Alejandro apreció aquellos grandes ojos oscuros, profundos, arrogantes. El rostro de facciones rectas y tono marmóleo le evocó las esculturas de Canova. Era una mujer que destilaba una especie de tristeza elegante, melancólica y sofisticada.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Llegamos -anunció el chofer, dirigiéndose a la mujer-. ¿Me indica la siguiente ubicación?</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Vivo cerca. Caminaré.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Bajo tres grados, no creo -se adelantó a decir Alejandro, al tiempo que pagaba el viaje.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> Ambos bajaron del auto. Alejandro abrió el portón. Ella no le siguió.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Le ofrezco más oporto y un bocadillo, si no tiene prisa y entra antes de que se congele allí afuera -dijo él esbozando una leve sonrisa, aún sin saber por qué.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> Ella cerró el portón tras de sí y siguió a Alejandro escaleras arriba por dos niveles. Sus tacones resonaron en aquel caracol de ébano tallado y losetas italianas. Él abrió la puerta del apartamento y dio el paso a la mujer. Un perfume especiado se quedó en el recibidor. Ella se quitó el abrigo y lo colgó del perchero. Miraba a su alrededor con cierta fascinación, aunque se empeñaba en ocultarlo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> Alejandro también colgó el abrigo, encendió la chimenea. Ella se sentó en el sofá, casi ensimismada.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - ¿Se encuentra bien? -preguntó él, mientras atizaba el fuego.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Viví aquí hace mucho tiempo -contestó ella, casi murmurando.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Aquí, ¿dónde?... ¿en este barrio?</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - En este edificio.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> Alejandro se giró extrañado. Un escalofrío le recorrió el cuerpo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - No lo tome a mal, pero nunca la había visto, y vivo aquí desde que reabrieron después de la restauración. Este edificio estuvo inhabitado por más de cuarenta años. Lo sé porque yo dirigí esa restauración. Creo que está confundida.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - ¿Quién poseía esta propiedad antes de todo eso? -preguntó ella, con la mirada clavada en el fuego.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> Alejandro sirvió dos copas de vino y ofreció una a la mujer.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Andrés Baumann, un empresario farmacéutico. De hecho, en los planos originales, se marcaba una botica justo en la esquina del edificio. Se decía que Baumann preparaba pócimas y ungüentos con fórmulas dictadas por el demonio. Bueno, imagínese, algunos vecinos aún cuentan que la familia estaba maldita, que era una estirpe de vampiros, y no sé qué. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> Alejandro rellenó las copas. Apenas atinó a no derramarlo. Se sentía muy ebrio. Nunca se enteró en qué momento se quedó dormido en el sillón. En la mañana, el dolor de cabeza se encargó de traerlo a la realidad. Con cierta pesadez, preparó café. Mientras se reanimaba, le vino a la mente la imagen de la mujer misteriosa. Pensó en volver a la galería y pedir su teléfono en el guardarropa. Cuando se acercó a la mesita del salón para recoger las copas, el corazón le dio un vuelco. Solo había una. Bueno, reflexionó, tal vez ella había lavado la otra antes de irse. Siguió con el plan y volvió a la galería.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> La empleada del guardarropa no encontró ningún dato de la mujer en el cuaderno de registro. Tampoco se había pedido un taxi a su nombre. Alejandro comenzaba a sentirse inquieto. Fue a la oficina de Gerardo para pedirle que le mostrara las fotografías del evento, o, mejor aún, los videos.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - ¿No le pediste su teléfono? -preguntó extrañado Gerardo-. Vaya, pues. Buscas una aguja en un pajar, amigo. Ella pudo haber venido con cualquier invitado. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Lo tengo -murmuró Alejandro-. Baumann. Así le nombró la del guardarropa. Señorita Baumann.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> La empleada volvió a buscar en el registro. Ningún taxi para alguien con ese apellido. Alejandro regresó a casa. Tenía todos los archivos sobre la historia del edificio. Alguna conexión habría con los antiguos dueños. Después, el internet hizo su magia. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - María Baumann, hija de Andrés Baumann...tendrá que ser la bisnieta.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> </span><span> </span><span> </span><span> Alejandro volvió a casa ensimismado. Encendió un cigarrillo y lo fumó mientras sacaba las llaves del bolsillo. Menuda sorpresa se llevó al ver a la mujer misteriosa parada frente a su puerta. Comenzaba a llover. La farola de la calle reflejaba aquel rostro pálido e inexpresivo.</span><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span><span> </span><span> </span><span> </span><span> - No te pedí tu teléfono, así que decidí esperar aquí -dijo ella, casi esbozando una muy sutil sonrisa.</span><br /></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span><span><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span><span> - Bajo la lluvia, no lo creo -Alejandro sonrió al abrir el portón.</span></span></span></span></p><p style="text-align: justify;"> <span style="font-size: medium;">Ambos subieron al apartamento sin decir palabra. Una extraña tensión se sentía en el aire. Apenas entraron, ella tuvo la iniciativa de encender la chimenea. Se quitó el abrigo. Usaba un vestido negro, sencillo y elegante. El cabello le chorreaba por la espalda. Alejandro le ofreció una toalla. Ella deshizo la coleta que llevaba, dejando caer una espesa melena roja. Se quedó mirando el fuego, pensativa. Sus ojos se rasaron de lágrimas.</span><br /></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Siento haberme ido sin avisar la otra noche -dijo en voz baja-. No tengo habilidades sociales, esa es la verdad.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - No eres la única, ni te preocupes- aseveró él, al tiempo de preparar la cafetera-. Ya no recuerdo la última vez que me visitó una chica. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Te entiendo -murmuró ella, sin dejar de mirar el fuego-. Por cierto, soy María. Pero creo que eso ya lo sabías, ¿cierto?</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span><span> - Yo....</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span><span>- No creas que pienso que eres un loco o algo así, descuida -ella dejó la toalla mojada en el perchero y se arrellanó en el sofá. Alejandro le dio una taza de café-. La chica del guardarropa, la cual no era la misma de aquella noche y, por tanto, no me conocía, me comentó que preguntaste por mí. Chismes entre empleadas, creo -sonrió levemente-.Voy muy seguido a esa galería, ¿sabes? Me dedico a vender vino para las exposiciones. </span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span><span> - Era muy bueno el oporto, eso y nada más, porque los cuadros....</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span><span> María echó una carcajada. Ella misma pareció extrañarse de esa reacción. </span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span><span> - Deberías sonreír a menudo. Te ves preciosa así -dijo Alejandro, sin pensar.</span> </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> </span><span> </span><span> </span><span>- Seguro te sabes la historia de mi familia y este edificio, ¿no? -ella cambió radicalmente el tema sin mostrar enojo o incomodidad. Su semblante era tranquilo y relajado. Se quitó los tacones.</span><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span><span> </span><span> </span><span> </span><span> <span>- No pensarás que me creo esas historias de ultratumba -bromeó él, un tanto cohibido-. ¿Recetas dictadas por el demonio? ¿En serio crees que tu bisabuelo...?</span></span><br /></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span><span><span><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span><span> - No era mi bisabuelo -afirmó ella, incorporándose en el sillón-. Era mi padre.</span><br /></span></span></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span><span><span><span><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span><span>Alejandro dejó la taza sobre la mesa. Se sentó en el otro sofá. Las rodillas le habían tambaleado. Intentó disimularlo. </span><br /></span></span></span></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span><span><span><span><span><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span><span> - Pensarás que estoy completamente loca, lo sé -afirmó María, colocándose los tacones-. Si no fuera necesario, no te estaría contando esto.</span><br /></span></span></span></span></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span><span><span><span><span><span><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span><span> Alejandro continuaba en silencio.</span><br /></span></span></span></span></span></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span><span><span><span><span><span><span><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span><span> - La leyenda de la maldición es cierta. Mi padre hizo un pacto con el demonio. Aquellas recetas y remedios eran infalibles. La gente mejoraba de un momento a otro. A cambio de esa fama, el demonio tenía en prenda el alma de mi padre. Pero un día, se hartó de servir al diablo y le exigió vida eterna. El demonio aceptó, pero no como mi padre esperaba. Lanzó un maleficio sobre nuestra familia, condenándonos a vivir como no-muertos por toda la eternidad.</span><br /></span></span></span></span></span></span></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span><span><span><span><span><span><span><span><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span><span> - ¿Me estás tratando de decir que eres...?</span><br /></span></span></span></span></span></span></span></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span><span>- Sí. Aunque no como nos imaginas, bebiendo sangre para sobrevivir. Eso es una opción, dicen algunos; o una moda extravagante después del libro de Stoker, dicen otros. La realidad es que vivimos como cualquier persona. Fumamos, bebemos, lloramos...pero nunca morimos.</span><br /></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span><span> - Vampiros...debo reconocer que eres muy imaginativa, pero no es una buena técnica de ligue.</span><br /></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span><span> - He pasado por esto tantas veces, que no me sorprende- dijo ella sin molestia. Se puso el abrigo y caminó hacia la puerta-. El fuego tiene tus respuestas.</span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span><span>María no dio tiempo a nada. Salió del apartamento. Alejandro salió a buscarla, pero no halló a nadie en los pasillos, ni en la escalera, incluso en el portal. Sin embargo, el perfume de su cabello rojo se había quedado en el aire.</span><br /></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span><span> Alejandro pasó la noche frente a la chimenea, casi hipnotizado ante los maderos crujientes y las brasas encendidas. En el umbral de la madrugada, el fuego se apagó. Al intentar remover las cenizas, el arquitecto alcanzó a ver un ladrillo mal colocado. Usando el atizador como palanca, lo sacó de su sitio. Una cajita plateada y antigua brilló entre el hollín. </span><br /></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span> </span><span> </span><span> </span><span> Alejandro abrió la caja, y halló un viejo pergamino. Aquel texto de caligrafía elegante le heló la piel.</span><br /></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span> <i>"Mi alma está empeñada con el peor comerciante de la historia, el más ventajoso y vil. De eso ya no queda arrepentirse, puesto que mis glorias he disfrutado, mi fortuna y hacienda quedarán como herencia de mi amada hija María. Mi único temor es que, siendo mayor, se entere de su cruel condición. Notará que, en algún punto de su vida, ya no envejecerá. Verá morir a sus seres queridos, incluyendo a sus amores...</i><br /></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><i><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span><span> "Es en este momento en que, luego de muchos años, me atrevo a pronunciar el nombre de Dios, suplicando que aparte a mi hija de su desventura, pero es demasiado tarde, condenados estamos todos los miembros y descendientes de esta familia.</span><br /></i></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><i><span><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span><span> "El pueblo, ese que un día me tuvo por el mejor farmacéutico y salvador de sus vidas, hoy rodean mi casa, gritan obscenidades, traen antorchas...¡Vampiros!...eso vociferan una y otra vez...mi fiel sirviente Andrés se ha llevado a María. Él y su mujer la cuidarán mientras vivan y ella crezca lo suficiente para abrirse paso en su eternidad. Yo, aquí, en la soledad de mi laboratorio, espero mi destino, pero una última carta le he jugado al diablo. Mi último deseo antes de que reclamara mi alma, fue cambiar de apariencia y borrar mi memoria. ¿Para qué? Para que María, en este mar de tiempo en el que navegará, nunca me reconozca y, claro, para que esos energúmenos que a punto están de tirar la puerta, tampoco lo hagan. En cuanto entren aquí, esperando hallar al farmacéutico maldito, hallarán a un paciente que se ha quedado sin su medicamento, y que les convencerá de que el hombre al que buscan, ha huido por el bosque. La turba le creerá, viendo en mí a un tipo joven, y el nombre de Baumann no será pronunciado jamás. Mi cabeza me estalla...los recuerdos se van...solo guardaré este mensaje en la vivienda de Andrés y me iré lejos, a donde ni siquiera yo pueda reconocerme".</span><br /></span></i></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span style="font-style: italic;"> </span><span style="font-style: italic;"> </span><i> </i>Alejandro se quedó inquieto. Fue al cuarto de baño y se mojó el rostro, intentando olvidar lo que había leído. De pronto, en el espejo, una imagen ajena lo sobresaltó. Era él mismo pero con treinta años más, ataviado con un traje antiguo y una bata blanca. En el bolsillo del pañuelo se leía con letras bordadas: <i>"Baumann"</i>.<br /></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span> </span><span> </span><span> </span><span> Alejandro volvió a mojarse la cara. Al incorporarse, el viejo seguía ahí, pero, a su lado, la figura de María, vestida con un atuendo también antiguo, le miró de frente.</span><br /></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span> </span><span> </span><span>- Al fin te encontré, padre -afirmó con inexpresividad, mientras Alejandro cruzaba las manos a través del espejo.</span><br /></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><br /></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span>FIN.</span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><i><span><span><br /></span></span></i></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><span><br /></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span><span><span><span><span><br /></span></span></span></span></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span><br /></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> </span></p>@lixysolhttp://www.blogger.com/profile/10670984092904743549noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6082751516177103680.post-18521049176237386152022-10-30T16:02:00.002-07:002022-10-30T16:42:01.315-07:00#ProsaEspontánea #relato #misterio #magia<p style="text-align: justify;"><span style="color: #800180; font-size: x-large;"><b>El poder de las palabras</b></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Por: Liz Solórzano</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">La mesera dejó el café sobre la mesa. Apenas Karina dio el primer sorbo, una mujer se sentó frente a ella, sin pedir permiso. </span></p><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - ¿Eres la nieta de Susana? - preguntó sin más-. Disculpa, no me he presentado. Me </span><span style="font-size: medium;"><span>llamo Minerva. Soy la nieta de Rosa María. Nuestras abuelas fueron amigas de la </span><span>infancia.</span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Demasiada información para el primer sorbo de café de aquel domingo gris. Karina se quedó en silencio.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> - Lo siento, no he querido incomodarte, pero...me costó trabajo hallarte, ¿sabes? -la </span><span>mujer de pelo teñido, pestañas postizas y labial rosa hablaba con timidez -. Mi abuela murió hace </span><span>un </span><span>mes y, entre sus cosas estaba esto.</span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Aquel pequeño libro rojo le pareció conocido a Karina. Alguna vez lo habría visto en casa de su abuela. La curiosidad la hizo poner toda su atención en la desconocida.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Es el diario de tu abuela. Creo que deberías leerlo. En la primera página he anotado mi teléfono. Si te decides, podemos encontrarnos aquí mañana mismo. <br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">La mujer salió del café sin decir nada más. Karina pagó la cuenta, guardó el libro y volvió a casa con la mente en otro sitio. Pasó toda la tarde leyendo las cuitas de la mujer a la que había visto contadas veces en su infancia. Después, recordó, ni su madre ni ella habían vuelto a aquella casona vieja en las afueras de la ciudad. En el diario se narraba la nostalgia de la abuela Susana por ver a sus descendientes, pero, según ella, había preferido la distancia a contribuir en dañar sus vidas.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><i>23 de abril de 2022.</i></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><i>Mi Karina cumple 32 años hoy. El tiempo se ha agotado. Dios quiera que la maldición de nuestra familia no la alcance jamás. </i></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><i><br /></i></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Así terminaba el diario. Karina tomó el teléfono. Quedó en verse con la mujer del restaurante al día siguiente.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> - Gracias por venir -dijo Minerva mientras movía el azúcar en el café -. No sé </span><span>cómo </span><span>empezar...esto es difícil para mí. Como habrás leído, nuestras abuelas eran muy buenas amigas, hasta que un hombre apareció en su camino.</span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - No menciona de quién se trataba, y parece alguien muy importante como para </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> que </span><span>hayan dejado de lado su amistad - dijo Karina, un tanto extrañada.</span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Ese hombre fue tu abuelo -aseveró la mujer-. Mi abuela me lo confesó en su agonía. Resulta que Ernesto causó revuelo entre las jovencitas </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> de </span><span>aquel </span><span>pueblo </span><span>de </span><span>tan </span><span>pocos habitantes y nulas diversiones. Él pareció sentirse </span><span>atraído </span><span>por </span><span>nuestras </span><span>abuelas a la vez. Invitaba a una y la otra, las cortejaba por </span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> igual. Al final, </span><span>se decidió por Susana, y Rosa María no supo manejar la derrota. </span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> </span><span>Ella...creía en fuerzas malignas, ¿comprendes? Ouijas y esas cosas. Hizo un ritual </span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> de </span><span>maldición </span><span>hacia Susana, con el cual toda su descendencia tendría mala suerte </span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> durante un siglo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Karina escuchó el extraño relato con cierto escepticismo. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><blockquote><div style="text-align: justify;"></div></blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - ¿Quieres dinero o algo así? - preguntó - Mejor me voy.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Sé que te suena loco, pero, seguro te preguntas todos los días por qué todo te sale mal, por qué estás sola, por qué ninguno de tus proyectos prospera. Te entiendo, </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> yo </span><span>me siento igual. Creo que la maldición no sólo surtió efecto en tu familia, sino </span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> en </span><span>la mía también. Lo que por mal se hace, con el doble de desgracia se paga. </span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Supongamos por un solo instante que lo que dices sea verdad -dijo Karina, casi </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> creyendo en sus palabras-. ¿Qué propones? </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Minerva bebió de tajo el café.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Mi abuela me dijo que debíamos volver al sitio del ritual para revertirlo, llevando </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> una foto en donde nuestras abuelas aparezcan juntas. Alguna habrá, me dijo, en el </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> desván de la casa, alguna que haya quedado luego de haber destruido todos los </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> álbumes. Ella lo hizo así, presa de la rabia por haber perdido a Ernesto.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Oye, no te ofendas, pero no te conozco de nada como para hacer </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> un </span><span>viaje </span><span>contigo </span><span>a </span><span>un </span><span>pueblo perdido.</span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">El sábado siguiente por la mañana, Karina y Minerva llegaban a la casa de la abuela Susana. Imágenes de la infancia las invadieron como una ola. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - El sitio del ritual es allá, al final de esa arboleda - Minerva señaló un punto en la <br /> lejanía -. Hay un dolmen muy antiguo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - ¿Un qué? -preguntó Karina mientras se quitaba los mosquitos de encima.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Un dolmen, un conjunto de piedras utilizadas en el pasado como centro de energía por las brujas.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Pasaron toda la tarde buscando entre los trebejos del desván, hasta hallar la foto que requerían. El sol se ocultaba cuando, al fin, una vieja imagen apareció ante sus ojos. Sus abuelas habían posado frente al lago, jóvenes y felices, antes de que la maldad se cirniera sobre ellas.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - No está tan mal este sitio - dijo Karina cuando cenaban algo en el balcón. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Podríamos relajarnos -sugirió Minerva, rellenando los vasos de cerveza-. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> Mañana </span><span>es </span><span>Día de Brujas. En el pueblo siempre hay fiesta. Tal vez no nos venga </span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> mal </span><span>distraernos un rato. Por la noche volvemos para realizar el ritual...</span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - ¿Por qué no?</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">En la plaza del pueblo habían algunos juegos mecánicos, puestos con comida, disfraces, juegos, bebidas. La gente caminaba de un sitio a otro con bolsas de compra, los niños se divertían en la fuente. Karina y Minerva compraron unos helados. Algún chiquillo pasó corriendo y tiró al piso el de Karina. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Lo siento -dijo una voz masculina-. Le compraré otro. Es mi sobrino, ¿sabe? Mi </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> hermana salió de viaje y me encargó que lo trajera a la feria.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">El hombre puso el helado de limón en las manos de Karina.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Usted no es de por aquí, ¿verdad? No la había visto antes.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Estamos pasando unos días de vacaciones -dijo Karina, sintiéndose un tanto </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> cohibida </span><span>ante la mirada encantadora del hombre -. Gracias por el helado. </span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - De mí sí te acordarás, Gerardo Santana -dijo en voz alta Minerva, para hacerse oír entre los gritos infantiles y la música-. Fuimos juntos al bachillerato.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Gerardo miró a Minerva con detenimiento.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - ¡Claro! Minerva Cervantes. No te reconocí con el cabello rubio. ¿Cómo has estado?</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Después de la escuela conseguí trabajo en la ciudad, en una florería. No había </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> vuelto </span><span>hasta ahora. ¿Y tú? ¿Te casaste con Romina?</span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Al día siguiente de terminar la escuela, ¿puedes creerlo? Pero nos hemos </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> </span><span>divorciado </span><span>hace unos meses. Oigan, hay una fiesta esta noche en la casa de mi </span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> vecino, </span><span>ha invitado a todo el mundo, así que, ¿qué me dicen? ¿vienen?</span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Karina y Minerva se animaron a ir a la fiesta. Cuando llegaron, unas treinta personas ya convivían en el jardín. Algunas bailaban, otras se servían bebidas. Hacía calor. Gerardo las recibió con dos cocteles.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Me alegra que hayan venido, chicas - les dijo sonriente -. Es costumbre bailar la </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> primera pieza con una invitada, así que....¿me permites? -se dirigió a Karina.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Minerva sostuvo los cocteles y buscó una silla cerca de la piscina. Encontró a algunas amistades del pasado y entabló conversación fácilmente. Gerardo y Karina fueron a la pista de baile, bajo luces de colores y festones de papel con motivos de fantasmas y calabazas.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - ¿Karina? Perdón por mis modales, no pregunté tu nombre.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - No te preocupes, suele pasar -dijo ella, estremeciéndose al sentir la mano de </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> Gerardo en su espalda -. Casi había olvidado este pueblo. La última vez que </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> visité </span><span>a </span><span>mi abuela fue como a los ocho años.</span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - ¿Qué te ha traído de vuelta?</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Aún no lo sé.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Al terminar la velada, Gerardo acompañó a las chicas de vuelta. Se despidió de Minerva y, al entrar ella a la casa, en un movimiento sutil y rápido, tomó de la mano a Karina y le dijo algo en voz baja al oído. Luego se fue.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Las palabras de Gerardo revolotearon en la cabeza de Karina. Miró el reloj. Cinco minutos para las dos. Se asomó a la habitación de Minerva. Dormía profundamente. Salió en puntillas de la casa, hacia la entrada de la arboleda. Gerardo fumaba un cigarrillo, recargado en un árbol. Apagó el tabaco y sonrió.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Lo que voy a decirte te parecerá loco - dijo en voz baja.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Ya me estoy acostumbrando a las locuras, creo -respondió ella-. Dime.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Debes tener cuidado de Minerva. Tú te fuiste de aquí hace muchos años, y no te imaginas en la clase de persona en la que ella se convirtió.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Karina lo miró con extrañeza.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Ella se encaprichó conmigo en la escuela, aún cuando sabía que Romina y yo ya nos habíamos comprometido. Hizo toda clase de cosas para intentar que yo la </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> amara. Pero, eso es imposible. Simplemente, uno ama o no. El día de mi </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> boda </span><span>se </span><span>apareció en la iglesia, al final de la ceremonia. </span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> A punto de subirnos al </span><span>coche, se acercó a Romina y aparentemente la </span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> felicitó, </span><span>pero </span><span>no fue así. </span><span>Le dijo </span><span>que </span><span>nunca habría cosecha </span><span>en </span><span>su </span><span>jardín; eso fue </span><span>una </span><span>maldición. </span><span>Nosotros </span><span>nunca </span><span>entendimos aquellas </span><span>palabras, hasta </span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> que </span><span>nos </span><span>convencimos de que Romina nunca </span><span>podría ser madre. </span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span>Eso la deprimió </span><span>terriblemente. Hice cuanto pude para ayudarla, pero ella se suicidó hace dos años. </span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - ¡Dios! Eso es espantoso -exclamó Karina-. ¿Crees que una persona tenga tanto </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> poder para dañar así a otra?</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> <span> - No es la persona, Karina -afirmó Gerardo-. Son las fuerzas malignas a las que </span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> convoca. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Karina contó a Gerardo cómo Minerva la había abordado en la cafetería, lo del diario, lo del viaje, lo del ritual. Por un momento sintió que podía confiar en él. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Debes irte de este pueblo ahora mismo -advirtió-. Lo del ritual podría ser una </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> trampa.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - ¿Y si es la única oportunidad de terminar con mi mala suerte? -preguntó </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> Karina, casi con aire infantil -. Tú no sabes lo que ha sido mi vida, siempre </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> fracasando, siempre lamentándome por mis malas decisiones...por eso tomé en </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> serio lo de la maldición.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Si hubiera una opción para demostrar que Minerva no es más fuerte </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> que nosotros, ¿la aceptarías?</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">La noche siguiente, Karina y Minerva caminaban hacia el dolmen. Atrás se habían quedado los niños pidiendo dulces, la algarabía de la Noche de Brujas, la música. En el bosque reinaba el silencio y la oscuridad. En un claro de luna brillaban las antiguas rocas, altas y lisas, cuyas siluetas semejaban centinelas siniestros. Las chicas entraron al círculo pétreo. Minerva puso sobre el césped el diario, una vela encendida y la foto. Tomó de las manos a Karina y pronunció unas extrañas plegarias. El viento pareció cobrar vida. Un remolino de hojas envolvió a las rocas. La foto voló por el aire, quedando suspendida. Karina se soltó rápidamente de las manos, tomó la foto y la partió en dos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - ¡Estúpida! - gritó Minerva -. ¡Ahora estaremos malditas para siempre!</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> - ¡Sé lo que querías hacer! - exclamó Karina -. ¡Atarme a ti, no separarme! ¡Tengo la magia de mi abuela! ¡Ella era la verdadera bruja! ¡Tu abuela le robó su </span><span>poder, y tú crees haberlo heredado, pobre tonta!</span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Gerardo salió de entre los árboles. Puso su mano sobre la frente de Minerva.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - ¡Yo te despojo de lo que tu antecesora robó para hacer que mi abuelo la </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> amara! </span><span>¡El amor no puede ser condicionado, ni atado!</span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Un halo de luz explotó sobre el dolmen. Minerva cayó desmayada al césped. De un instante a otro, el viento se detuvo. Karina miró estupefacta a Gerardo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Nunca me atreví a usar mis poderes hasta hoy - confesó-. Tenía miedo. Ni </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> yo </span><span style="font-size: medium;">creía que la magia en los hombres fuese tan poderosa. Mi abuelo era un </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> brujo </span><span>de </span><span>los buenos, ¿sabes? Tal vez por eso se enamoró de tu abuela. Tenían </span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> algo en común.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - ¿Entonces tú yo somos...?</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Oh, no, nada, no te apures -dijo Gerardo, sonriendo-. El abuelo Ernesto se hizo </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> cargo de mi abuela, que era madre soltera. La cuidó y procuró casi como un </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> hermano. Tiempo después conoció a tu abuela, quien fue su gran amor. Yo crecí </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> diciéndole abuelo, aún cuando no lo era. En mi adolescencia me di cuenta que </span><span>podía ver cosas, sentía la vibra de la gente, en fin. Se lo conté a Ernesto y </span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> él </span><span>me </span><span>confió lo de sus poderes. Se alegró que pudiera hablarme de ello. Siempre </span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> me animó a ejercer los poderes, pero, como te dije, yo nunca quise...</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Hasta hoy.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Lo mismo puedo decir de ti.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Eso creo...</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> <span>- Ernesto decía que nacer en este pueblo te dotaba de poderes incomprensibles. </span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - ¿O sea que hay más...?</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Un pueblo entero, linda.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">FIN </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><br /></span></p>@lixysolhttp://www.blogger.com/profile/10670984092904743549noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6082751516177103680.post-41341073794416090672022-10-15T17:43:00.002-07:002022-10-15T17:44:21.357-07:00#ProsaEspontánea #relato #terror <p style="text-align: justify;"><span style="color: #990000; font-size: x-large;"><b>Deseo cumplido</b></span></p><p style="text-align: justify;">Por: Liz Solórzano</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Matías entró a aquél bar, más por no empaparse de la lluvia que caía, que por ganas. Se sentó en la barra, pidió una cerveza. El cantinero le observó con curiosidad; nunca le había visto por allí. Cobró la copa y siguió atendiendo las pocas mesas con gente que a esa hora, ya pasadas las once, había. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Un hombre que vestía gabardina negra y sombrero de ala entró al bar. Puso una vieja canción en la rockola y se sentó junto a Matías. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Lo mismo, y otra ronda - dijo con firmeza al cantinero.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span> - Oh, no, muchas gracias -se apresuró a comentar Matías, saliendo de su </span><span>ensimismamiento- ya casi me voy...</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Por favor, permítame. ¿Un mal día? -preguntó el hombre, mientras repartía los vasos.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Algo así -respondió Matías, aceptando la cerveza-. ¿Y usted?</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Los he tenido mejores. ¡Salud!</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Los vasos tintinearon en el aire. El hombre se quitó el sombrero. Una cicatriz le surcaba la mejilla derecha. Matías intentó no parecer intrusivo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Terrible, lo sé -dijo el hombre, terminando la cerveza y pidiendo otra-. Gajes del oficio, ¿sabe?. Un navajazo limpio de alguien con buenos reflejos.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - ¿Una mujer? ¿Dinero? -Matías no podía ocultar la curiosidad.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - ¡Ay! Los humanos creen que solo las cosas materiales mueven al mundo -aseveró el hombre, casi para sí mismo-. No, mi amigo, hay cosas más poderosas, como la ambición, por ejemplo. Pero no la ambición por algunas monedas, ¡no!, me refiero a la ambición de poder sobre otros, a poseer la voluntad de alguien, a ser dueño del destino. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - ¿No se supone que solo Dios es dueño de nuestro destino? -inquirió Matías, pidiendo otra cerveza.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Limitada es su visión, amigo. Usted podría ser amo y señor de su futuro. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Matías lo miró con incredulidad, casi sonriendo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Si se decide, lo veré pronto -dijo el hombre al tiempo de pagar las copas y dejar sobre la barra una tarjeta de presentación.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Sin mediar palabra, el tipo se puso el sombrero y salió del bar. Había dejado de llover. El cantinero avisó que el local cerraba. Matías tomó la tarjeta y salió a la calle. Hacía frío. Caminó tres cuadras hasta su departamento, analizando la extraña conversación que había tenido esa noche. ¿Mal día?, sí, claro, tal vez el peor viernes desde hacía mucho tiempo. Su novia le había dejado por un compañero de trabajo, su auto se había averiado y el cajero automático se había tragado la tarjeta de crédito. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Cayó rendido sobre la cama y se quedó dormido con la ropa puesta. La resaca le despertó al día siguiente, exigiéndole dos aspirinas y un café cargado. Al colgar el abrigo en el armario, la tarjeta del hombre misterioso saltó a sus manos. Magnolias #23. Eso era todo. ¿Una dirección? ¿Un antro? Buscó en internet, ese monstruo que todo lo sabe.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Tomó un baño, se arregló, pidió un taxi. Eran las seis de la tarde. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Un gran portón de madera labrada le dio la bienvenida en aquél barrio elegante. Tocó el timbre. Un hombre mayor vestido de mayordomo le abrió la puerta e indicó el camino hacia una sala de recepciones. Vaya mansión, pensó. El hombre misterioso debe ser un millonario loco...</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Estimado amigo, me alegra verle de nuevo -afirmó el hombre, ofreciendo asiento y copa de vino al invitado-. Alfredo, eso es todo -se dirigió al mayordomo-. Hasta mañana.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Es una gran casa -dijo Matías, un tanto desconcertado-. ¿Herencia?</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Podría decirse, sí. Pero póngase cómodo. En este salón pasará usted la prueba más importante de su vida. Ahora le dejo. Ahí tiene usted ese espléndido buffet de carnes, vino y quesos. Fuego en la chimenea, libros geniales en el estante. Eso sí, nada de tecnología. No la necesitará.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - ¿De qué habla? ¡Oiga! ¡Déjeme salir! ¡Está demente!</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">El hombre cerró con llave la puerta del salón. Matías intentó usar su teléfono, pero la batería se había descargado por completo. Su smartwatch no funcionaba. Ignoraba lo que sucedía. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Una voz grave le sobresaltó. ¿De dónde había salido ese hombre? Era de edad madura, bien vestido, de apariencia ecuánime. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - No desgaste su energía en preguntas inútiles -dijo tranquilamente-. ¿Más vino?</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Matías le miraba con reserva. Estaba atrapado, eso sin duda. Decidió seguir el juego, no oponerse y, una vez relajado el ambiente, intentar huir.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Cosecha 1945...vaya, nunca había bebido un vino tan caro.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Fue un buen año, recuerdo...pero el presente siempre es mejor. ¡Salud!</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">El hombre bebió la copa entera, y se dirigió a la chimenea. Atizó el fuego.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Ella le mintió -afirmó-. No se fue con ese compañero suyo. Tuvo un amorío con él, sí, pero no fue la verdadera razón.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Ya lo veo...es usted uno de esos charlatanes que fingen ser videntes. Con esas estafas se habrá usted hecho rico -dijo Matías con cierta sorna.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Ella piensa que usted, querido amigo, es una persona mediocre, falto de chispa, de expectativas. No se lo dijo por vergüenza. ¿Cómo iba a unir su vida a un ser tan gris, cuyos negocios nunca prosperan, cuyas cuentas siempre son deudas, cuyos gustos son tan ordinarios? No lo digo yo, Matías. Ella lo pensó así.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Matías le escuchaba con atención pero sin mirarlo. Se acercó a la chimenea. el fuego crepitaba los leños. Echó la copa de vino a medias. Se quedó en silencio, aceptando con coraje cada palabra que aquél extraño le pronunciaba en nombre de Amanda, la mujer a la que había amado durante tres años. Y tenía razón. Aquél tipo, loco o no, tenía razón. No era más que un mediocre oficinista que nada le había ofrecido a Amanda, nada extraordinario, ningún viaje exótico, ni un abrigo costoso, nada de lo que cualquier mujer podía sentirse halagada y feliz. Una lágrima le corrió por la mejilla. El hombre seguía hablando como un mantra, diciendo verdad tras verdad, recordándole su pobre infancia falta de padre, sus inicios como mensajero, sus vicisitudes para terminar una carrera administrativa...</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - ¡Basta! -gritó con fuerza-. Me largo de aquí. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - ¿Sin una solución para su vida? -cuestionó el hombre-. Le ofrezco un último brindis, y luego se irá.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - ¿Qué quiere de mí? -preguntó Matías, ya bordeando en la desesperación.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Tu alma.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Matías estuvo a punto de explotar y gritar hasta el cansancio para que le dejaran salir de allí, pero algo lo detuvo. La sola idea de que, por una sola posibilidad, toda aquella locura fuera cierta. Un hecho extraordinario en su vida, algo que le sacara del anonimato. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - ¿Qué ofrece? -preguntó mirando a los ojos al hombre.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Lo que pida usted. -respondió el hombre, extendiendo una hoja de papel y pluma.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Matías escribió algunas líneas. El hombre guardó el papel en la chaqueta y sonrió.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Hecho -dijo por conclusión, y desapareció.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Matías despertó en su cama y con la ropa puesta. Llevaba el abrigo de la otra noche. Metió la mano en el bolsillo, pero la tarjeta no estaba. Miró su teléfono. Era sábado, una de la tarde. La cabeza le dolía.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Salió con prisa hacia el bar. Preguntó al cantinero sobre el hombre misterioso.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - ¿Lo recuerda? Estuvo ayer aquí sentado junto a mí. Bebimos algunas cervezas, el pagó la cuenta. Tiene una cicatriz en la mejilla.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Hace mucho que no le veo -afirmó el cantinero-. Pero creo, amigo, que ese es el último de sus problemas. La grúa va a llevarse su auto.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Matías volteó extrañado hacia el ventanal del bar. Una grúa estaba enganchando un auto de lujo. El cantinero le apresuró con la mirada.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Matías salió corriendo a la calle, aún sin creérselo. El señor de la grúa le pidió que pagara la multa por estacionarse en un lugar prohibido.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Con su teléfono puede hacerlo y en este momento suelto su coche - afirmó.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Matías abrió la aplicación de su banco, mientras se reía de él mismo en su mente, ya que no tenía más que un dólar, tal vez. La sonrisa se le borró del rostro. Un saldo estratosférico le hizo casi perder el aliento. Pagó la multa y el hombre le dio el auto. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Con cierto temor, Matías metió la mano al otro bolsillo del abrigo. Frente a sus ojos brillaron las flamantes llaves de aquél maravilloso auto nuevo. Subió rápidamente. El motor rugió como un león en la jungla. Bajó el capote. Se sentía como un dios.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Fue directamente a casa de Amanda. Ella se asomó por la ventana al escuchar el timbre. Se quedó estupefacta al ver a Matías bajarse de aquél deportivo azul. Él le envió un mensaje, suplicándole que hablaran. Ella bajó a su encuentro.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Sé breve, por favor -le pidió sin dejar de mirar el auto.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"> - Es mío, sí -dijo Matías, señalando el coche-. Aunque no lo creas. Eso y un futuro sin complicaciones económicas. Eso te ofrezco. Vuelve conmigo, Amanda. Yo te amo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Amanda dudó un momento, y luego aceptó dar una vuelta en el auto para charlar.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Matías condujo hacia las afueras de la ciudad. Estaba confiado en que no volvería a ser el tipo gris que Amanda había abandonado. Y qué razón tenía. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">La emoción le hizo pisar el acelerador más de la cuenta. El auto volcó en una curva. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">La mañana siguiente, los servicios de emergencia intentaban sacar los dos cadáveres de entre los escombros. Algunos mirones se acercaron al siniestro. Un hombre con abrigo oscuro y cicatriz en el rostro observaba con atención. Sacó un papel de la chaqueta, lo rompió y echó a las cenizas del auto. Se dio media vuelta y caminó hacia la carretera, donde le esperaba una limusina negra. Detrás de él, Matías caminaba sin expresión en el rostro, vestido con un fino traje. Nada más subir, el auto se perdió en la distancia.</span></p><p><span style="font-size: medium;"><br /></span></p><p><span style="font-size: medium;">FIN</span></p>@lixysolhttp://www.blogger.com/profile/10670984092904743549noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6082751516177103680.post-78779175845866552302021-12-29T19:08:00.000-08:002021-12-29T19:08:19.665-08:00#ProsaEspontánea #relato #misterio<h1 style="text-align: left;"><span style="color: red;">El espejo vacío</span></h1><div style="text-align: left;">por: Liz Solórzano</div><div style="text-align: left;"><br /></div><div style="text-align: left;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Las cortinas de blanca gasa bordada temblaban ante las embestidas del inclemente viento frío. La tela serpenteaba en amplias olas, insuflando bocanadas de aire a la habitación oscura. Entre las sombras se distinguía el cuerpo de un hombre sobre la alfombra. A su lado, un creciente hilillo de sangre marcaba sin piedad un camino bermellón. Al fondo, la chimenea antes encendida menguaba las brasas, para dejar paso a diminutas partículas de ceniza volando inocentes a merced del viento. En el sofá de terciopelo y con una copa de bourbon en la mano, Diego Kauffman evitaba a toda costa que la única lágrima que le quedaba, quizás por la eternidad, saliera de su ojo claro y melancólico. Sin embargo, la pequeña gota salada rodó por su pálida mejilla hasta caer en la copa. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">El Barón se bebió el vino de un sorbo. Era un monstruo de la noche sin posibilidad de redención, lo sabía muy bien.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Echó la copa a la chimenea y se levantó para tocar la campanilla de servicio. El mayordomo apareció casi en el acto. No pareció sorprendido por la escena.</span></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">— Encárgate de todo, por favor —pidió el Barón sin ninguna inflexión en la voz—. Voy a salir. Volveré por la mañana y dormiré todo el día. En el sótano está todo preparado, espero.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">— Todo, señor —respondió el sirviente con naturalidad—. Por cierto, no sé cómo lo tomará, pero...el chofer me ha dicho que escuchó en la plaza un rumor...ella se ha marchado del pueblo. La han visto en la estación de tren esta mañana. Sola.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">El Barón se detuvo un momento antes de salir del salón. Si el rumor era cierto, ella había cumplido su promesa. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">—Me voy—anunció al mayordomo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Diego volvió a casa bordeando el amanecer. Se apresuró a cambiarse de ropa y bajar al sótano. Justo antes del primer canto del gallo, cerró sobre sí mismo la tapa del ataúd que de tantos rayos de sol le había salvado.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">— Qué curioso —murmuró esa misma noche, cuando se alistaba para salir nuevamente —. Mientras duermo, no sueño absolutamente nada. Será que los vampiros hemos renunciado al derecho humano de desear cosas bonitas. Pero vaya, ni siquiera pesadillas tengo. Será que mi vida, si le puedo llamar así, ya es una de ellas...</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">— Señor —irrumpió el mayordomo con una carta entre las manos—. Ha llegado esto para usted.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">El Barón abrió la misiva y su semblante, antes inexpresivo, se tornó desencajado y melancólico. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">— ¿Alguna indicación, señor? —preguntó el mayordomo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">— Dile al chofer que cargue suficiente combustible. Vamos a la ciudad. Ella ha roto su promesa demasiado pronto.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Dos horas después, el Barón Kauffman estaba a la puerta de una casa victoriana, la que conocía de palmo a palmo, al igual que a su propietaria. El corazón le batió fuerte. Tocó el timbre.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">En el umbral de la puerta apareció Madeleine. Llevaba su rojo cabello suelto y una bata de satén azul. Fumaba nerviosamente. Hizo pasar al invitado. Sirvió dos copas de whisky, atizó el fuego de la chimenea.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Diego se sentó en el sofá y bebió hasta el fondo. El corazón se le tranquilizó un poco.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">— Pensé que no vendrías. Agradezco que no haya sido así —dijo ella mientras se sentaba también en el sofá y rellenaba las copas de whisky—. ¿Esto no acabará jamás?</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">— Te lo advertí hace cientos de años, y te lo repito ahora, Madeleine: Nunca podremos amar a otras personas. Estamos condenados a querernos el uno al otro por toda la eternidad. ¿Cuántas veces hemos intentado dejarlo? ¿Quince, veinte? Siempre terminamos asesinando a los prospectos del otro. Es algo inherente a nosotros. No nos podemos imaginar estar interesados en otras personas.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">— ¿Le has matado?</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">— Anoche, luego de que te dejara en casa. Lo único que tenía de bueno era su sangre. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Ambos soltaron una siniestra carcajada que no llegaba a ser divertida, más bien era una mezcla de risas y lágrimas.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">— ¿De qué te quejas? Igual lo hubieras mordido y dejado en algún callejón —advirtió el Barón, mientras encendía un cigarrillo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Madeleine se quedó en silencio. Sus ojos se entristecieron. Diego se sorprendió.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">— No me dirás ahora que te estabas enamorando de él.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">— Era tierno y caballeroso, y me amaba.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">— ¿Amor? ¿Puede acaso un monstruo de la noche hablar de amor? ¿Tenemos derecho a ello después de matar como lo hacemos? </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Sonó el timbre. Madeleine abrió la puerta. Un mensajero con un enorme ramo de rosas entró al salón. Dejó las flores, mientras los ojos de Diego cambiaban a un tono púrpura. Tomó por la espalda al hombre y le hincó los colmillos en el cuello, sin ninguna consideración. Madeleine se quedó mirando inexpresiva, pero luego también participó. Mordió la muñeca izquierda de la víctima y succionó toda la sangre que pudo, antes de sentir el último aliento de aquel cuerpo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Los vampiros cargaron el cadáver hasta la cocina, en donde había un antiguo horno para pan y lo echaron allí. Madeleine lo encendió. Ambos se quedaron frente al fuego, oyendo crujir los huesos y chirriar la carne del desafortunado. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">— Es la ventaja de vivir en casas antiguas —dijo ella, quitándose la bata llena de sangre y echándola a la hoguera—. Viendo esas brasas recordé la vez que por poco me queman por bruja. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">— Te habrían puesto en una tumba sin nombre en algún cementerio para renegados.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">— Pero tú me salvaste. Mordiste el cuello de los inquisidores y me sacaste de allí. Uno solo se preocupa por lo que ama. Lo demás es basura.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Un largo silencio.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">— ¿Me amas, Diego? ¿Tanto como desde aquella noche de 1756? Tú mismo lo dijiste mientras yo moría y me transformaba. Dijiste: "Te quiero para la eternidad, hermosa gitana".</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">— Debo irme. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">El Barón pasó al cuarto de baño, se lavó el rostro, se acicaló la ropa. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">— Desde 1690 no me he visto en un espejo. No puedo saber cómo soy. Eso sí se los envidio a los mortales. ¿Cómo haces para pintarte los labios, querida?</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Diego besó en la frente a Madeleine. Eran las tres de la madrugada.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">— Al menos he cenado algo —dijo él con sorna—. Es horrible dormir con hambre. Ya es muy tarde, no me dará tiempo de ir a otros sitios. Me voy a casa, hermosa gitana. Sólo una duda...si habías jurado irte para siempre, ¿por qué me pediste que viniera?</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Madeleine atizó la chimenea. Se giró lentamente hasta quedar frente a Diego. Le miró con los ojos húmedos. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">— Porque el amor también necesita valor para terminarse de una vez y para siempre —dijo con un nudo en la garganta.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Acto seguido, encajó con fuerza el atizador en el pecho de Diego. Él intentó sacarlo, pero ella lo hincó aún más, mientras lloraba a cántaros. Sus último llanto, el que había guardado tantos siglos para ser derramado. La última traza humana de su alma se evaporaba junto con la sangre del Barón.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Lo llevó luego al horno. Las llamas se avivaron con el cuerpo del vampiro.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">El cabello rojo de Madeleine brillaba con los reflejos de las brasas ardientes. Esperó el amanecer ahí, de pie, observando los cuerpos reducirse a negras cenizas. Apagó el horno, bajó al sótano, entró a su ataúd y deseó soñar algo bonito, sin saber si se le concedería.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">FIN</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><br /></div>@lixysolhttp://www.blogger.com/profile/10670984092904743549noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6082751516177103680.post-85151186320242780212021-09-12T20:00:00.000-07:002021-09-12T20:00:25.886-07:00#ProsaEspontánea #cuento #suspenso <p style="text-align: justify;"><span style="color: #ff00fe; font-size: x-large;"><b>El precio del alma</b></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Liz Solórzano</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Llovía a cántaros cuando los de la funeraria llegaron por Don Manuel. Amelia, el ama de llaves y fiel cuidadora del finado, abrió la puerta de la sala. El hombre yacía sobre el sillón, boca arriba, con un rictus de amargura en el pálido rostro. Los de la funeraria se santiguaron, y llevaron el cuerpo hacia la vagoneta. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">En el camino, la lluvia arreció. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">- ¿Es cierto lo que se dice del viejo, Anselmo? -preguntó el empleado más inexperto.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">- Que viene de una familia maldita, eso lo creo -respondió con firmeza el hombre-. Todos han muerto solos. Mi abuelo nos contaba que el bisabuelo de éste, iba un día por la sierra, cuando se le apareció un hombre vestido de negro y con un maletín en las manos. Le ofreció la mayor fortuna a cambio de las almas de todos los descendientes. El viejo aceptó, y fue entonces que todos sus nietos y nietas fallecieron sin más. Los hijos se fueron muriendo también, y solo quedó Don Manuel, el menor de ellos, para cargar con el peso de la maldición. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">- Entonces, ¿se terminó? -cuestionó ingenuo el chico.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Un rayo cayó sobre un gran pirul. El tronco impidió el paso de la carroza, haciéndola virar como un trompo barranca abajo. Los empleados salieron disparados hacia la corriente del río, y desaparecieron entre ramas y oleadas. El féretro se deslizó hacia la orilla fangosa, quedando abierto. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Tras varias horas sin recibir la llamada de la funeraria, Amalia se dispuso a investigar qué había sucedido. En el camino ya iban patrullas y bomberos. La lluvia había cedido paso a la profunda oscuridad del bosque. Los rayos blancos de luz de las linternas atravesaban la espesura de los pinos y pirules. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Amalia esperaba al borde del acantilado, con las manos entrecruzadas sosteniendo un rosario, balbuceando rezos sin parar. El comandante de policía le salió al encuentro entonces, diciendo que el cuerpo de Don Manuel no estaba en el féretro.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">La mujer, envuelta con un rebozo de lana, se tambaleó. Había llegado el día tan temido. El de la venganza contra el diablo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Una patrulla la llevó a casa. El eco de sus pasos se escuchó por aquella solitaria casona victoriana llena de sombras y recuerdos. Encendió la chimenea. Mientras los pedazos de madera seca tronaban, la memoria de la mujer viajó viente años atrás, justo al día en que ella había llegado a trabajar con los Montero, recomendada por una tía. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Recordó cómo le había impresionado tanta opulencia. Vajillas de plata, viajes al extranjero, autos de lujo, fiestas ostentosas hasta la madrugada. Los seis hijos Montero eran conocidos en el pueblo como "los ricos". </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Pero, de un momento a otro, de un año a otro, cada uno de ellos fue cayendo en raras enfermedades, delirios, locura. En veinte años habían enterrado a cinco. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Cuando quedó solo, luego de perder a su esposa e hijo en un accidente de auto, Don Manuel se aficionó a lecturas sobre magia y ocultismo, conjuros y hechizos medievales. Viajaba constantemente a cualquier país del mundo con tal de conseguir antiquísimos ejemplares considerados como malditos. Hizo de la biblioteca un sitio de culto oscuro. Los anaqueles eran portadores de recetas mágicas y rituales paganos. A todo eso, una espeluznante colección de figuras satánicas rodeaba el enorme escritorio de ébano en donde Don Manuel pasaba días enteros, leyendo bajo la lupa aquellos tomos amarillentos y con olor a humedad.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Apenas hacía pausa para sus necesidades básicas. Comer, ir al baño, fumar su pipa, y de inmediato, volver a la obsesión que le consumía la vida poco a poco.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Los gallos del granero hicieron su acostumbrado alboroto vespertino. Amalia se había quedado dormida en el sofá. Se levantó de un tirón, también por los toques en la aldaba de la puerta.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Era el comandante Martínez, para comunicarle que habían encontrado los cuerpos de los empleados de la funeraria, pero el de Don Manuel continuaba en extravío. La mujer palideció. En sus adentros, le resultaba casi imposible creer que la hipótesis de su patrón podía estar sucediendo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">El policía notó la preocupación en el rostro de Amalia. Ella lo invitó a pasar. Sirvió café. Entonces rompió la promesa que había hecho a Don Manuel años atrás. Decidió contar lo que sabía. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">El comandante la escuchaba casi atónito. En toda su carrera, no se había encontrado con tales argumentos.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">- Entonces, Amalia, ¿usted piensa que en verdad Don Manuel halló en sus libros la forma de vencer a la muerte para vengarse del diablo? -cuestionó el policía, aún sin creer en sus propias palabras.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">- Don Manuel hizo un conjuro poderosísimo en el que invocó al maligno. Fue una noche de tormenta, igual a la de ayer -empezó a narrar la mujer-. Aquella noche, vine a traer la cena para el patrón. El no había comido nada en todo el día. Estuvo encerrado en este despacho a piedra y lodo. Le dejé la charola sobre el escritorio y, sin siquiera mirarme, me pidió que dejara la puerta entreabierta. Me mandó a dormir, pero a mí me extrañó su actitud, así que me quedé en el recibidor, limpiando la plata, haciendo tiempo por si él necesitaba algo. Y así fue. Poco después de la medianoche, escuché un alarido que me erizó la piel. Cuando entré al despacho, una nube de humo negro y pestilente a azufre, envolvía a Don Manuel y luego salía por la ventana. El patrón quedó desvanecido encima del escritorio. Le di una copa de whisky para reanimarlo. Cuando estuvo más calmado, me confesó que el conjuro antiguo que había hecho, había funcionado. Como te veo ahora, dijo, se apareció Satanás. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Don Manuel lo retó. Le propuso vencer a la muerte para no tener que ofrendarle su alma a cambio de que eliminara la maldición de la familia Montero. El diablo echó una carcajada siniestra, pero aceptó la apuesta.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Entonces, Don Manuel puso en práctica lo que había leído que debía hacer. Al darle la mano al diablo para sellar el pacto, rasguñó aquella torcida mano con un abrecartas que llevaba debajo del puño de la camisa. El diablo pareció no darse cuenta, y se esfumó. Ese fue el instante en el que yo entré.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Recuerdo perfectamente haber visto el abrecartas manchado de sangre, y la sonrisa del patrón. Limpió con la lengua el filo de la hoja y tragó aquel líquido maldito. Enseguida se convulsionó, y cayó muerto. Sobre el escritorio había una carta dirigida a mí. Me explicaba que la única forma de volver de la muerte, era bebiendo la sangre del diablo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Amalia sacó la carta de entre sus ropas y la entregó al policía, quien la escuchaba sin salir de su asombro.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">- Usted puede pensar lo que guste de lo que le acabo de contar, comandante -dijo ella, sentándose frente a la chimenea-, pero Don Manuel volverá. Lo sé.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">- Agradezco su confianza -advirtió el comandante, al tiempo de levantarse y encaminar a la puerta-. No tengo cierto que su testimonio pueda ser usado, usted se imagina, por la naturaleza paranormal que conlleva, pero conservaré la carta de igual modo. Estaremos en contacto. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">El comandante salió al patio seguido por Amalia. Fue entonces cuando todos los argumentos lógicos se vinieron abajo. Ahí, de pie junto a los geranios del jardín, estaba Don Manuel Montero. Se le notaba lozano y feliz. Amalia y el policía se quedaron de una pieza observándolo, en silencio.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Don Manuel caminó hacia ellos sin ninguna dificultad. Sacó su pipa del bolsillo y la encendió. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">- Supongo que ya le habrán puesto al corriente sobre mi asunto -dijo sin pudor al policía-. Pues bien, le aseguro que no está usted loco, ni soñando, comandante. Estoy vivo. Más que ayer y que nunca. Le he ganado la apuesta al diablo. He recuperado mi alma y roto la maldición de la familia Montero. En cuanto a su informe, hágame favor de indicar que sufrí un caso de catalepsia. Solo eso. Ahora, si me disculpa, necesito una ducha y un café. Que tenga buen día.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Ante el asombro del policía y la discreta sonrisa de Amalia, Don Manuel entró a su casa silbando una vieja canción.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">FIN</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></p>@lixysolhttp://www.blogger.com/profile/10670984092904743549noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6082751516177103680.post-14961570819935018712021-04-12T14:31:00.002-07:002021-04-12T14:52:09.138-07:00#ProsaEspontánea #relato #terror #misterio<p><span style="color: red; font-size: x-large;"><b>La sangre del diablo</b></span></p><p><span style="color: red;">Por: lixysol</span></p><p style="text-align: justify;">El viajero cargaba un maletín de cuero y un abrigo. La estación de tren estaba casi desierta luego del último descenso del día. La bruma comenzaba a alfombrar el andén. </p><p style="text-align: justify;">—Buenas tardes—saludó cortésmente al encargado, quien ya cerraba la oficina—. ¿Sabe si puedo conseguir un transporte? Necesito llegar a la abadía...</p><p style="text-align: justify;">—No lo creo, señor— dijo, echando el cerrojo con fuerza—. Los cocheros no trabajan de tarde. Y menos, van hacia allá...es un camino oscuro.</p><p style="text-align: justify;">El encargado caminó hacia una vieja carreta estacionada al lado de la oficina. Subió sin reparo.</p><p style="text-align: justify;">—Y usted, ¿podría llevarme? —preguntó el viajero, mostrando varios billetes—. Por favor.</p><p style="text-align: justify;">El hombre dudó un segundo, e hizo una seña de aprobación. El otro subió a la carreta de un salto.</p><p style="text-align: justify;">—Le agradezco mucho. Soy Luis Ferrada. Vengo del Museo Nacional para una investigación. </p><p style="text-align: justify;">—¿En la abadía? —cuestionó el hombre con curiosidad—. Pero si esos monjes han estado aislados del pueblo por años. Todo desde...</p><p style="text-align: justify;">Un tramo empedrado hizo repiquetear las maderas de la carreta. Ese breve silencio puso en alerta al investigador.</p><p style="text-align: justify;">—Desde...¿Qué?</p><p style="text-align: justify;">—Desde que se comenzaron a morir los monjes— dijo con recelo el hombre—. Así nomás, sin motivos. Uno a uno. Dicen que no es una orden religiosa, sino una secta, y adoran al diablo cada Samhain. Hacen un aquelarre y le ofrendan a alguien, para que les siga dando cosas.</p><p style="text-align: justify;">—¿Qué tipo de cosas?—inquirió el viajero con cierto escepticismo.</p><p style="text-align: justify;">—Placeres—respondió el hombre sin pausa—. Oro, mujeres, vino...¿Cómo se explica usted que hayan sobrevivido en ese aislamiento sin salir a mendicar, ni oficiar misas, ni pedir dádivas a los ricos? Un primo mío fue su jardinero por un tiempo, y me contó que es el sitio más lujoso que haya visto jamás. Un verdadero palacio, con espejos y muebles dorados. El lo vio a través de los ventanales, que siempre están cerrados. Fue un descuido. Entonces el prior lo amenazó con quitarle sus tierras si decía algo. Mi primo salió de allí corriendo antes de que le lanzaran alguna maldición. </p><p style="text-align: justify;">Luis escuchaba al hombre con atención. Le costaba creer en aquellas aventuras, pero, en el fondo, sintió una sugestión extraña. </p><p style="text-align: justify;">Minutos después, la carreta se detuvo.</p><p style="text-align: justify;">—Hasta aquí llego, señor—dijo el hombre, extendiendo la mano—. Vaya por ese sendero, y a unos diez minutos, verá la abadía. </p><p style="text-align: justify;">—¿Podría volver por mí mañana?— preguntó Luis, al otorgar el pago convenido.</p><p style="text-align: justify;">—Tengo un viaje a la ciudad para cuestiones de la estación y no volveré hasta el viernes. Tendrá que pedir posada por dos noches en la abadía o volver a pie. Según sé, los monjes no tienen carretas...</p><p>—Está bien—asintió el viajero—. Lo veré el viernes. Gracias.</p><p style="text-align: justify;">Luis tomó su equipaje, se puso el abrigo y caminó por el sendero indicado. Tal y como lo dijo el hombre, la abadía apareció recortada sobre una colina. Un caminillo de piedra le llevó hasta el viejo portón. La aldaba gótica en forma de dragón hizo eco en la noche. Tras un silencio, la cerradura se abrió. Un monje anciano dio las buenas noches.</p><p style="text-align: justify;">—Buenas noches, Padre. Soy Luis Ferrada, del Museo Nacional. Recibimos una carta de su prior para venir por unas antigüedades en donación.</p><p style="text-align: justify;">El religioso dudó por un momento. Luego pareció entender la situación.</p><p style="text-align: justify;">—Claro, pase. Usted disculpe, mi memoria ya no es la mejor. </p><p style="text-align: justify;">El portón se cerró de golpe a espaldas de Luis. Ante él, un patio grande y oscuro. Se vislumbraban pasillos rodeados de pinos y abetos. El fraile lo guió bajo la mortecina luz de una antorcha hasta una celda pequeña y austera. </p><p style="text-align: justify;">—El Padre Prior ordenó que le brindara la celda de viajeros —dijo el monje, encendiendo una lamparilla de aceite—. Hay sábanas y mantas en ese armario. El desayuno se sirve a las siete en punto. Que pase buena noche.</p><p style="text-align: justify;">El anciano abandonó la celda en un instante. Luis no tuvo tiempo ni de agradecerle. Subió la luminosidad de la lámpara, colgó su abrigo y se recostó en el duro colchón. El cansancio le venció hasta la hora en que una campana anunció el desayuno.</p><p style="text-align: justify;">Se lavó la cara en la bandeja de Talavera, se cambió de ropa y fue hacia el refectorio. Los monjes servían cuencos de leche y hogazas de pan con queso en total silencio. Luis comió un poco incómodo, pero los alimentos le dieron energía y tranquilidad. Al final, el Prior le llamó a su despacho. </p><p style="text-align: justify;">De un viejo mueble de roble, salieron varias antigüedades magníficas. Libros, candelabros, crucifijos. El Prior pidió máxima discreción, ya que se trataba de objetos heredados de anteriores órdenes, pero, dijo, querían que el mundo los admirara en un museo. Luis se puso de inmediato a catalogar. Pensó que, después de todo, le vendría bien quedarse dos días para terminar. El Prior se disculpó. Dijo tener algunos pendientes, y salió del despacho con paso rápido. </p><p style="text-align: justify;">—Todos tienen prisa por ir a algún sitio—murmuró Luis con ironía.</p><p style="text-align: justify;">Las horas pasaron sin sentir. Un fraile le llevó vino y sopa al mediodía. De ahí, el investigador volvió a su celda alrededor de las ocho. Los pasillos del convento estaban desiertos, desprovistos hasta del mínimo ruido. De repente, un rezo lejano llamó su atención. Sonaba como un mantra, repitiéndose una y otra vez. Su curiosidad pudo más que el cansancio. Intentó seguir el sonido entre los pasillos, hasta llegar a un ala apartada del edificio. Parecía una iglesia en ruinas. </p><p style="text-align: justify;">Totalmente intrigado, Luis continuó buscando. Al otro lado de aquel casco derruido, una barda de enredaderas escondía la mansión más impresionante que pudiera imaginar. Tras los ventanales de cristal, se apreciaba una gran fiesta de máscaras. Baile, vino, risas...</p><p style="text-align: justify;">¿Estaré soñando?, se preguntó Luis. A su mente vino la conversación con el encargado de la estación de tren. ¿Y si la historia de su primo era cierta? No. Era una locura. Seguramente aquella barda dividía el convento de otra propiedad. Serían entonces los vecinos celebrando alguna cosa. </p><p style="text-align: justify;">Suspiró. Un poco más tranquilo, volvió a su celda y cayó rendido. </p><p style="text-align: justify;">El día siguiente no fue distinto. Desayuno, catalogar, almuerzo, catalogar, volver a la celda, escuchar los rezos, llegar a la mansión, ver otro baile. Aquello parecía un bucle de tiempo, o acaso estaría perdiendo la cordura.</p><p style="text-align: justify;">El jueves tuvo el mismo itinerario. Esta vez se proveyó con la vieja cámara fotográfica con la que estaba realizando el catálogo. Le quedaban dos cartuchos útiles, así que no podía desperdiciarlos. </p><p style="text-align: justify;">—Muy bien, invento del siglo, necesito de tus cualidades— le dijo al objeto—. Será mejor que, al revelar, me muestres algo interesante.</p><p style="text-align: justify;">Escondido en las enredaderas, tomó dos fotografías. La luz del flash quemado se camufló entre los rayos de la luna. </p><p style="text-align: justify;">Ya en su celda, empacó todo perfectamente, con la intención de salir volando de allí por la mañana. El señor de la estación lo recogería a las siete, por lo que se iría mentiras todos desayunaban. Y hasta nunca. Ese sitio le daba ya escalofríos.</p><p style="text-align: justify;">Al doblar en el pasillo, el Prior le salió al encuentro.</p><p style="text-align: justify;">—No me diga que se marcha ya, señor Ferrada— dijo el religioso con cierta molestia.</p><p style="text-align: justify;">—El transporte vendrá por mí en breve y debo aprovecharlo, Padre —se exculpó—. Volveré pronto, cuando el Museo autorice su generosa donación. </p><p style="text-align: justify;">—Es una lástima —advirtió el monje—. Pensaba que hoy podía mostrarle el objeto más antiguo y valioso que deseamos donar al museo. Fausto, el encargado de la estación, volverá por usted más tarde. No sé preocupe, le pagaré muy bien.</p><p style="text-align: justify;">El nudo en el estómago que había sentido Luis, desapareció para dar paso a la gula de la ambición histórica. Tanto esperaba una oportunidad así para sobresalir en su trabajo y conseguir el puesto de director. Ahí tenía enfrente el camino. Dejó la maleta y siguió al Prior hasta una cámara subterránea, debajo de la sacristía. </p><p style="text-align: justify;">El fraile abrió un viejo armario de madera tallada con grabados paganos. En una cápsula de grueso cristal, yacía suspendido un colgante de oro, relleno con sangre.</p><p style="text-align: justify;">—Ahí lo tiene— celebró el religioso—. La única muestra de sangre del diablo que hay en el mundo entero. Fue recolectada por un monje durante el exorcismo de un santo. Dicen que vio a Satán tan claro como me ve usted ahora, y le enterró su crucifijo en una mano. Con un conjuro ancestral, el monje guardó la sangre que chorreaba de las venas del maligno en este dije. Chantajeó al diablo con darle lo que quisiera para devolver la sangre. El monje se convirtió entonces en el hombre más poderoso de su época, hasta que le fue robada la joya. Murió atragantado con su propia saliva, sin razón alguna. El ladrón fue ejecutado por su delito, y desde entonces, este preciado objeto ha pasado de mano en mano... hasta mí. Lo hallé tirado en la entrada del convento, como si una señal me indicara que podía tener todo lo que ansiara. ¿Recuerda usted la mansión? Es mi hogar. Nuestro hogar, diría. Mis hermanos y yo no carecemos de nada allí. Es nuestro premio a tanta pobreza.</p><p style="text-align: justify;">—No me dirá que realmente desea donar esto al museo—dijo Luis, sin poder quitar la mirada del objeto.</p><p style="text-align: justify;">—Por supuesto que no, querido amigo— el Prior sonrió—. Usted comprenderá que algo tan invaluable no puede, ni debe, cambiar de dueño. Solo que es un poco caprichoso. Me pide sangre nueva cada Samhain en prenda de sus favores. </p><p style="text-align: justify;">Luis intentó escapar, pero una docena de frailes lo cercaron.</p><p style="text-align: justify;">-—El señor de la estación vendrá...¡Tengo un testigo! —gritó el investigador, lleno de pánico.</p><p style="text-align: justify;">—Seguro que Fausto le contó la historia de su primo el jardinero, ¿No? —dijo el Prior—. Pues el jardinero, era él. Desde entonces nos ayuda a traer la sangre nueva que necesitamos. Usted es el tercer investigador de algún museo del mundo que acude a nuestro llamado. Y, como todos, se sabrá que tuvo un accidente mientras caminaba ebrio por el bosque. Caerá a la cañada, y jamás hallarán un cuerpo. En fin. Es el momento.</p><p style="text-align: justify;">La última imagen que tuvo Luis fue la de una horda de monjes echándosele encima. La leyenda de la sangre del diablo había sido salvada de nuevo.</p><p style="text-align: justify;">FIN</p><p style="text-align: justify;"><br /></p>@lixysolhttp://www.blogger.com/profile/10670984092904743549noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6082751516177103680.post-90201506046413769642021-02-18T19:35:00.001-08:002021-02-18T19:35:39.907-08:00#MismoInicioDiferenteFinal #ProsaEspontánea #Relato #Terror<p><span style="color: #cc0000; font-size: x-large;"><b>La última cazadora</b></span></p><p>Por: @Lixysol</p><p>Reto: #MismoInicioDiferenteFinal</p><p><br /></p><p><i><span style="color: #2b00fe;">Odiaba el 14 de febrero. No tenía ni pareja ni amigos, pero ahí estaba, una postal sin remitente del Puente de las Artes. París lucía tan lejano ahora. En el reverso, con letra desconocida, aparecían su nombre, dirección y solo un mensaje: </span></i></p><p><i><span style="color: #2b00fe;">"Rendezvous. 30 de febrero".</span></i></p><p>Se quedó pensativa mientras la ciudad se dormía de a poco. Solo las farolas de algunas calles titilaban bajo la noche espesa. Había temido tanto la llegada de esa noche, precisamente ésa...el ritual de iniciación marcado en el libro de sus ancestros. La luna llena se mostró entre enormes nubarrones. </p><p><i>"París...aquél París de hace cien años parece tan lejano ahora..."</i></p><p>Una presencia la sobresaltó. </p><p>— Sabía que acudirías a la cita. Nuestra estirpe debe renovarse —dijo una voz grave y conocida—. Todos esperan. Ven.</p><p>Linus tomó a Vaneshka de la mano y la llevó a un callejón empedrado. Un portón antiguo se abrió frente a ellos. En un enorme patio de cantera y gruesa vegetación, una decena de personas aguardaban la señal de la nueva reina para transformarse en licántropos.</p><p>—Adelante —incitó Linus—. La luna está en pleno. </p><p>Vaneshka avanzó al centro del círculo, cohibida por las miradas inquisidoras de sus compañeros. Tomó el libro sagrado y leyó en un idioma extraño los versos oscuros. La ceremonia estaba iniciada.</p><p>En cuestión de minutos, los asistentes se convirtieron en horribles criaturas nocturnas, con ojos fieros y colmillos puntiagudos. A punto estaban de salir a cazar, cuando el proceso de transformación se revirtió hasta reducir a cenizas los cuerpos moribundos. Linus, en su último aliento, preguntó qué había sucedido.</p><p>—Investigué hasta hallar la única forma de acabar con esta maldición—dijo Vaneshka, seria y ecuánime—. Leer los versos oscuros al revés. Me alegra tanto que funcionara...</p><p>—Tú... aún eres una de nosotros...—murmuró Linus.</p><p>—Estoy consciente de ello —advirtió ella—, pero tengo mucho qué hacer. Encontraré a los que queden, no importa dónde, y los destruiré. </p><p>—No...—dijo Linus antes de explotar en cenizas.</p><p>Vaneshka echó el fuego el papel de la cita, y prometió volver al Puente de las Artes cada cien años, por si llegaba a sus manos otra invitación.</p><p>FIN</p><p><br /></p><p><br /></p><p><br /></p><p><i><br /></i></p>@lixysolhttp://www.blogger.com/profile/10670984092904743549noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6082751516177103680.post-79166589188211972492021-01-09T19:52:00.003-08:002021-01-09T22:16:24.059-08:00#ProsaEspontánea #relato #terror #drama<p><span style="color: red; font-size: x-large;"><b>Un remitente siniestro</b></span></p><p><span style="font-size: medium;">@lixysol</span></p><p style="text-align: justify;">Con una taza de café en las manos, salió al balcón para revisar el motivo por el que el perro ladraba con tanta insistencia. Una paloma pinta, seria y ecuánime, estaba posada sobre el barandal. A Clara le llamó la atención el pergamino que llevaba en una de las patitas. Dejó el café, calmó al perro y se acercó a la paloma con mucho sigilo. El ave se dejó quitar el papelito y se anidó en un rincón, entre los macetones. </p><p style="text-align: justify;">Clara desenrolló el mensaje amarillento. Con letra de molde, elegante y precisa, estaba escrito: "Sauces #26-B. 7:30. Entrada por panadería".</p><p style="text-align: justify;">Sonó el timbre un par de veces. Clara guardó el papel y abrió la puerta. Sonriente, apareció Rita, su amiga de toda la vida.</p><p style="text-align: justify;">—Buenos días, hermosa. Aquí tienes tu vestido. Quedó genial. Anda, pruébatelo.</p><p style="text-align: justify;">Casi por inercia, Clara se probó el vestido enlentejuelado. Por un momento había olvidado que esa noche era la inauguración de su exposición fotográfica.</p><p style="text-align: justify;">—Es mi mejor creación. Te quedó divino —dijo Rita—. ¿Ocurre algo, querida? Estás en otro mundo.</p><p style="text-align: justify;">—No, nada...solo estoy un poco nerviosa por la expo.</p><p style="text-align: justify;">—Todo saldrá perfecto, incluyendo lo de Daniel. Apuesto un riñón a que hoy hacen las paces. Hacen tan bonita pareja...su destino es estar juntos.</p><p style="text-align: justify;">Clara sintió un vuelco en el estómago. Se quitó el vestido. </p><p style="text-align: justify;">—Oye Rita...Tengo una cita con un galerista muy importante hoy a las 7:30. La exposición se inaugura a las 7, por lo que saldré corriendo a mi reunión. ¿Podrías entretener a Daniel en lo que regreso? Háblale de cine y no habrá problema. Juro que no tardaré más de una hora.</p><p style="text-align: justify;">Rita asintió con la cabeza. Entre amigas, habían acordado nunca hacer preguntas al pedirse favores.</p><p style="text-align: justify;">Esa noche, justo después de cortar el listón inaugural, Clara se dirigió hacia la calle de Sauces. Al llegar al número 26, se encontró con un salón de belleza. Preguntó a la dueña, una señora mayor, si en aquel sitio habría alguna panadería.</p><p style="text-align: justify;">—La hubo —dijo, sin dejar de observar a Clara— pero de eso hace muchos años. Ya existía desde que vivía mi abuela, imagínate. Me encantaban los panes de avena. Luego la cerraron. Hace unos años, les compré el local, y aquí estoy. Pero tú eres joven...¿cómo puedes saber lo de la panadería?</p><p style="text-align: justify;">—Mi abuela me contó lo de esos panes de avena, precisamente, y quise venir a buscarlos—dijo Clara, intentando parecer natural—. Perdón, no le molesto más... ¿hay salida a la calle de atrás? Es que ahí dejé el coche.</p><p style="text-align: justify;">—Claro, pasa. Ahí está la puerta trasera. Atraviesa el portal de los apartamentos y sal por la reja. </p><p style="text-align: justify;">Clara siguió las instrucciones. Justo antes de la reja, halló el directorio del edificio. En el 26-B figuraba un apellido deslavado, "Torelli".</p><p style="text-align: justify;">Miró el reloj del recibidor. Eran 7 y 25. Unas personas salieron del ascensor. Clara aprovechó para entrar y pulsó el botón del segundo piso. El corazón le latía como un tambor de guerra.</p><p style="text-align: justify;">Un pasillo largo, estrecho y alfombrado la intimidó. Suspiró hondo y caminó hacia el B. Iba a tocar el timbre, pero la puerta se abrió antes. </p><p style="text-align: justify;">—Pasa —una voz masculina se escuchó desde adentro.</p><p style="text-align: justify;">Clara sabía que no podía echarse atrás o, más bien, no quería. Entró al apartamento y cerró la puerta. Se quedó estupefacta. El sitio estaba decorado en art déco. Un fonógrafo tocaba un foxtrot. Sobre las paredes había fotografías en sepia. En el perchero del corredor colgaban abrigos de lana y a cuadros, sombreros de ala y dos bastones de Carey. Un hombre muy alto, vestido con una bata de descanso sobre traje gris, alimentaba a un par de canarios que revoloteaban dentro de una gran jaula blanca de pedestal.</p><p style="text-align: justify;">Clara siguió avanzando para llegar al salón. El espejo del pasillo le devolvió una imagen que la dejó sin aliento. Estaba vestida con un traje sastre blanco, muy elegante, mascada sobre la cabeza y collar de perlas.</p><p style="text-align: justify;">—Te ves preciosa, Eva —dijo el hombre frente a ella, con semblante amable y pipa humeante entre los labios—. Ven, te serviré una copa.</p><p style="text-align: justify;">Clara se sentó en el sofá. Aceptó el vaso de whisky y le dio un buen sorbo. </p><p style="text-align: justify;">—Mientras mi mujer no sospeche lo de la paloma, la seguiré utilizando —advirtió el hombre, sentándose al lado—. Tampoco espero que se entere pronto de este apartamento. Lo alquilé por unos meses, después ya veremos.</p><p style="text-align: justify;">—¿Siempre estaremos huyendo? —preguntó Clara, para entrar en el juego—. ¿Palomas y rentas provisionales?</p><p style="text-align: justify;">El hombre se mostró incómodo. Bebió el whisky.</p><p style="text-align: justify;">—Sabes que no puedo dejarla. Por mi culpa está en esa maldita silla de ruedas. </p><p style="text-align: justify;">—Un accidente...</p><p style="text-align: justify;">—Ese camión nos embistió pero yo iba al volante...¡Yo! ¡Eduardo Torelli, el famoso tenor! Ya hace dos años de aquello y me persigue como si hubiera sido ayer. Por fortuna mi agente nunca reveló a la prensa que yo iba conduciendo...¡Pero al ver a Nadia todos los días, el pasado me atormenta!</p><p style="text-align: justify;">—Tranquilo. No he venido a discutir. </p><p style="text-align: justify;">El cantante encendió su pipa. Salió al balcón. Se veía más sereno.</p><p style="text-align: justify;">—Debo irme —dijo Clara.</p><p style="text-align: justify;">—¿No dijiste que tu marido vuelve hasta el lunes?</p><p style="text-align: justify;">—Es verdad, pero estoy un poco cansada. Quiero irme a casa. Disculpa...</p><p style="text-align: justify;">Eduardo la interceptó en el pasillo. Le tomó el rostro con delicadeza. La miró a los ojos casi con súplica.</p><p style="text-align: justify;">—¿Me amas?</p><p style="text-align: justify;">Clara se perdió un instante en aquellos ojos tan azules como el mar. </p><p style="text-align: justify;">—Lo sabes.</p><p style="text-align: justify;">Eduardo la besó. Clara correspondió sin muchas dudas. Hacía tiempo que nadie la besaba en esa forma. Se apartó lentamente y se despidió. Al salir del edificio, miró hacia la ventana del segundo piso. Las cortinas estaban cerradas y no se veía luz. Siguió hasta el coche y volvió a la galería. Daniel ya estaba impaciente. Ella explicó lo del pretexto y ambos fueron a casa.</p><p style="text-align: justify;">—No has dicho palabra en el camino, Clara —advirtió Daniel—. ¿Todo bien? </p><p style="text-align: justify;">—Todo perfecto, es sólo que ha sido un día agotador. Si no te importa, me voy a dormir...</p><p style="text-align: justify;">Clara no esperó respuesta. Se metió directo en la cama y apagó la luz. </p><p style="text-align: justify;">La paloma volvió con mensajes todos los jueves. Tras unos meses de aquellas extrañas citas románticas, planeó huir con Eduardo luego de que él defraudara a su mujer todo el dinero de la familia. </p><p style="text-align: justify;">Aquel jueves, Clara tenía dispuesto el equipaje en el coche, papeles, pasaporte, todo. Lo único que debía esperar era el punto de reunión. Sin embargo, la paloma nunca llegó. Pasó toda la mañana en el balcón a pesar del frío otoñal. Daniel llegó a la hora de la comida y la observó de pie, fumando un cigarrillo, en medio del aire helado.</p><p style="text-align: justify;">—¿Sabías que hay palomas mensajeras más rápidas que otras?</p><p style="text-align: justify;">Clara sintió escalofríos. Dio una gran bocanada de humo, sin voltear.</p><p style="text-align: justify;">—Pues eso ha pasado hoy. Tu correo ha llegado al amanecer, justo cuando salí al balcón para sacar al perro. Mi deber ciudadano era haberte despertado y entregarte la misiva, pero, como comprenderás, mi deber marital me lo impidió. De haberlo hecho, ahora estarías abordando un tren hacia quién sabe dónde con tu amante. Pero mira, no soy tan malo. Te leo el mensaje: "Andén 18. 12:45. Salimos de Sauces #26. Te veo 10:30".</p><p style="text-align: justify;">Clara apagó la colilla del cigarro. Sin decir nada, intentó entrar al apartamento, pero Daniel la tomó de los hombros.</p><p style="text-align: justify;">—Aún llegas. Te llevo.</p><p style="text-align: justify;">La pareja subió al coche y fueron al lugar. La dueña del salón de belleza se extrañó en ver a Clara otra vez. </p><p style="text-align: justify;">—Querida, gusto en saludarte de nuevo. ¿Has venido a cortarte el cabello? </p><p style="text-align: justify;">—Hemos venido al 26-B —contestó Daniel en forma cortante y sin permitir hablar a Clara—. ¿Por dónde subimos?</p><p style="text-align: justify;">La estilista se quedó extrañada. </p><p style="text-align: justify;">—¿Al B? ¿Es una broma? Ese apartamento ha estado vacío por décadas, desde aquello terrible...</p><p style="text-align: justify;">—¿Terrible? ¿Qué ha pasado con Eduardo? —inquirió Clara, angustiada.</p><p style="text-align: justify;">—¿Sabe quién vivía ahí? Eduardo Torelli, el famoso cantante de ópera de los años veinte. Tenía un romance con una mujer casada y el marido celoso lo asesinó. Dicen que lo empujó desde el balcón. Mi abuela era muy joven en aquel entonces, y le tocó ver a la policía, y...</p><p style="text-align: justify;">Clara se sintió desvanecer, pero Daniel la tomó del brazo y subieron al segundo piso. La puerta del 26-B estaba entreabierta.</p><p style="text-align: justify;">Los años veinte llegaron de nuevo. El vestuario, la atmósfera, el fonógrafo. Eduardo servía dos copas de vino. Daniel se le echó encima como un perro rabioso. Comenzaron a pelear hasta salir al balcón, donde Daniel acorraló al cantante contra el barandal. Clara intentaba separarles, pero era imposible. Pensó en buscar ayuda, así que salió del apartamento y bajó al salón de belleza. La dueña la acompañó de regreso para intentar hacer fuerza con los demás vecinos. </p><p style="text-align: justify;">El destino jugó entonces su última carta. Cuando las dos mujeres estuvieron frente al 26-B, la puerta estaba cerrada. Ningún ruido venía del interior. El vecino de enfrente les ayudó a abrir la puerta con varios empujones. Clara esperaba encontrar la peor escena, sin embargo, el apartamento lucía abandonado. No había espejo, ni fonógrafo, ni canarios. Todo estaba derruido por la humedad. Las alfombras carcomidas y las fotografías mohosas. En el balcón no había más que plantas secas. </p><p style="text-align: justify;">La estilista abrazó a Clara para calmarla. Decía cosas sin sentido sobre un tren y palomas mensajeras. Nadie supo nunca lo que en realidad había vivido. Tal vez, ni siquiera ella misma.</p><p style="text-align: justify;">FIN</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p>@lixysolhttp://www.blogger.com/profile/10670984092904743549noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6082751516177103680.post-33458233910538738822020-12-30T20:50:00.000-08:002020-12-30T20:50:12.696-08:00#ProsaEspontánea #relato #misterio<p style="text-align: justify;"> <span style="color: #93c47d; font-size: x-large;"><b>El fondo del lago</b></span></p><p style="text-align: justify;">@lixysol</p><p style="text-align: justify;">De haber pedido al universo un solo poder, habría sido el de la adivinación futura. Pero claro, ni existían esas peticiones ni a mí se me habría ocurrido, al menos, en aquel momento en que me crucé con esos ojos grandes, tristes, claros como el agua de un río veraniego. Debí haberle dicho que no en una forma contundente, tajante, determinada. Sin embargo, la cobardía me inundó por completo como la recia lluvia que cayó de un momento a otro. </p><p style="text-align: justify;">Nos habíamos encontrado por casualidad en la estación de trenes, en medio del tumulto de personas que demandaban los últimos boletos hacia diversos destinos vacacionales. Era la víspera de Navidad. Hacia mucho frío y el cielo estaba adornado siniestramente con sendos nubarrones grises. </p><p style="text-align: justify;">Hacía un año que habíamos terminado nuestro compromiso, justo en aquel día y estación. Ella pasaba por un momento depresivo por la pérdida de su hermano, único familiar restante, así que decidió irse a un retiro espiritual en las montañas. A dos semanas de la boda, en mí recayó la responsabilidad de cancelarlo todo. Fue un sentimiento extraño, como si hubiese pulsado el botón de regreso de una vieja videocasetera. </p><p style="text-align: justify;">Aún sin saber cuándo volvería a verla, nos despedimos en buenos términos entre empujones y maletazos. Recuerdo que me sonrió con nostalgia desde la ventanilla del tren. Después de eso, recibí dos cartas en donde me narraba sus progresos personales. Luego, vino el silencio total. Yo respeté su decisión de no comunicarse; pensé que necesitaría espacio y tiempo para sanar sus heridas, y que, en ese camino, yo no tenía sitio.</p><p style="text-align: justify;">Conseguí un empleo como redactor en un periódico local, cercano al lugar donde ella se había marchado. No lo acepté por eso, lo confieso. El sueldo era razonable y yo tenía ganas de salir de la ciudad. De modo que, aquella víspera de Navidad, mi boleto no tenía fecha de vuelta. </p><p style="text-align: justify;">Es raro cómo se imprimen en la mente los rasgos de alguien a quien hemos amado demasiado. Si de algo estaba seguro, era de jamás poder olvidar uno solo de sus gestos, el tono de su voz y su forma de caminar. Todos mis recuerdos aparecieron de golpe frente a mí. Ella se sorprendió también. La noté recuperada, con el cabello más corto y ropa nueva. Nos quedamos mirando a los ojos por unos segundos, o habrán sido minutos, no lo sé. Creo que perdí el sentido del tiempo.</p><p style="text-align: justify;">El pitido del tren nos trajo a la realidad. Entonces sonreí y le extendí la mano. Ella la estrechó un tanto tímida, pero luego me abrazó efusivamente. Pude oler su perfume de jazmines, sentir su mejilla aterciopelada, percibir su aliento sobre mi cuello. </p><p style="text-align: justify;">—¿Vienes o vas? —atiné a murmurarle al oído, extasiado en aquel abrazo.</p><p style="text-align: justify;">Ella se separó de mí con sutileza. Sus ojos estaban rasos, aunque sonreía.</p><p style="text-align: justify;">—¿A dónde vas tú? —preguntó—. Lo siento, no se debe contestar con otra pregunta —sonrió.</p><p style="text-align: justify;">—No te preocupes—sonreí tontamente—. Me esperan en Lamont para un empleo. De hecho, comienzo hasta pasado mañana, pero no había más boletos disponibles.</p><p style="text-align: justify;">—Vaya...me alegro por ti —me dijo al tiempo de tomarme la mano.</p><p style="text-align: justify;">A partir de ahí, abandoné la realidad. Como dije antes, debí haberme apartado, correr hacia el tren y decirle adiós a través de la ventanilla, pero no lo hice. En su lugar, decidí cambiar al boleto para el siguiente tren que salía en dos horas. La idea era tomar un café en la estación, ponemos al día y despedirnos como dos ex parejas civilizadas. Sin embargo, al escuchar la tercera llamada del tren, ella tomó mi mano con tal ansiedad, me miró con esos ojos claros como nubes, me sonrió nerviosa y habló en ese tono suplicante, que no pude eludir. Me pidió que pasáramos dos días juntos y luego yo decidiera ir a Lemont o volver con ella a las montañas, donde pensaba alquilar una cabaña, lejos de todo y de todos.</p><p style="text-align: justify;">La megafonía me nombró dos o tres veces para subir al tren, y yo no podía apartar la vista de sus ojos verdes. La tomé de la mano y corrimos a la taquilla para volver a cambiar el boleto a dos días.</p><p style="text-align: justify;">Era de noche cuando llegamos a la pequeña cabaña en medio de las montañas. Al frente, un lago sereno y oscuro. Las lechuzas y los cuervos aderezaban el invernal silencio, seguramente resguardados desde algún árbol o resquicio en las piedras. O tal vez se reían de mí.</p><p style="text-align: justify;">Apenas entramos a la habitación, dimos rienda suelta a tanto deseo contenido por la distancia. El tiempo se detuvo. Tal vez también mi voluntad. Solo podía verla, admirarla, procurarla. Lemont se disolvió de mi mente. Estaba dispuesto a seguirla a donde le diera la gana. </p><p style="text-align: justify;">Y eso hice. Acepté quedarme con ella en aquel paraje incomunicado. Dejé pasar el boleto de tren, el trabajo en Lemont, los planes que según yo tenía para mi futuro. Ahora no había otro futuro que ella. Ella...</p><p style="text-align: justify;">—Lily—le dije al oído mientras la abrazaba frente al ventanal—. Cásate conmigo.</p><p style="text-align: justify;">—¿Sabes por qué me fui hace un año? —respondió con otra pregunta, como era su costumbre. La noté ensimismada.</p><p style="text-align: justify;">—Por lo de tu hermano, ¿cierto? Al retiro emocional...—intenté reubicarnos en lo que suponía nos ocupaba.</p><p style="text-align: justify;">Nunca olvidaré el silencio que envolvió la escena. Ese tipo de silencio agorero, malvado, alevoso.</p><p style="text-align: justify;">—No fui a ningún retiro, Marcos.</p><p style="text-align: justify;">Me aparté de ella. Me abandonaron las fuerzas. Siguió hablando sin voltear. Mantuvo aquella mirada fría sobre el paisaje nevado.</p><p style="text-align: justify;">—Una semana antes de nuestra despedida, conocí a un hombre por casualidad mientras buscaba tu obsequio de Navidad. Me sentía perdida en el departamento de caballeros. Él estaba mirando corbatas, y se ofreció a ayudarme. Te mentí desde ese momento, porque le dije que buscaba un regalo para mi hermano. Entre los dos escogimos una bonita bufanda de lana y unos guantes de piel. Hacía mal tiempo, y me invitó a tomar un té. Pasamos conversando toda la tarde. Como juego, pedimos decir algo inconfesable uno del otro. ¿Sabes qué fue lo que me dijo, Marcos? Que hacía dos años él y su mejor amigo habían hecho una apuesta. </p><p style="text-align: justify;">Encendí un cigarrillo. Comenzó a nevar. Eché lentamente algunos troncos a la chimenea. Tomé una frazada y la puse sobre los hombros frágiles de Lily. Serví un whisky doble y lo bebí de un sorbo.</p><p style="text-align: justify;">—Resulta que la apuesta consistía en ver quién se ligaba primero a la fea secretaria del jefe. Sí, fea. Ese fue el adjetivo que Alberto usó. Dijo que en aquella época la pobre chica se peinaba como anciana y usaba unos lentes enormes y trajes pasados de moda, pero que, con una manita, podría ser atractiva. ¿Sabes qué apostaron, Marcos? Una boda. Una boda ficticia que oficiaría un actor vestido de juez. ¿Y para qué? Para ver quién de los dos sería el que dejaría abandonada a aquella chica en la noche de bodas en un lugar remoto...como este, tal vez. </p><p style="text-align: justify;">El viento lloraba entre los pinos nevados. La superficie del lago comenzaba a congelarse. Me tomé el segundo whisky.</p><p style="text-align: justify;">—Te preguntarás qué harían esos dos al volver a la oficina y verse descubiertos ante la chica. Pues tenían todo planeado, porque el contrato de aquella oficina de prensa terminaría justo antes de la boda, y la pobre engañada jamás los volvería a ver. Astuto, ¿no lo crees? La dejarían aislada en aquella cabaña en medio de una tormenta invernal que le impediría buscar a su fugitivo y falso marido. </p><p style="text-align: justify;">Lily se giró lentamente. Su rostro había perdido la candidez de antes. Sus ojos estaban congelados como el lago. Se abrigó con la frazada. Me quitó el vaso y bebió el whisky de tirón. Yo la miraba sin poder articular palabra.</p><p style="text-align: justify;">Sirvió dos copas de vino tinto y me ofreció una.</p><p style="text-align: justify;">—Prefiero brindar con tinto, si no te importa—dijo con sarcasmo—. Por nosotros, por este bello paisaje nevado, por nuestro futuro.</p><p style="text-align: justify;">Chocamos las copas. Ella bebió el Chianti como si fuera agua.</p><p style="text-align: justify;">Minutos después, caí desvanecido en la sofá. Todo me daba vueltas, incluyendo el pasado y mis malas decisiones. No recuerdo más. Solo el rostro de Lily a través del humo de lo que sea que había echado al vino. Me dejaría atrapado en medio de la tormenta. Si hubiera tenido lucidez, la habría felicitado por ejecutar en forma tan limpia su ansiada venganza. No quedaba nada de la chica de anteojos y trajes deslucidos. Yo había robado su ingenuidad, y no podía resarcir mi osadía. En su lugar, había gestado un ser de ojos fríos y movimientos calculados. Ya podía estar orgulloso. </p><p style="text-align: justify;">Los humores de la droga me dejaron sin voluntad. Tal vez fue una revancha justa...no lo sé. </p><p style="text-align: justify;">Desperté con el cuerpo entumido de pies a cabeza. Mi corazón latía lentamente, como un reloj acompasado y viejo. La corriente del lago me movía de un lado a otro, hundiéndome sin piedad. Pude abrir los ojos, y apenas distinguí la ondulante imagen de Lily a través de la capa de hielo que se formaba con rapidez. </p><p style="text-align: justify;">Nada pude hacer, sino soñar con aquellos ojos claros. ¡Lo siento, Lily! ¡Lo siento...!</p><div style="text-align: justify;"><br /></div>@lixysolhttp://www.blogger.com/profile/10670984092904743549noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6082751516177103680.post-64471046717160889972020-12-26T22:12:00.003-08:002020-12-27T13:22:34.997-08:00#ProsaEspontánea #relato #drama<p><span style="color: #800180; font-size: large;"><b>Uvas amargas</b></span></p><p>@lixysol</p><p style="text-align: justify;">Era una casa llena de sombras y nostalgias. Un halo de misterio y dulce decadencia envolvía cada una de las habitaciones y patios. Los ecos de fiestas pretéritas, con sus risas y bailes, resonaban al compás del viejo reloj de péndulo, cuyas precisas campanadas disolvían la barrera entre sueño y realidad.</p><p style="text-align: justify;">Las diez. Entre las altas sombras proyectadas sobre la escalera de parquet, el mayordomo y único asistente de la dueña, apareció con una charolilla de plata pulida. Un servicio de té y pastillas —el cotidiano— estaba dispuesto con esmero.</p><p style="text-align: justify;">Elena sirvió su té casi en forma mecánica. Ingirió las tres píldoras y se sentó en el sofá de un antaño rojo bermellón aterciopelado. </p><p style="text-align: justify;">—Hasta mañana, señora. Que descanse —Mario se despidió sin esperar respuesta. Estaba acostumbrado a los silencios.</p><p style="text-align: justify;">Ella se quedó dormida sin ninguna resistencia. Lo último que pensaba era que la medicina estaba hecha para ello, así que se dejaba hacer. El psiquiatra le insistía en enfrentar a sus demonios, pero Elena prefería sacarles la vuelta, viajar con la mente a sus glorias pasadas, a sus amores intrépidos, a la vida adolescente en aquel lejano viñedo en el que se había criado con sus abuelos maternos. Ahí, entre surcos y aspersores, saboreaba los besos de Toni, su primer amor. Eso hasta que el abuelo los sorprendió y prohibió al chico acercarse de nuevo. Elena decidió entonces que buscaría su propio destino, y escapó esa misma noche hacia la ciudad. </p><p style="text-align: justify;">Los rascacielos y los autos le dejaron embobada. Con dieciséis años y una pequeña valija de cuero entre las manos, recorrió sin rumbo el centro turístico. Un cartel en algún restaurante le hizo solicitar un empleo del que no tenía idea, pero que consiguió en un pestañeo. </p><p style="text-align: justify;">Cuatro meses fue camarera aquella chica de ojos verdes y cabello castaño. Un cliente asiduo, director de cine, la invitó a una prueba para un personaje secundario de la película que filmaba. Contra los pronósticos, Elena dio muestra de su capacidad histriónica y consiguió el papel principal. De la noche a la mañana, su nombre relucía en marquesinas y autobuses. </p><p style="text-align: justify;">Seis años después, no podía salir a la calle sin que alguien la reconociera, le pidiera un autógrafo o una fotografía. Se comprometió con su pareja cinematográfica, el galán de moda. La vida no podía ser mejor, o eso creía.</p><p style="text-align: justify;">Ese mismo otoño, el prometido le fue infiel con otra actriz principiante. La noticia dio vuelta a las principales ciudades, mientras Elena caía en una profunda depresión que la llevó al psiquiatra. Tres matrimonios fallidos, el diagnóstico de no poder ser madre y el paso inexorable del tiempo la hundió poco a poco en la soledad, hasta terminar todas las noches en aquel sillón rojo, aturdida con pastillas y recuerdos. </p><p style="text-align: justify;">Las campanadas del reloj dando las siete la trajeron a la realidad. Tambaleante, caminó a la cocina. Mario ya le había servido el desayuno.</p><p style="text-align: justify;">—¿Los periódicos? —preguntó Elena, molesta.</p><p style="text-align: justify;">—Señora, hoy no debería leerlos —advirtió el mayordomo en tono indulgente—. Coma algo, le preparé las crepas que le gustan.</p><p style="text-align: justify;">—¡Los periódicos! —exclamó ella sin miramientos.</p><p style="text-align: justify;">Mario acercó tres ejemplares a la mesa y se retiró.</p><p style="text-align: justify;">Apenas posó la vista en los titulares, la actriz comenzó a llorar amargamente. El amor de su vida y quien le había hecho sufrir tanto, se casaba por sexta vez con una joven cantante.</p><p style="text-align: justify;">Tomó con rabia el periódico, agitando todas las hojas. Cayó al piso un sobre blanco, etiquetado para ella. Mario no había tenido valor de dárselo en persona.</p><p style="text-align: justify;">—¡Y me invita! —gritó al infinito—. ¡El muy imbécil me envía la invitación a su sexta boda! ¡Idiota sería yo si fuera! </p><p style="text-align: justify;">Sacó una botella de whisky de la alacena y echó un poco al café. </p><p style="text-align: justify;">—¿Sabes qué, Armando? ¡Iré! ¡Me voy a plantar en la iglesia y te echaré abajo el teatro! ¡Soy actriz! ¡Y de las buenas!</p><p style="text-align: justify;">Unas horas después, Elena entraba a la ceremonia ataviada con un elegante vestido. Intentó ignorar las miradas de algunos invitados. Se sentó en su sitio y aguardó el momento para atacar, como una depredadora felina ante la manada de zebras.</p><p style="text-align: justify;">La sangre que le hervía desde hacía treinta años se convirtió en agua tibia cuando la novia entró a la iglesia. El padre orgulloso que la llevaba del brazo era Toni, el chico del primer beso entre los viñedos.</p><p style="text-align: justify;">Elena se mantuvo ecuánime durante toda la ceremonia. Sentía el corazón batiente y tierno, como si volviera a tener dieciséis. Al final, hasta se acercó a felicitar a Armando. </p><p style="text-align: justify;">Entre el tumulto de invitados despidiendo a los novios, Elena escuchó una conocida voz al oído.</p><p style="text-align: justify;">—¿Te permitirá tu abuelo ahora salir con un viudo que aún cultiva uvas sin dejar de pensar en ti?</p><p style="text-align: justify;">FIN</p><p style="text-align: justify;"><br /></p>@lixysolhttp://www.blogger.com/profile/10670984092904743549noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6082751516177103680.post-8704859225282765252020-12-25T18:47:00.000-08:002020-12-25T18:47:18.545-08:00#MismoInicioDiferenteFinal #relato #terror #misterio<p style="text-align: justify;"><b style="font-size: x-large;">Días de oscuridad</b></p><p style="text-align: justify;">Por: @lixysol</p><p style="text-align: justify;">Para el reto #MismoInicioDiferenteFinal </p><p style="text-align: justify;">--------------------------------------------------------------</p><p style="text-align: justify;"><i>La luna brillaba esplendorosa en aquella noche invernal. Los dos se miraron, preguntándose qué hacer ante el panorama que se les presentaba. Frente a ellos</i>, la ciudad completamente en tinieblas. Solo las pinceladas de luz plateada de la luna dejaban ver resquicios de la realidad. </p><p style="text-align: justify;">Marisa y Fernando hacían sobremesa en el balcón, consumiendo con rapidez la última botella de merlot. La cena por su segundo aniversario había transcurrido casi en silencio y bajo la fúnebre luz de una vela de emergencia. </p><p style="text-align: justify;">—Espero que restablezcan pronto la electricidad—murmuró Marisa mientras encendía un cigarrillo—. Esta oscuridad me pone nerviosa.</p><p style="text-align: justify;">—No es la oscuridad lo que te tiene así—replicó él, sirviéndose el residuo de vino—. Yo también estoy inquieto, pero no te preocupes. Todo saldrá como lo planeamos. </p><p style="text-align: justify;">Marisa echó una profunda bocanada de humo. Intentaba creer en las palabras de su esposo, pero le resultaba difícil. Lo que habían hecho era grave. </p><p style="text-align: justify;">—Muy grave. Es muy grave...—dijo en voz baja.</p><p style="text-align: justify;">—Ya no le des más vueltas. En cuanto llegue la luz lo sacamos en el bote grande de basura, y adiós —afirmó Fernando.</p><p style="text-align: justify;">—¿Por qué tuvo que ser el portero precisamente? Todos notarán su ausencia...sobre todo la del 2B. Esa mujer intrigosa y entrometida...no podré verle a los ojos.</p><p style="text-align: justify;">Fernando tomó de los hombros a su mujer, mirándola fijamente.</p><p style="text-align: justify;">—Escucha, no dejes que te traicionen los nervios. Ese tipo intentaba lastimarte cuando llegué. Eso por fortuna, o quién sabe con qué escena me habría encontrado de tardarme un poco más. </p><p style="text-align: justify;">—Tú solo le golpeaste, fui yo la que...</p><p style="text-align: justify;">—¡Calla! —advirtió Fernando—. Quedamos en que seguiríamos nuestra vida normal. Ya han pasado dos días, y el cuento de las vacaciones del portero ha colado. Ahora todo es conservar la ecuanimidad, ¿está bien?</p><p style="text-align: justify;">Marisa entró al salón. Se quedó pensativa.</p><p style="text-align: justify;">—¿Y si aprovechamos la oscuridad? Es día festivo y no hay nadie en el edificio, excepto la del 2B. Si nos espía, verá a un matrimonio feliz sacando la basura. ¿Qué dices?</p><p style="text-align: justify;">Fernando cerró la puerta del balcón y se dirigió sin pausa hacia el cuarto de servicio. Abrió la tapa del refrigerador de carnes y, tomando aire, sacó un gran bulto congelado, lo envolvió en plástico y lo echó al bote de basura. </p><p style="text-align: justify;">—Y qué bueno que tiene rueditas esta cosa, que si no, cómo lo llevaríamos...</p><p style="text-align: justify;">Marisa ayudó a su esposo a bajar el bote. En el segundo piso, un ojo inquisidor parpadeó a través de la mirilla de cristal. Los enamorados se besaron con pasión en el descanso de la escalera hasta cerciorarse de que el ojo se había ido. Luego siguieron con la sinfonía de golpeteos hasta la puerta de servicio. </p><p style="text-align: justify;">El camión recolector de basura llegó en ese instante, casi como un cancerbero moderno, en medio de la negritud nocturna. La pareja aprovechó para echar rápidamente el bulto al contenedor de reciclaje justo antes de que fuera volcado al camión. Ambos se quedaron mirando la escena desde las sombras, intentando dejar salir el suspiro de alivio que tanto necesitaban, pero la tensión era tremenda. </p><p style="text-align: justify;">El vehículo se alejó por la calle. Sus intermitentes parecían ojos bermellones, únicos testigos de lo ocurrido.</p><p style="text-align: justify;">Marisa y Fernando subieron escalón por escalón, despacio y en silencio. Al pasar por el 2B, la vecina les salió al paso.</p><p style="text-align: justify;">—¿Ya no alcancé el camión? —preguntó con tono sarcástico, sosteniendo en las manos dos bolsitas plásticas.</p><p style="text-align: justify;">—No, lo siento—contestó Fernando con sonrisa fingida.</p><p style="text-align: justify;">—Vaya golpeteo el que traían, ¿eh? Al menos ochenta kilos de basura llevaban...¿o serían noventa?...</p><p style="text-align: justify;">Marisa y Fernando se miraron de reojo. Sin decir palabra, cercaron a la vecina hasta hacerla entrar en el apartamento.</p><p style="text-align: justify;">—Después de todo, tal vez sí alcance usted el camión—afirmó Marisa, al tiempo que llegaba la electricidad.</p><p style="text-align: justify;">FIN</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p>@lixysolhttp://www.blogger.com/profile/10670984092904743549noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-6082751516177103680.post-52058773497657202292020-11-13T15:05:00.007-08:002020-11-13T15:36:16.324-08:00#relato #terror<p> <span style="color: #2b00fe; font-size: large;"><b>El tren de las doce</b></span></p><p><span style="font-size: medium;">Leí por segunda vez la carta en la que se me informaba sobre el deceso de una tía hasta el momento desconocida. Sin haber más familiares, debía ir al sepelio. El tren era bastante antiguo aunque cómodo y limpio. Revisé la ruta. Quedaban dos estaciones para llegar a mi destino. Preparé el somero equipaje. El vagón estaba casi vacío. Las tres personas restantes bajaron en la siguiente estación, así que me tocó llegar en solitario hasta la terminal.</span></p><p><span style="font-size: medium;">Una vieja estación me recibió entre la bruma de la mañana. El frío me calaba hasta los huesos a pesar del abrigo. Entré sin pensarlo al modesto café que sobrevivía con los pocos visitantes a tierra tan inhóspita. Las mesas estaban vacías. Un hombre con semblante adusto me atendió.</span></p><p><span style="font-size: medium;">—¿Café? —preguntó sin mirarme, del otro lado de la barra.</span></p><p><span style="font-size: medium;">—Por favor. Dos de azúcar —contesté apenas, con la mandíbula casi congelada.</span></p><p><span style="font-size: medium;">Me senté en la barra, dejé la mochila a un lado y sin decir más, bebí con ganas el café humeante. El hombre secaba tazas y vasos en forma mecánica.</span></p><p><span style="font-size: medium;">—Disculpe, ¿queda mucho para Villa Dolmen?</span></p><p><span style="font-size: medium;">El hombre dejó los casos y me miró con extrañeza.</span></p><p><span style="font-size: medium;">—¿Dolmen? ¿Donde están las piedras malditas? ¡Ahí ya no vive nadie! —exclamó—. Bueno, hasta antier solo quedaba la bruja, pero ha muerto.</span></p><p><span style="font-size: medium;">—¿La bruja...? —repetí casi por inercia.</span></p><p><span style="font-size: medium;">—Roberta, la bruja que hacía sus conjuros en las piedras. De muchos pueblos venían a verla, pero dicen en el pueblo que tenía un pacto con el diablo. Atraía personas para robarles el alma a cambio de vida eterna. Claro está que no le funcionó el dichoso pacto.</span></p><p><span style="font-size: medium;">Me quedé petrificada ante las palabras del hombre. No podía creer que la tía Roberta hubiera hecho todo aquello.</span></p><p><span style="font-size: medium;">Pagué el café y tomé mi mochila.</span></p><p><span style="font-size: medium;">—No sé qué la lleve hasta ese sitio, pero le sugiero que no tarde en regresar a la ciudad. No hay nada bueno por esas tierras —me aconsejó el hombre—. Siga caminando por el sendero empedrado hasta la montaña. En unos veinte minutos llegará.</span></p><p><span style="font-size: medium;">Salí del café con un extraño presentimiento. Aún así, seguí las indicaciones. Los rayos del sol pegaban fuerte ya sobre la sierra cuando llegué a Villa Dolmen, un diminuto pueblo montañés con apenas ocho o diez casas de piedra y tejos marrones. Los senderos estaban desiertos. En ninguna vivienda se veía luz encendida. Finalmente, en la última casa, el humo de la chimenea me indicó alguna presencia.</span></p><p><span style="font-size: medium;">Justo frente a la puerta, dos enormes piedras planas con una más por encima formaban una especie de arco antiquísimo. </span></p><p><span style="font-size: medium;">Entré a la casa sin saber qué esperar. En el centro de lo que parecía un salón, el féretro cubierto con unas extrañas rosas negras y seis o siete personas de luto alrededor. Una de ellas se me acercó y me abrazó con efusión.</span></p><p><span style="font-size: medium;">—Tú debes ser Marina, la sobrina nieta de nuestra querida Roberta. ¡Cuánto lo siento! Ha sido una tragedia. Ella era amiga, maestra...Eres justo como te describió. </span></p><p><span style="font-size: medium;">Me quedé sin palabras. La tía Roberta y yo nunca nos vimos. ¿Cómo podía conocerme?</span></p><p><span style="font-size: medium;">—Pero pasa, pasa —la mujer me tomó del brazo y me invitó a sentarme cerca del féretro, tomó mi mochila y la colocó sobre el sofá, me ofreció una taza de lo que parecía té de algo.</span></p><p><span style="font-size: medium;">Las demás personas, hombres y mujeres, me miraron de forma extraña, para continuar con sus rezos en silencio.</span></p><p><span style="font-size: medium;">—Están concentrados ahora, pero son muy amables —dijo la mujer, ofreciéndome un plato con galletas—. Come, come, que vienes de lejos. No tarda en llegar el cortejo. Ahora vuelvo.</span></p><p><span style="font-size: medium;">La mujer salió de la casa. Me quedé en silencio, sin saber qué hacer. Por impulso, me levanté y acerqué al féretro, con la intención de presentar mis respetos a la tía Roberta. Uno de los hombres de luto me salió al paso y lo impidió.</span></p><p><span style="font-size: medium;">—Ella no quería ser vista durante la transición—murmuró viéndome a los ojos—. Son costumbres de nuestra fe. Espero que lo comprendas.</span></p><p><span style="font-size: medium;">—Claro, yo solo...</span></p><p><span style="font-size: medium;">La mujer entró a la casa y anunció que el tiempo había llegado. Todos se levantaron y, sin más, cargaron el féretro hacia el arco de piedra. </span></p><p><span style="font-size: medium;">Mi asombro fue tremendo al observar una pira de ramas secas justo al lado de las piedras. El féretro fue colocado por encima. Quitaron las rosas. Vaciaron un pequeño tonel de gasolina sobre la caja. </span></p><p><span style="font-size: medium;">—¡Oigan! —grité con indignación—. ¿Qué pretenden? ¡Eso no se debe...</span></p><p><span style="font-size: medium;">—¡Silencio! —me advirtió la mujer de antes, con un semblante totalmente cambiado. La dureza de su mirada me atemorizó—. ¡Niña estúpida! ¡Roberta era la maestra de esta comunidad! ¡La gran bruja! ¡Los demonios la dominaron al final! </span></p><p><span style="font-size: medium;">—¿El pacto con el diablo? —dije casi sin querer, recordado al dueño del café.</span></p><p><span style="font-size: medium;">—¡Gracias a eso, Roberta vivió 460 años! Pero ya no quiso darle almas al diablo y él envió a sus demonios para atormentarla...Nosotros intentamos protegerla de su mala decisión de juventud, pero no pudimos hace más...</span></p><p><span style="font-size: medium;">Uno de los hombres encendió un manojo de varas.</span></p><p><span style="font-size: medium;">—¡No! ¡Están locos! —grité con desesperación—. ¡Me la llevaré a la ciudad, y le daré cristiana sepultura!</span></p><p><span style="font-size: medium;">—¡No entiendes nada! —vociferó la mujer, reteniéndome del brazo con inusitada fuerza—. ¡Su alma está maldita! ¡La única forma en que no se condene por toda la eternidad, es quemar su cuerpo! </span></p><p><span style="font-size: medium;">El hombre echó la llama al féretro. En cuestión de segundos, todo ardió. </span></p><p><span style="font-size: medium;">Me quedé sin palabras y sin fuerzas, observando aquella acción pagana. Después, reaccioné y lo único en que pensé fue escapar de esa pesadilla. </span></p><p><span style="font-size: medium;">Comencé a correr montaña abajo. La niebla caía rápidamente sobre el sendero.</span></p><p><span style="font-size: medium;">—¡No podrás escapar! —me gritó la mujer—. ¡Roberta tomará tu cuerpo para volver, y tu alma será del diablo! ¡Ese fue el último trato!</span></p><p><span style="font-size: medium;">Seguí corriendo sin parar hasta llegar a la estación. Entré de golpe al café para pedir ayuda. </span></p><p><span style="font-size: medium;">Todo era un mal sueño. Allí no había nada, ni nadie. Los muebles estaban desvencijados y rotos. El abandono parecía ser desde hacía décadas. </span></p><p><span style="font-size: medium;">Salí corriendo hasta el andén. En la pizarra se leía que el próximo tren era el de las doce. Respiré aliviada. Eran las once y cincuenta. Pronto volvería a casa y olvidaría aquella locura.</span></p><p><span style="font-size: medium;">Escuché el pitido de la locomotora. Suspiré hondo. Por fin.</span></p><p><span style="font-size: medium;"><br /></span></p><p><span style="font-size: medium;">El tren llegó a tiempo. Subí rápidamente y me senté. El vagón estaba vacío. </span></p><p><span style="font-size: medium;">La máquina inició su marcha. Por la ventana se fue quedando atrás la estación, la montaña, la columna de humo negro que sobresalía entre los árboles. Cerré por un momento los ojos, pero me quedé dormida.</span></p><p><span style="font-size: medium;">Cuando desperté, miré el reloj. Las manecillas no se habían movido de sitio. Seguían siendo las doce. Pensé que se habría dañado con la carrera en la montaña, así que no le puse importancia. Miré por la ventana, y supe que algo muy extraño ocurría. El tren no hacía parada en ninguna estación. </span></p><p><span style="font-size: medium;">El hombre de los boletos pasó a mí lado sin pedirme nada. </span></p><p><span style="font-size: medium;">—¡Oiga! ¡Perdone! ¿A qué hora llegaremos a la ciudad?</span></p><p><span style="font-size: medium;">—Nunca, señorita —dijo tranquilamente—. Este tren es donde viajan eternamente las almas que el diablo cobra por sus favores. Alguien allá afuera habrá tomado ya su cuerpo, seguro. </span></p><p><span style="font-size: medium;">El hombre desapareció en la siguiente puerta sin mirar atrás. Corrí por todos los vagones buscando una salida, pero no hallé ninguna. </span></p><p><span style="font-size: medium;">No sé cómo, pero estoy segura que he viajado en este tren por siglos, y en mi reloj, siguen siendo las doce en punto.</span></p><p><span style="font-size: medium;">FIN</span></p><p><span style="font-size: medium;"><br /></span></p>@lixysolhttp://www.blogger.com/profile/10670984092904743549noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6082751516177103680.post-20899738855201388962020-06-10T17:33:00.003-07:002020-06-10T17:34:41.007-07:00#MismoInicioDiferenteFinal<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
</div>
<span style="font-size: x-large;"><b>Vidas robadas</b></span><br />
(Inicio base del reto de @MaruBV13 y @AliciaAdam16)<span style="font-size: x-large;"><b> </b></span><br />
<br />
<br />
<div style="text-align: justify;">
<i>Jean caminaba a paso rápido sin destino. Las nuevas cerraduras le hacían casi imposible su trabajo. Y es que Jean era un ladrón de casas? Pensaba en su opciones cuando de pronto la vio...Una puerta con las llaves puestas. Se detuvo y se giró buscando al dueño, pero no había ningún alma en la calle. Giró la llave y entró a una vivienda que parecía vacía.</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: x-large;"><b>I. Un precio para el alma</b><i><b> </b></i></span></div>
<div style="text-align: justify;">
Por: @lixysol</div>
<div style="text-align: justify;">
<i><br /></i></div>
<div style="text-align: justify;">
El recibidor lucía desvencijado, aunque luminoso. El parquet crujió bajo los pasos de Jean. Una sensación extraña lo invadió. La envolvente soledad de un sitio ajeno lo puso mal. A punto estuvo de salir corriendo antes de que algún vecino se percatara de su presencia y llamara a la policía, pero el olfato sabueso que había pulido con los años le indicó que allí había algo grande.</div>
<div style="text-align: justify;">
El sol caía lentamente y, con él, los raudales de luz. La casa se quedó en penumbra. Jean encendió la pequeña lamparilla que llevaba en el bolsillo y la enfocó hacia todos lados. De pronto, supo que debía ir al sótano.</div>
<div style="text-align: justify;">
La puerta de madera rechinó largamente. La cerrada oscuridad del interior fue sableada por las líneas ambarinas de la lámpara. Jean bajó despacio los diez escalones, y se encontró con un bello retablo de oro, adornado con extrañas figuras religiosas que jamás había visto. En el centro, un baúl de madera preciosa se ofrecía como el premio mayor. </div>
<div style="text-align: justify;">
Jean no perdió tiempo e intentó abrir aquel tesoro. Luego de varios raspones con la ganzúa, el broche cedió. Los ojos del ladrón brillaron como estrellas. En el interior, decenas de doblones de oro le hicieron soñar en unos segundos con la vida que siempre había querido. Dejaría de robar casas, de arriesgarse en medio de la noche, de huir. Sin embargo, una voz grave le sacó de aquella ilusión. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgzurhi1EodSe86ehxu9ifBwRFoWmZi9SzPJDL9c6WxMVtwgIH5eJudwmjj-3Mr_UYt42lVPswANsVu00gJZArjwkrphkJ8ijFk-Yv1RJnOe5StC6d3jwbbOgQ1qzluxHwju41vb8quNhAA/s1600/treasure-76214_640.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="480" data-original-width="640" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgzurhi1EodSe86ehxu9ifBwRFoWmZi9SzPJDL9c6WxMVtwgIH5eJudwmjj-3Mr_UYt42lVPswANsVu00gJZArjwkrphkJ8ijFk-Yv1RJnOe5StC6d3jwbbOgQ1qzluxHwju41vb8quNhAA/s400/treasure-76214_640.jpg" width="400" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Foto: Pixabay</td></tr>
</tbody></table>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Te daré todo si haces algo por mí—dijo el hombre cuyo rostro no se apreciaba.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Lo que quieras — afirmó Jean sin siquiera parpadear.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Dame tres almas y ese tesoro será tuyo. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Jean tragó saliva. Volvió la cabeza para ver a su interlocutor. La figura portaba una capa larga y sombrero de ala ancha. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Soy de pocas palabras. Dime si aceptas o no —advirtió el siniestro.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Jean aceptó el trato. Como muestra de su posible fortuna, el hombre le regaló tres doblones, los mismos que vendió por una buena cantidad. Al día siguiente pagó todas su deudas, compró un auto y salió de fiesta. Se sentía invencible. Y pensaba en los demás doblones...</div>
<div style="text-align: justify;">
Entró a un bar y se embriagó. Dos tipos intentaron atracarlo a la salida, pero Jean, con una fuerza indescriptible, les arrancó la vida a golpes. Volvió a casa y durmió el día entero. Cuando despertó, fue sin más a la casona. El hombre siniestro le esperaba en el recibidor. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Me falta una —dijo con rispidez.</div>
<div style="text-align: justify;">
—No sé cómo, pero lo haré. Ese oro será mío. Hoy saldré de nuevo y...</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Silencio! —exclamó el hombre—. Dije "me falta una". Es decir, la tercera alma la decido yo. Y quiero la tuya. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Una explosión silenciosa de luz y azufre llenó la casa. El hombre siniestro se puso el sombrero y salió sin prisa del domicilio. Como toque final, dejó las llaves puestas.</div>
<div style="text-align: justify;">
FIN.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<i><br /></i></div>
<div style="text-align: justify;">
<i> </i></div>
@lixysolhttp://www.blogger.com/profile/10670984092904743549noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6082751516177103680.post-31466605691506364242020-06-07T19:44:00.000-07:002020-06-07T19:44:50.135-07:00#relato #terror<b><span style="color: red;"><span style="font-size: x-large;">Una sed distinta</span></span></b><br />
Por: @lixysol<b><span style="color: red;"> </span></b><br />
<br />
<div style="text-align: justify;">
El auto derrapó frente a aquella casona lúgubre. La tormenta arreciaba, y una noche cerrada se cernía sin piedad. Armando bajó del coche para intentar desatascarlo, pero no lo logró. Las llantas traseras estaban totalmente hundidas en el fango. Un rayo cayó muy cerca, dejándole un poco asustado. Vaya día en que había decidido aceptar un nuevo empleo tan lejos de casa. Los aullidos de los coyotes en la sierra que rodeaba al pueblo le helaron la piel. Sin pensarlo más, caminó hacia la casona y pegó dos veces con la aldaba en forma de gárgola. Una misteriosa mujer abrió el portón y se quedó en silencio, observando a detalle a tan inesperado visitante.</div>
<div style="text-align: justify;">
<b><span style="color: red;"></span></b><br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Perdone —dijo Armando—. Mi auto se ha quedado atascado en la encrucijada, y necesito una grúa. ¿Sabe de alguien cercano...?</div>
<div style="text-align: justify;">
—No tengo auto —advirtió ella, apenas dejando ver el rostro detrás de una capucha de terciopelo negro—. Pero hay una guía local en el buzón. Déjeme ver...mire, aquí tiene. Aunque no creo que encuentre a alguien disponible. Es Noche de Brujas y todo el pueblo se ha ido a la ciudad para los festejos.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Genial —rumió Armando—. Me había olvidado hasta de la fecha que es. Acepte un consejo: nunca cambie de trabajo en Halloween. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Ella sonrió un poco. El viajero sacó de su bolsillo un cigarro y lo encendió. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Supongo que tampoco servirá preguntar si la pensión Del Valle está abierta, ¿Cierto?</div>
<div style="text-align: justify;">
—Supone usted bien —dijo la mujer—. Los dueños son los organizadores del desfile. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Armando temblaba de frío. La mujer se percató de ello.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Ande, pase. Un café le hará bien. Después de medianoche todos volverán y usted podrá arreglar sus asuntos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El hombre accedió sin mucha resistencia. La verdad era que la palabra café le resultaba todo un lujo en aquellas condiciones.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La casa parecía detenida en otra época, con alfombras persas y pesados cortinajes rojos. Los muebles labrados, la cristalería impoluta, los candelabros de latón y la media luz que otorgaban decenas de velas integraban aquel extraño escenario. La mujer fue a la cocina y volvió con una bandeja plateada. La vajilla era muy fina, y el café olía exquisito. Armando se sentía como en una película. Fue entonces cuando la mujer se quitó la capucha y sirvió el café. Un rostro extremadamente pálido y bello se vislumbró entre los claroscuros de las velas.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Hace unas horas se fue la electricidad, espero que no le incomode —dijo ella mientras ofrecía la taza al visitante—. En lo personal, a mí me gusta la oscuridad. Es como volver a otro siglo, en donde ningún artefacto electrónico distraía a las personas.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Interesante argumento —comentó Armando, disolviendo los cubitos de azúcar—. Disculpe mis modales. Mi nombre es Armando Stern, soy arquitecto y he venido a trabajar en la restauración de la catedral. Mañana debo entrevistarme con el equipo en la ciudad. ¿Puedo preguntar su nombre?</div>
<div style="text-align: justify;">
—Si se va mañana, ¿Qué sentido tiene? No se ofenda. Con los años uno aprende a no crear lazos...</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjXTtwAY37Ahel29m3U8M_rwG8lhW3qv8gQehS0xcsIlzBdC-xVZLNBps3-W3qiBjBjE3dGot1c13d-t3PlMpzSSxfAJJsm6RTsdn5Sg05NLf3VO-bZewU-6iLn0G5DK0UO7LmruIydclYD/s1600/woman-885848_640.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="640" data-original-width="426" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjXTtwAY37Ahel29m3U8M_rwG8lhW3qv8gQehS0xcsIlzBdC-xVZLNBps3-W3qiBjBjE3dGot1c13d-t3PlMpzSSxfAJJsm6RTsdn5Sg05NLf3VO-bZewU-6iLn0G5DK0UO7LmruIydclYD/s400/woman-885848_640.jpg" width="266" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Foto: Pixabay</td></tr>
</tbody></table>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Se hizo un silencio en la habitación. Armando recordó de súbito el reciente fallecimiento de su prometida. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Y, ¿por qué no ha ido al festejo de Halloween? —atinó a decir el arquitecto, para distraer la atención.</div>
<div style="text-align: justify;">
—No me gustan las aglomeraciones. Se que no soy común, pero es mi esencia... páseme su chaqueta. La pondré en la chimenea para que se seque.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Armando tuvo cerca por un instante a la mujer. Era tan enigmática, elegante y sutil...</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Usted no bebe café? Está riquísimo.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Prefiero el vino...tinto —confesó ella al tiempo de abrir una botella de la cava—. Siento no poder invitarle una copa, pero es un vino especial que me envían de Europa, y he de dosificarlo en beneficio de mi salud.</div>
<div style="text-align: justify;">
—No se preocupe, yo no bebo —dijo Armando, un tanto intrigado—. Yo con este café delicioso tengo más que suficiente. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Ella sonrió. Dejó la copa de vino a medias sobre la chimenea y llevó la bandeja del café a la cocina. Armando, en un impulso, probó un poco de la bebida. Tuvo que hacer un esfuerzo para no vomitar. Aquello no era licor.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La mujer volvió con más café y algunos panecillos. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Con el viaje le habrá dado hambre —dijo casi con ingenuidad.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Muchas gracias —replicó Armando, tragando en dos mordidas uno de los panes. El sabor metálico que le había dejado la bebida roja se diluyó poco a poco—. Ya pasan de las doce y la tormenta ha cedido, así que, si no le molesta, volveré a mi auto y esperaré allí a los del hotel. Agradezco su hospitalidad, en serio...</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Armando sintió de repente cómo la habitación giraba a su alrededor. A la mañana siguiente, despertó en su auto, con un dolor de cabeza terrible y mucha sed. No recordaba cómo había llegado allí. Se miró en el retrovisor. Vaya cara, pensó. Más pálido que un papel. De reojo observó hacia la casona. La mujer estaba arreglando las flores de la entrada. Armando volvió la vista hacia el espejo, en el que solo estaba él. Asustado, miró a un sitio y a otro, verificando que la mujer no tenía reflejo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El dolor de cabeza le mataba, pero fue el ardor de una pequeña herida en su cuello el que le hizo quedarse casi petrificado.</div>
<div style="text-align: justify;">
FIN.</div>
<div style="text-align: justify;">
<b><span style="color: red;"></span></b><br /></div>
@lixysolhttp://www.blogger.com/profile/10670984092904743549noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6082751516177103680.post-67070702150531946952020-05-14T01:08:00.000-07:002020-05-14T01:08:40.200-07:00#relato #misterio<div style="text-align: justify;">
<span style="color: red;"><b><span style="font-size: x-large;">El amuleto vudú</span></b></span></div>
Liz Solórzano<br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"> Era una noche lluviosa de verano. La humedad en el aire empañaba los anteojos del doctor Dubois. Aún sin saber realmente qué le había llevado hasta el barrio francés, tocó a la puerta del viejo edificio esquinado. Una mujer de unos treinta años, de finas facciones mulatas y vestido blanco le recibió sin miramientos. El doctor pasó a una habitación medio iluminada por unos cuantos cirios. Ella cerró la puerta a contraviento. Ofreció un pañuelo al visitante para que limpiara las gafas. Atizó después la chimenea, cuyas brasas chirriaron. El reflejo del fuego puso en relieve aquellos rasgos de piel oscura y jovial. </span><br />
<br />
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjZGysPfhHwTCDI8hOf79M34AnjflxQI4TetsIkAKtxZUvngyBjoLbE_q7UnDBobe6lHAW0exK1nHENCkxNXf8pY-uEGzvpLj0-6Wpzyyih-GqkTBF7ixfhSIbwp1aQQPy5nKoQTrrN8stK/s1600/composing-2550334_640.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="360" data-original-width="640" height="360" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjZGysPfhHwTCDI8hOf79M34AnjflxQI4TetsIkAKtxZUvngyBjoLbE_q7UnDBobe6lHAW0exK1nHENCkxNXf8pY-uEGzvpLj0-6Wpzyyih-GqkTBF7ixfhSIbwp1aQQPy5nKoQTrrN8stK/s640/composing-2550334_640.jpg" width="640" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Foto: Pixabay</td></tr>
</tbody></table>
</div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Estupenda su conferencia, doctor. Me ha gustado mucho, excepto por el hecho de que haya negado la existencia de la magia vudú.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">La mujer se sentó con naturalidad en un sofá de cuero, justo frente a la chimenea. El doctor Dubois ocupó una silla.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—La vi en la última fila. No podía creer que Madame Hélène, a quien llaman la dueña de todos los secretos del vudú en Nueva Orleans, estuviera escuchando teorías científicas —dijo el doctor en tono escéptico—. Mire, aún no sé qué hago aquí. Simplemente supe que debía hablar con usted.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Tan pronto me da la razón? —preguntó ella con serenidad, sin dejar de mirar el fuego—. No puede explicar el motivo de esta visita...pero se lo diré. Yo lo he llamado para darle esto —advirtió, y extendió al doctor un pequeño saco de tela gris—. Ande, tómelo. Es un amuleto de protección. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">El doctor tomó entre sus manos el saquito, aún con recelo. Intentó abrirlo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¡No! —ordenó Madame Hélène, levantándose con presteza—. Los amuletos nunca se indagan. Tendrá que confiar en mi.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Por qué hace esto? —preguntó el hombre, un tanto desesperado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Usted será retado a duelo en breve. De no llevar este amuleto, morirá.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">El doctor Dubois palideció. Intentó disimular su miedo, pero se llevó instintivamente el pañuelo al rostro para limpiar las perlas de sudor que le brotaban. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Mi labor es científica. No debo creer en conjuros ni brujerías. Usted se burla de mí, y no lo consiento. Aquí tiene su amuleto. Me voy.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Madame Hélène se quedó en silencio. Escuchó el portazo y los pasos apresurados del doctor atravesando la acera.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Dos días después, el doctor volvió a buscar a la médium. Le contó que, en efecto, un tipo le había retado a duelo durante una partida de póker, argumentando una trampa. El reto se llevaría a cabo esa misma tarde.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Madame Hélène escuchó al doctor con toda calma. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Lo lamento mucho —dijo al final—. El Marqués de Loira, su contrincante, ha venido a pedirme un amuleto de protección y le he dado el que usted despreció. De todas formas, le deseo la mejor de las suertes. Buenas tardes. </span><br />
<span style="font-size: large;"> FIN </span></div>
@lixysolhttp://www.blogger.com/profile/10670984092904743549noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6082751516177103680.post-66779882592148441972020-04-26T19:31:00.000-07:002020-04-26T19:57:31.908-07:00#relato #brujas <span style="color: #cc0000;"><b><span style="font-size: x-large;">La hija de la hoguera</span></b></span><br />
<br />
<div style="text-align: justify;">
Por: Liz Solórzano </div>
<div style="text-align: justify;">
@lixysol<br /><br />
<span style="font-size: large;">El salón de actos estaba desbordado. Todo el pueblo había acudido al último juicio de aquel verano intempestuoso. El comendador quería darse prisa para que no hubiese ninguna bruja en Mont Noir para las fiestas de la cosecha. El otoño, como él podía deducir, les otorgaba una fuerza indescriptible. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">El secretario alzó la voz sobre el barullo, anunciando el inicio del juicio. El comendador tomó la palabra ante las miradas curiosas de los asistentes. Extendió el pergamino de acusaciones y leyó fuerte y claro. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">"En este día cuatro del año 1700 del Señor, doy fe que Pauline Scott, miembro de esta comunidad desde hace dos generaciones, ha incurrido en artes oscuras que le confieren el cargo de hechicería en agravio de Clay Higgins, quien hasta hace unas semanas se desempeñaba como próspero ebanista de este nuestro querido pueblo. Todos conocemos a Clay, y el comportamiento impoluto que ha mostrado siempre, al igual que su padre, su abuelo y bisabuelo. Grandes artistas de la madera, sus prodigiosas manos han tallado todos y cada uno de los mártires que reposan en los nichos de la iglesia. Con todo esto, quiero dar a conocer que Clay es incapaz de realizar actos indecentes.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Pasada la medianoche de hace veinticinco días, horribles gritos femeninos despertaron a los vecinos de la calle Maple, y fue Aaron el panadero quien corrió en medio del desconocido peligro hasta mi casa, para rogarme intervención. Nos dirigimos de vuelta a Maple, en donde todos estaban en medio de la calle, temerosos de volver a sus hogares por ciertos vientos helados y ruidos de ultratumba que rodeaban sus lechos de descanso. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Tras un tiempo, logré tranquilizar a los vecinos y volvieron a sus casas. Fue entonces que Aaron tuvo valor para contarme lo sucedido. Resulta que la acusada, Pauline Scott, viuda desde hace dos años y madre soltera de su hija Charlotte, había iniciado una relación impura con el hermano de Aaron, Daniel. Recordemos todos que Daniel Fritz está casado y es orgulloso padre de cuatro hermosos hijos. Pauline Scott, en su papel de cocinera y ayudante de la casa Fritz, tuvo oportunidad de envolver con artimañas y grimorios a Daniel, quien, tentado por el fuego del demonio, sucumbió a dichas artes hasta el punto de que Mirna, su mujer, descubriera el engaño, justo en la noche de relato que nos ocupa. Aaron me confió que desde su ventana vio tres sombras, presumiblemente de Daniel, Mirna y Pauline, forcejeando con violencia. Sin pensarlo, corrió a casa de su hermano pero, justo antes de entrar, unos lamentos siniestros le helaron la sangre y paralizaron. Temiendo una tragedia, dio media vuelta y fue a buscarme. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Cuando la calle estaba en calma y Aaron terminó su confesión, llamé a la puerta de Daniel Fritz, quien me abrió enfundado en su bata de cama. Afirmó estar afectado por el acoso de Pauline Scott. Dijo que, para evitar más tentaciones diabólicas, había dado por terminado su colaboración en la cocina de la casa, hecho que a Pauline no le había caído bien. Esa noche se había marchado con maldiciones y conjuros murmurados, por lo que ahora Fritz teme por su vida y la de su familia. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Pauline Scott fue inmediatamente arrestada y trasladada a la Casa Inquisitorial. Luego de días de interrogatorio improductivo, ya que ha negado todo, se le presenta ante el jurado de inquisidores. Como único familiar presente de su lado, está su hija Charlotte, de quince años, a cuidado provisional de Martha Lindon, cristiana, bibliotecaria de nuestra comunidad".</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
</div>
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjoiKlKru5QoyAVXyeDJ5FFHFizNp33k9N5z8tAHR1SaWthCmcli1UEGBuEyrgRHP5h5FXRzN5ZiTEakAyhg5S9DIjvI0bY3NDGBrKhe2zkq3kasUPXhCTdVP81ExgjNyMEDtpxFV54aKfL/s1600/girl-3901708_640.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="425" data-original-width="640" height="212" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjoiKlKru5QoyAVXyeDJ5FFHFizNp33k9N5z8tAHR1SaWthCmcli1UEGBuEyrgRHP5h5FXRzN5ZiTEakAyhg5S9DIjvI0bY3NDGBrKhe2zkq3kasUPXhCTdVP81ExgjNyMEDtpxFV54aKfL/s320/girl-3901708_640.jpg" width="320" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Foto: Pixabay</td></tr>
</tbody></table>
<br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">En un punto del juicio, John, el hijo de Daniel, declaró estar bajo el influjo de las artimañas sentimentales de Charlotte, quien con su belleza le había embrujado y no conseguía tener la mente clara. Acto seguido, se desplomó frente al inquisidor, quien tomó ese acto como prueba de brujería, y ordenó que Charlotte fuera detenida en plena sala. Sin embargo, con una actitud inesperada, Martha Lindon defendió a la joven, argumentado que, tras haberla tratado, la creía incapaz de ser parte de las artimañas de su madre, y se comprometió a cuidar y educar a la chica, poniendo en garantía su propio prestigio en la comunidad. El juez dudó largamente pero, con el afán de cerrar el caso, accedió a la petición de Martha y Charlotte fue liberada.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Salvar a una, es salvar a todas —dijo en voz baja Pauline a su hija antes de que las separaran definitivamente—. Eres la hija de la hoguera. Nunca te avergüences de quién eres ni de lo que puedes lograr con tu mente y tu corazón. Sabes perfectamente que Daniel miente, que me enamoró y que le creí de manera ingenua. Pero, ¿sabes? Tampoco tiene uno la culpa por amar a pecho abierto y que el otro se aproveche de ello. Mucho tienes por aprender, hija mía. Vendrán tiempos de libertad que tus descendientes tendrán el placer de vivir y, en ellas, yo estaré presente. No tengas culpa por haber salvado tu vida hoy. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Eso fue lo último que Charlotte escuchó de su madre. En efecto, aquella oscura época la marcó para siempre, pero, con ayuda de Martha y la instrucción académica que le brindó, logró ser aceptada en el colegio de abogados de la ciudad. Dedicó su vida a defender mujeres del cadalso. Cada vez que lograba librar al menos a una, recordaba el consejo de su madre: Salvar a una, es salvar a todas. Entonces sonreía.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
FIN<span style="font-size: large;"> </span></div>
@lixysolhttp://www.blogger.com/profile/10670984092904743549noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6082751516177103680.post-55037046039628920582019-11-02T15:05:00.000-07:002019-11-02T15:07:04.700-07:00#MismoInicioDiferenteFinal<span style="color: red; font-size: x-large;"><b>La seductora oscuridad</b></span><br />
<i><br /></i>
<br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><i>Alex odiaba cruzar por el cementerio por las noches—aunque era el camino más rápido a su casa—pero aquella noche era demasiado su cansancio y ansiaba dormir, así es que al llegar a la puerta, no lo dudó y entró al camposanto. </i></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Había caminado desde la ciudad porque su viejo Datsun '96 no encendió. Sacó una pequeña licorera de su mochila y bebió dos tragos. En aquella Noche de Muertos, el frío calaba fuerte. Decidió sentarse en un tronco a recuperar fuerzas. El viento silbaba entre los ahuehuetes y pirules, creando una tétrica sinfonía. La gente del pueblo llegaba poco a poco a visitar las tumbas de sus seres queridos entre cantos y rezos. El olor a comida y flores inundaba el lugar. Alex recordó entonces cómo había lidiado con su temor a la muerte y terminado como embalsamador de cadáveres en una elegante funeraria de ciudad. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Bebió otro trago de licor. Su mente voló hacia la infancia, en la que su hermano Alonso se había ahogado en el río del pueblo. La angustia lo envolvió de nuevo al revivir cómo había buscado con desesperación una vara para salvarlo, sin lograrlo. Desde entonces, Alex se sentía culpable de aquella pérdida familiar. Tiempo después, ya adolescente, en la clase de anatomía, le había impresionado tanto el funcionamiento del cuerpo humano que decidió estudiar enfermería. Por desgracia, la carencia económica de su casa le hizo abandonar los estudios. Con su escaso conocimiento, encontró empleo como ayudante de embalsamador en la Funeraria Vélez.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">El encuentro con su primer cadáver fue impresionante, pero en ningún momento tuvo ganas de vomitar o algo así. Al contrario, quedó fascinado ante la perfección del cuerpo humano, y de cómo se podía preservar su belleza. Con cada fallecido que llegaba a sus manos, ponía el mismo empeño que hubiera puesto con su hermano Alonso. Del aspecto dependía la tranquilidad de la familia, la dignidad última con que les despedían. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Bebió otro trago. De repente, una mano tocó su hombro. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Tienes fuego? —preguntó una hermosa mujer morena, con cabello negro azabache y un entallado vestido que adivinaba la figura escultural que poseía.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Claro —atinó a contestar Alex, intimidado por aquella extraña belleza.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Los tacones me están matando —murmuró ella en tono sensual—. ¿Puedo sentarme?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Alex se levantó de un tirón con amabilidad. La mujer se sentó y cruzó la pierna, una mano sosteniendo el cigarrillo, la otra sobando lentamente sus pantorrillas desnudas. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Ese olor a cempasúchil me da dolor de cabeza. No sé quién les dijo que hay que colocar tantas flores sobre las tumbas —se quejó en voz baja, casi en tono infantil—. ¿A quien visitas?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—A nadie —contestó Alex, ensimismado con el bello rostro de la fuereña—. Mi hermano está enterrado en otro panteón, pero nunca lo visito. Es que…no puedo creer que él esté en una fría tumba. Él vive conmigo, en mi corazón.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Haces bien —afirmó la mujer—. En las tumbas no hay más que huesos. Bien… gracias por el asiento. Debo irme. Tengo mucho trabajo todavía.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Eres artista? ¿Cantas en las tumbas?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">La mujer echó una carcajada y apagó la colilla del cigarro. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Bueno fuera... Mi trabajo es una mierda, pero alguien tiene qué hacerlo. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Cuándo podría verte de nuevo?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Pronto no será, pero si sigues atrapado en tu depresión e intentando en vano curarte con alcohol, pues…tal vez el próximo año. ¡Ah! Y escucha un consejo. Vende ese viejo coche o acabarás en un barranco. Adiós, hermoso joven.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">La mujer se encaminó hacia las tumbas, entre el gentío y los músicos. Alex intentó alcanzarla, pero no pudo. Un viento helado le cruzó el rostro. Tomó su mochila y continuó su camino, aún fascinado con la belleza exuberante de la misteriosa dama. Al fin cruzó el panteón y llegó a la puerta. Atrás dejó la algarabía y las luces. Suspiró hondamente, y se preguntó si en verdad le gustaría ver de nuevo a la mujer…o mejor no.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">FIN</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
@lixysolhttp://www.blogger.com/profile/10670984092904743549noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6082751516177103680.post-32948352491095758132019-10-12T13:01:00.001-07:002019-10-13T08:49:05.422-07:00#MismoInicioDiferenteFinal #relato #terror<div style="text-align: justify;">
<b><span style="color: #cc0000; font-size: large;">El puente de las pesadillas</span></b></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: x-small;">Relato inspirado en el reto #MismoInicioDiferenteFinal de @MaruBV13</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<i><br /></i></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>Felipe siempre había sentido que le faltaba algo y muchas noches se había sentido legítimamente mal. Su vida había sido siempre sencilla. Tenía una familia amorosa, una esposa que lo amaba, una hermosa casa y un buen empleo. Sin embargo, ese hueco que sentía en medio del pecho, cada vez era más frecuente y le producía una inmensa nostalgia por algo que no sabía qué era. Preocupado y en absoluto secreto, acudió a ver a un psiquiatra. Tal vez necesitaba ayuda profesional. El doctor Ramírez era un psiquiatra de renombre, especialista decían, en casos poco comunes. Tuvo suerte en conseguir una cita y al llegar al consultorio</i> justo antes de que cerraran durante largo tiempo por remodelación. La asistente lo hizo pasar a un despacho lleno de cajas selladas.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Usted disculpe —dijo con timidez—. En cualquier momento llegan los de la mudanza y todo es un caos. Su cita es la última. Siéntese, ahí viene el doctor. Me retiro o no hallaré transporte de regreso a la ciudad. Esta finca está en la orilla del mundo y, con la noche de brujas, hay muchos jóvenes que andan molestando a los lugareños con sus horribles disfraces. Tenga cuidado cuando salga. Buenas noches.</div>
<div style="text-align: justify;">
De inmediato entró el Dr. Ramírez al despacho. Dejó la puerta abierta; se notaba apurado. Miró el reloj.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Felipe…Morán…mi ficha dice que tiene ansiedad, ¿Cierto? Le escucho. ¡Ah! Por favor, sea breve. Tengo veinte minutos antes de que vengan los de la mudanza. A punto estuve de no agendarle, pero lo escuché muy mal. En tres meses podré atender con tranquilidad, cuando arreglen algunas cosas de esta vieja casona…</div>
<div style="text-align: justify;">
—Tengo sueños recurrentes…</div>
<div style="text-align: justify;">
Algunos huevos se estrellaron en el ventanal. Las llantas chirriantes de un auto y risas escandalosas se perdieron en la noche.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Tonta noche de brujas —masculló el médico—. Saca lo peor de las personas, sus temores y frustraciones. Y con el disfraz, esos estúpidos se sienten valientes. Disculpe. Continúe.</div>
<div style="text-align: justify;">
El reloj de péndulo se hacía escuchar con un eco inquietante. El viento movía los árboles y emitía un silbido macabro. Una débil luz iluminaba el despacho; el pasillo se veía oscuro. </div>
<div style="text-align: justify;">
—Sueños recurrentes, eso. Siento unas manos que me ahorcan hasta desfallecer. Luego despierto lleno de angustia —Felipe narraba todo con voz entrecortada—. Mi mujer está harta de que la despierte abruptamente. Logro dormir unas dos horas y me voy al trabajo en calidad de muerto viviente. Es terrible. Mi jefe me ha amenazado con despedirme si no rindo en mis actividades.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Desde cuándo le sucede eso?</div>
<div style="text-align: justify;">
—Hace un año exactamente. Desde aquella noche de brujas en que el espectro de la carretera apareció frente a mi coche y me hizo estrellarme en un árbol. Estuve dos días inconsciente y, después, mi vida se convirtió en un desastre. Las pesadillas, la ansiedad. Voy en autobús al trabajo por temor a encontrarme de nuevo con ese terrible espíritu.</div>
<div style="text-align: justify;">
El Dr. Ramírez dejó de ver el reloj. Se concentró en las palabras del paciente. Se quitó las gafas, talló sus ojos y suspiró.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Kilómetro 90, ¿Cierto? A la altura del puente.</div>
<div style="text-align: justify;">
Felipe asistió con la cabeza, visiblemente sorprendido. El doctor se levantó y buscó en una caja la licorera y dos copas. Ofreció whisky a Felipe y él bebió de un trago la copa entera.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Quisiera decirle que tiene brotes psicóticos ocasionados por excesiva ansiedad, tal vez por presiones en el trabajo o en la pareja, ese tipo de cosas. Pero no puedo. Yo le creo, Felipe. Yo también vi al espectro frente a mí, así como le veo a usted ahora. La diferencia es que yo viré el coche con brusquedad y embestí a un auto que pasaba por el puente. El otro conductor murió. En mi declaración dije la verdad, pero me creyeron trastornado. Estuve con trabajos comunitarios durante tres años, y me enviaron a tratamiento psicológico —el médico echó una carcajada—. ¿No le parece gracioso? Ahora tampoco manejo. No puedo subirme a un coche sin sufrir ansiedad. Todos los días pido un taxi…por cierto, ¿En qué ha venido?</div>
<div style="text-align: justify;">
—En taxi. </div>
<div style="text-align: justify;">
Ambos rieron de forma estruendosa, haciendo catarsis de tan incómodo momento. Bebieron otra copa de whisky. El teléfono sonó. </div>
<div style="text-align: justify;">
—No puede ser, ustedes quedaron…sí, lo sé, pero por eso me quedé a esperarlos…ya, está bien. Mañana les abrirá el vigilante. Dejen todo limpio, por favor, que la constructora llega por la tarde a hacer las reparaciones. Buenas noches.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Todo bien? —preguntó Felipe al terminar su copa y negar la siguiente que le ofrecía el doctor.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Estos idiotas, que vendrán hasta mañana. En fin…lamento no poder ayudarle, Felipe. Pediré un taxi a la ciudad. Si gusta, puedo dejarlo en su casa.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Oiga, ¿Cómo que no puede ayudarme?</div>
<div style="text-align: justify;">
—Eso. Yo mismo no sé cómo librarme de mis pesadillas. El maldito espíritu me acosa todos los días, no puedo concentrarme, he perdido pacientes. Por eso cierro la clínica. Se va a remodelar para vender la propiedad. Yo me largo a una cabaña perdida en la selva, o a donde sea. Estoy harto. </div>
<div style="text-align: justify;">
El médico pidió un taxi por teléfono. Le dijeron que llegaba en diez minutos.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Vamos a la puerta, Felipe. No tenemos nada que hacer aquí.</div>
<div style="text-align: justify;">
Los dos se dirigieron a la reja principal. El viento helaba las mejillas. A lo lejos se vislumbraron los faros de un coche.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Y qué hace usted con las pesadillas? —cuestionó Felipe—. Yoga, pastillas…</div>
<div style="text-align: justify;">
—Nada funciona, estimado amigo. El espíritu se apodera de la voluntad. Es un alma atormentada por haber sido asesinado en aquel puente. Cualquier humano que le brinde luz atrae su atención. Entonces ese humano se queda en penumbra. El maldito se lleva la claridad, la tranquilidad...</div>
<div style="text-align: justify;">
El coche se aproximó a ellos, pero no era un taxi, sino los chicos disfrazados de antes. Pararon el motor y se quedaron en silencio. El doctor se acercó con cautela a la ventanilla del chofer. Una expresión de horror se apoderó de su rostro. Los cuatro chicos estaban muertos; las cuencas de los ojos vacías. </div>
<div style="text-align: justify;">
—Debemos largarnos de aquí, Felipe. ¡Ayúdeme a sacarlos del coche!</div>
<div style="text-align: justify;">
Aún desconcertado, Felipe hizo lo que el Dr. Ramírez le pidió. Entre los dos cargaron fuera del coche los cuerpos inertes de los chicos. Felipe tomó el asiento del conductor. El médico vomitó antes de subir. </div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Vámonos! ¡Vendrá por nosotros!</div>
<div style="text-align: justify;">
Felipe sintió que le sudaron las manos al tomar el volante. Giró la llave y encendió el motor. Solo pensaba en cruzar lo antes posible el puente y ser libre. </div>
<div style="text-align: justify;">
El espectro apareció frente a ellos. El taxi estaba volcado en el barranco. Felipe aceleró a fondo. El doctor abrió la puerta.</div>
<div style="text-align: justify;">
—No se detenga hasta llegar a casa, y olvide todo esto. Solo uno podrá liberarse…¡No se detenga! </div>
<div style="text-align: justify;">
El médico se aventó del auto en movimiento. El espectro lo absorbió de inmediato en medio de una nube de humo negro. Por el retrovisor, Felipe observó el puente cayendo hacia el vacío. Aceleró como un loco hasta que estuvo frente a su casa. Unos niños disfrazados le tocaron el vidrio, causando un sobresalto. </div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Dulce o truco! —le gritaron con inocencia mientras él recuperaba el aliento.</div>
<div style="text-align: justify;">
FIN.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
@lixysolhttp://www.blogger.com/profile/10670984092904743549noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-6082751516177103680.post-29903928110544627632019-07-28T13:26:00.000-07:002019-07-28T13:30:17.557-07:00Café con un extraño #MismoInicioDiferenteFinal<span style="color: #353535; font-family: "merriweather" , "times new roman" , "times" , serif;"><b><span style="background-color: #cfe2f3; font-size: large;">#relato #suspenso</span></b></span><br />
<em style="font-family: merriweather, "times new roman", times, serif;"><span style="background-color: #cfe2f3; color: #0b5394;">(Inicio de @MaruBV13)</span></em><br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: #cfe2f3;"><em style="font-family: merriweather, "times new roman", times, serif;"><span style="color: #0b5394;">Entré a aquel café distraída y con un paso rápido. Un hombre de cabello blanco que sostenía un café en una mano y un croissant en la otra, se detuvo para darme el paso.</span></em><em style="color: #353535; font-family: merriweather, "times new roman", times, serif;"> </em><span style="color: #353535; font-family: "merriweather" , "times new roman" , "times" , serif;">Esbozó una tímida sonrisa, guiñando uno de sus ojos verdes. Debí sonrojarme, porque sentí las mejillas encendidas. Era un tipo atractivo, cano prematuro, supuse, porque su cara aparentaba aún lozanía y vigor. Usaba una loción de notas amaderadas que me provocó cerrar los ojos un segundo para disfrutar del aroma. Vestía un traje oscuro, corbata y pañuelo a juego. </span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: #cfe2f3; color: #353535; font-family: "merriweather" , "times new roman" , "times" , serif;">Le devolví la sonrisa y seguí de largo hacia la barra con su mirada verde mar clavada en mi espalda. Me senté en un banco y pedí un café con doble carga y unas pastas de nuez. Frente a la humeante taza cerámica, retoqué mi maquillaje con el pretexto de mirar por el espejo hacia la mesa del fondo, y verificar —por algún motivo hasta ese momento desconocido— si el caballero seguía allí. Sentí un brinco en el estómago. Se había marchado sin hacer ruido y dejado el café a medias. Me pareció extraño porque no había escuchado la campanilla de la puerta al cerrar. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: #cfe2f3; color: #353535; font-family: "merriweather" , "times new roman" , "times" , serif;">La camarera llegó con mi desayuno. Guardé el espejo y bebí un sorbo de café. Mi mirada se centró en el reflejo que daba la cromada máquina cafetera. Fue entonces que mi mundo se estremeció. La taza de aquella mesa del fondo subía y bajaba en el aire. El croissant se sostenía estático e iba perdiendo bocados, hasta que desapareció. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: #cfe2f3; color: #353535; font-family: "merriweather" , "times new roman" , "times" , serif;">Mis ojos no daban crédito de lo que veían. Nadie en el restaurante parecía darse cuenta; seguían con su vida sin problema. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: #cfe2f3; color: #353535; font-family: "merriweather" , "times new roman" , "times" , serif;">La camarera me sorprendió con un café expreso de cortesía. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: #cfe2f3; color: #353535; font-family: "merriweather" , "times new roman" , "times" , serif;">—Se lo envía el caballero del traje negro —dijo con cierto enfado—. Y le dejo su cuenta. La cocina está cerrada. Y el restaurante lo estará en diez minutos. Le aviso porque...</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: #cfe2f3; color: #353535; font-family: "merriweather" , "times new roman" , "times" , serif;">—Claro. Están por cerrar —atiné a decir—. Puede parar la broma ya, señorita. En la mesa del fondo no hay nadie.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: #cfe2f3; color: #353535; font-family: "merriweather" , "times new roman" , "times" , serif;">—Pues yo veo perfectamente al caballero del traje azul ahí sentado, volteando hacia acá y elevando su taza de café a manera de brindis. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: #cfe2f3; color: #353535; font-family: "merriweather" , "times new roman" , "times" , serif;">Dudé de mi propio juicio. Giré la cabeza para encontrarme con que la camarera tenía razón. El caballero continuaba ahí sentado. Me sonrió con una seductora malicia. Me sentí fuera de sitio y corrí al baño para echarme agua fría en el rostro. Respiré hondo y volví a la mesa. El hombre se había marchado, ahora de verdad. Pagué la cuenta y salí a la calle buscando con la mirada a aquel misterioso comensal. Nunca volví a verlo pero, cada vez que entro a ese café, siento que alguien me observa.</span><br />
<span style="background-color: #cfe2f3; color: #353535; font-family: "merriweather" , "times new roman" , "times" , serif;">FIN.</span><br />
<span style="background-color: white; color: #353535; font-family: "merriweather" , "times new roman" , "times" , serif;"><br /></span></div>
@lixysolhttp://www.blogger.com/profile/10670984092904743549noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6082751516177103680.post-59456495887692910552019-06-23T14:31:00.000-07:002019-06-23T14:31:34.378-07:00#cuento #cienciaficción<span style="color: #990000; font-size: x-large;"><b>Libre albedrío</b></span><br />
<div style="text-align: justify;">
Laura despertó de golpe, agitada y febril. Se repuso en unos instantes, mientras intentaba reconocer aquel espacio diáfano. Era la sala de un hospital, y a su alrededor corrían de un lado a otro médicos y enfermeras intentando salvar sus dañados órganos. No se esmeren, dijo, que este cuerpo de noventa años se ha desgastado lo suficiente.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
De repente, Laura se encontró formada en una larga fila. Vaya, pensó, es cierto lo que dicen de llegar a las puertas del cielo. Porque espero que sea la fila del cielo, se rió para sus adentros.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Al llegar a la recepción, una amable angelita le dió la bienvenida mientras checaba algo en su ordenador.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Felicidades —dijo la joven con entusiasmo—. Tiene usted un expediente impecable. Pase por favor a la ventanilla de reencarnaciones. Y que siga usted haciendo el bien en la Tierra.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Pero yo no deseo volver —objetó Laura—. Yo solo quiero terminar con esto, desaparecer.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Las almas en la fila se miraron con confusión. La edecán se puso algo nerviosa. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Nunca me habían pedido una cancelación total —advirtió, sorprendida—. Para casos especiales como el suyo, pase a la dirección general.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Laura caminó por un largo pasillo alfombrado hasta un mostrador de cristal. Un amable querubín le dio un turno de atención. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Poco después, Laura fue llamada a entrar al despacho principal. Un portón de madera labrada se abrió lentamente para dejar ver una oficina amplia e iluminada. De espaldas, un hombre con cabello cano estaba sentado frente a la chimenea.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Así que deseas una cancelación total de vida... —enunció con voz clara y firme al tiempo que giraba el sillón de cuero—. Me preguntó por qué, teniendo el expediente más limpio que haya visto. Con tu récord, muchos me pedirían volver con sus seres queridos, o sus alas definitivas para quedarse conmigo en el paraíso...</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Laura se acercó al escritorio de caoba. Un olor a incienso inundaba el espacio, casi como un templo zen. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Primero dígame si estoy hablando con el jefe a cargo, el que toma las decisiones aquí.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Que yo sepa, nadie tiene más jerarquía que yo — afirmó el Señor—. Por favor, siéntate. Ahora, responde a mi duda.</div>
<div style="text-align: justify;">
—En está vida me esforcé en ser una buena esposa, tía y amiga. Decidí no tener hijos porque mi esposo viajaba mucho y no hubiera podido estar con nosotros. Fui muy feliz con él. Un hombre maravilloso que espero aún viva poco más. Fui buena vecina; ayudé a mis semejantes en lo que pude. Nunca tuve vicios ni traté mal a los animales. Pues bien, todo esto me hace una persona modelo, si usted no piensa lo contrario.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Para nada. Coincido contigo. Puedes tutearme, por cierto. No me hagas sentir viejo.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Perfecto. Volviendo a lo mío, ese expediente limpio me da el derecho de pedir lo que deseo para la eternidad. Es lo de menos, ¿No? Y yo pido desaparecer. No quiero otra vida terrenal. Tampoco una celestial. Solo quiero disolverme como humo, no tener consciencia de nada ni de nadie. No quiero quedarme en el cielo para ver sufrir y morir eternamente a mis sobrinos, la única familia que me queda.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Pero dentro de poco, tu esposo vendrá, y ya no estarás sola.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Yo ya me despedí de él, le he dicho lo que debía y perdonado lo que me haya hecho alguna vez. Estoy en paz. Ya no deseo verlo más. No comprendes, ¿Verdad? Quiero ser libre de toda atadura con el mundo terrenal.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El Señor se levantó de su butaca y fue hacia la ventana. La aurora brindaba un precioso espectáculo de colores. Se quedó unos minutos en silencio, pensando.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Tu esposo no fue el amor de tu vida, ¿Cierto? — tranquilamente—. Si lo hubiera sido, tendrías ganas de verlo de nuevo. Las heridas profundas de amor siempre desembocan en huída. Las personas ya no desean bajar a la Tierra por temor a sufrir por amor. </div>
<div style="text-align: justify;">
—Deberías respetarles ese deseo —advirtió Laura mientras se acercaba a la chimenea—. Hace frío aquí.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Solo tú lo sientes —explicó el Señor, volviendo a su silla—. Estás en coma. Tu cuerpo pierde calor rápidamente. Por otro lado, no puedo hacer lo que dices. Yo soy el que dirijo el destino de las personas, mi sabiduría me permite elegir lo mejor...</div>
<div style="text-align: justify;">
—Una cosa es la sabiduría, y otra, el autoritarismo.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Acaso me equivoqué al elegir a tu esposo? Fue un compañero excelente contigo. </div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Quieres decir que el libre albedrío es una falacia? ¿Al final se hace lo que tú dices?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El Señor sirvió dos tazas de café y le dio una a Laura, que temblaba de frío.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Te están resucitando y necesitas calor.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Laura bebió dos sorbos que le supieron a gloria, literalmente. La temperatura de su cuerpo subió. Aquel aroma de café tostado le trajo a la mente el restaurante en el que había conocido a Walter. Ella, con dieciocho años, iba a ese sitio todos los jueves para acompañar a su tía en sus tardes de amigas. Para no aburrirse, salía al balcón para dibujar paisajes. Walter, el joven camarero alemán que siempre las atendía, se esforzaba por hacer plática en un atropellado español. Con el tiempo, se hicieron amigos y, tiempo después, novios a escondidas. Laura se enamoró perdidamente del extranjero y creyó sus promesas de amor eterno. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El telón cayó un jueves, cuando Walter no estuvo en el restaurante. El gerente dijo que había regresado a Alemania con su esposa. Desde entonces, el corazón de Laura se había fracturado permanentemente. Nunca más pudo amar en plenitud a nadie, ni a su marido. En el fondo, aquel primer amor le había robado las ganas de querer sin medidas. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Dejó dicho lo de la esposa para que no lo siguieras, pero no era verdad—afirmó el Señor—. Te amaba mucho, pero se sentía inferior a ti. Pensó que nunca podría darte la vida que te merecías. En mi defensa diré que habrías atado tu existencia a un hombre inseguro y celoso, que probablemente te hubiera maltratado y humillado para cubrir su carencia emocional. Con el paso del tiempo, tu recuerdo lo hizo sentir tan culpable, que comenzó a beber sin parar. Después, ya maduro, se regeneró y puso un restaurante con tu nombre en Berlín. Nunca se casó o tuvo hijos. En el momento de morir, me pidió perdón por haberte dejado.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Laura sollozaba en silencio mientras escuchaba al Señor. A pesar de todo, nunca había dejado de desear volver a ver a Walter. Lo habría perdonado. Siempre.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Podría aceptar tu solicitud de cancelación definitiva ahora, y te convertiría en polvo de estrellas para polinizar otros mundos venideros, pero romperé mis propias reglas. Te diré que en tu siguiente vida, te volverás a encontrar con Walter. Ambos están listos para ello. La decisión es tuya. Te dejaré a solas un minuto. ¿Ves esos dos botones sobre el escritorio? El blanco es para reencarnar. El negro, para desaparecer. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El Señor salió del despacho mientras encendía su pipa. Laura se limpió las lágrimas, respiró hondo y se dejó llevar por su libre albedrío.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Fin.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
@lixysolhttp://www.blogger.com/profile/10670984092904743549noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6082751516177103680.post-48041975250950249572019-06-04T10:12:00.001-07:002019-06-04T10:23:23.962-07:00#Cuento #Suspenso #Drama<span style="color: #4c1130; font-size: x-large;"><b>El escape de las seis</b></span><br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Mariela cerró el archivero donde guardaba sus documentos de trabajo. Miró por segunda vez el reloj de pared, el cual le dio la esperanza que en breves instantes, la hora de salida sería una realidad. En aquella fría oficina de color verde musgo y muebles pasados de moda, las seis de la tarde marcaron el fin de la jornada. La chica se puso el abrigo, tomó su bolso y se dirigió a la salida del edificio, como otras decenas de oficinistas de rostros parcos e inexpresivos. El lago humano que inundó la salida se disolvió lentamente entre las puertas giratorias, desembocando ansioso en la avenida principal de la ciudad.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">La chica caminó tres cuadras, dobló a la izquierda y avanzó dos más. Cruzó la calle, entró a un modesto edificio, subió las escaleras hasta el tercer piso y entró a su apartamento. Dante, el gato amarillo que fungía como acompañante, le recibió apostado despreocupadamente en el sofá del salón. Eran las seis y doce minutos. Sonó el teléfono y la voz de su madre al otro lado del auricular la cuestionaba como siempre sobre cómo había ido el día, con quién había tomado el almuerzo, qué ropa llevaba puesta y si había cruzado palabra con alguien más en la oficina que no fuera Bertha, la secretaria del jefe. A pesar de vivir sola desde hacía tres años, Mariela parecía estar aún </span><span style="font-size: x-large;">demasiado conectada con los conflictos internos</span><span style="font-size: large;"> y enfermedades imaginarias de su madre, quien no vacilaba en mantenerla en vilo con la incertidumbre de que, con tantas afecciones, no tardaría en morir un día.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Luego de colgar el teléfono, la oficinista dio de comer al gato, sirvió un vaso con leche y fue a su habitación, dispuesta a descansar. En ese momento recordó a Bertha, quien le decía que dormía muy tarde por quedarse a charlar con sus amigos en redes sociales. Mariela nunca la tomaba en serio. Pensaba que aquello era inútil y frívolo o, mejor dicho, su madre era la que lo creía así.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Al día siguiente, Bertha la invitó a almorzar. En el camino al restaurante, la secretaria comentó que se encontrarían con una sorpresa al llegar. Mariela no recordaba la última vez que la habían asombrado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">En el restaurante, la camarera las llevó a la mesa de siempre. Unos segundos después, un hombre apuesto, de unos treinta y tantos años, vestido con un traje costoso y el pelo engominado, apareció frente a ellas. Se presentó como Daniel. Bertha lucía sonrojada y nerviosa. Lo saludó con la mano casi temblorosa y lo invitó a sentarse. Presentó a Mariela y pidió el menú del día para los tres.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">— Disculpa, pero serán cuatro —refirió el hombre a la camarera—. Un amigo viene a comer también... ¿te molesta? —cuestionó amablemente a Bertha, quien se limitó a negar con la cabeza—. Está bien, señorita, cuatro menús entonces, y también una botella de vino.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">— Yo no bebo —murmuró Mariela—. Pero ustedes…</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">— Tenemos que festejar que al fin conozco a Bertha luego de dos semanas de conocernos por internet —argumentó Daniel. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Bertha sonreía mecánicamente, totalmente inhibida ante la seguridad que proyectaba Daniel. Antes que la camarera regresara con los menús, el agregado apareció frente a la mesa.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">— Pablo, por fin—dijo Daniel, indicando al visitante el asiento vacío en la mesa—. Te presento a Bertha, y ella es su amiga…</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">— Mariela —balbuceó la chica un tanto nerviosa, estrechando brevemente su mano entre la del recién llegado—. Mucho gusto.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Pablo vestía un traje oscuro de línea fina y corbata de seda. El cabello rubio perfectamente peinado, la loción exquisita, los ojos claros…todo en él fue como una poesía que dejó perpleja a la tímida chica. La comida transcurrió de forma agradable para unos, incómoda para los otros. Daniel no dejaba de mirar a Mariela y de rozarle la rodilla por debajo de la mesa. Pablo intentaba hacer conversación, pero no podía dejar de observar el escote de Bertha. La secretaria se moría por captar la atención de Daniel, mas su esfuerzo fue infructuoso. Mariela separaba cada vez con menos ganas la pierna derecha para no ser rozada con la de Daniel, pero sin dejar la mirada sobre Pablo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">La camarera sirvió el vino. Daniel propuso un fingido brindis por conocer a Bertha. Las miradas de los comensales se cruzaron de un lado a otro como líneas de luz atravesando el líquido rojizo de las copas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Cinco minutos antes de las tres, el grupo se despedía frente al edificio de oficinas. Daniel colocó disimuladamente su tarjeta personal en el bolso de la chaqueta que llevaba puesta Mariela al tiempo de darle el beso de despedida en la mejilla. Pablo susurró al oído de Bertha que deseaba verla de nuevo, mientras ella intentaba besar en la boca a Daniel como señal de despedida, pero él se giró un poco para evitar el contacto. Mariela se petrificó al tocar de nuevo la mano de Pablo, limitándose sólo a sonreír.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Bertha no mostró ninguna reacción durante la tarde pero, cuando coincidió con Mariela en el baño de la oficina, no pudo evitar expresar su inconformidad ante la aparente inclinación de Daniel por ella.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">— ¿Qué te pareció mi novio? —preguntó sarcásticamente al tiempo de pintarse los labios de color rojo—. ¿No es encantador?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">— Claro, pero…no sabía que ya eran novios —contestó Mariela, un tanto sorprendida—. Lo conoces hace muy poco…</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">— ¿Y eso qué? Somos el uno para el otro. De eso estoy segura. Por cierto, me da gusto que hayas tenido química con Pablo —comentó la secretaria en tono serio—. Quién sabe, tal vez habrá una boda doble dentro de poco.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Mariela </span><span style="font-size: x-large;">rompió en una sincera carcajada</span><span style="font-size: large;">, como hacía mucho no mostraba. No solía reír en voz alta, pero aquel comentario le produjo mucha ironía. En el fondo, sabía que nadie como Daniel o Pablo se fijaría en ella.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Poco antes de las seis, Mariela observó el reloj, guardó sus cosas en el archivero, esperó la hora, salió del edificio despidiéndose de Bertha y se fundió entre la ola de oficinistas para luego cruzar las puertas giratorias, caminar tres cuadras sobre la avenida, doblar a la izquierda, avanzar dos más. Cruzó la calle, entró a su edificio, subió las escaleras hasta el tercer piso y encontró a Dante apostado en el sofá del salón. Eran las seis y doce minutos. Sonó el teléfono y la voz de su madre al otro lado del auricular se diluyó en la imagen que tenía grabada con los ojos de Pablo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">En esta ocasión, pensó, tenía algo diferente qué contar a su madre, pero decidió que guardaría el secreto. Por fin había algo interesante en su vida. Se acercó al espejo del salón mientras escuchaba las mismas frases de siempre, soltó su cabellera rizada y sonrió. Casi no se reconocía, pero se sintió renovada. Luego de colgar el teléfono, dio de comer al gato, sirvió un vaso con leche y fue a su habitación, dispuesta a dormir. En ese momento recordó a Bertha, quien le decía que dormía muy tarde por quedarse a charlar con sus amigos en redes sociales. Entonces buscó en el clóset el regalo que se había ganado en la rifa que su jefe realizaba en Navidad. Despojó la caja de los sellos y sacó un flamante portátil rojo. Lo encendió, conectó a internet y se sentó cómodamente en su cama. Creó un perfil en la misma red social en la que estaba inscrita Bertha, buscó a Pablo y envió una solicitud de amistad mientras los nervios casi la traicionaban. Para su sorpresa, minutos después, fue Daniel quien le envió un ofrecimiento de amistad. Pablo nunca contestó. Mariela aceptó la solicitud y observó al hombre sonriendo en la pequeña foto del perfil, con un brillante punto verde al lado. Al primer “Hola”, siguieron horas de risas y coqueteos. El reloj de pared </span><span style="font-size: x-large;">insistía en mostrar lo tarde que era</span><span style="font-size: large;">, pero Mariela lo ignoró. Pasadas las dos de la mañana, la charla terminó con la promesa de una cita.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Al día siguiente, Bertha comentó que Daniel no había estado disponible en internet para hablar como siempre lo hacían. Se mostró preocupada ya que tampoco atendía el teléfono móvil y en su oficina decían que estaría fuera todo el día en una reunión de negocios. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Minutos antes de las seis, Mariela ya estaba lista, con sus cosas guardadas en el archivero, sentada al filo de la silla, nerviosa y emocionada a la vez. Bertha la veía de reojo desde su escritorio. A las seis en punto, la chica salió casi corriendo de la oficina.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Por primera vez, Mariela sintió que el mar de oficinistas era mayor que de costumbre. Los segundos le parecieron días mientras cruzaba el vestíbulo y llegaba a las puertas giratorias. La calle la recibió con una excitación citadina que le pareció grandiosa. Los edificios, los autos, la gente inundando las aceras, todo fluía en perfecta armonía con los latidos crecientes de su corazón. Mientras caminaba las tres cuadras sobre la avenida, se soltó el cabello, roció su cuello con perfume, puso brillo en sus labios. Respiró hondo antes de doblar a la izquierda, ya que tenía miedo que aquél sueño fuera irreal, pero los </span><span style="font-size: x-large;">temores infundados</span><span style="font-size: large;"> desaparecieron al ver a Daniel recargado en la puerta de su auto rojo, justo donde habían quedado. Él la recibió con una sonrisa y un tímido beso en la mejilla. Subieron al auto sin decir palabra. Eran las seis y doce minutos. En el apartamento de Mariela, la contestadora atendió las llamadas. Dante se quedó dormido en el sofá del salón, sabiendo que la merienda llegaría más tarde.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Sin que Daniel lo sospechara, Pablo había decidido acercarse a Bertha, por lo que en ese instante llegaba a la puerta del edificio de oficinas con un gran ramo de flores. Ella se sorprendió, pero no se negó a recibirlas. Intuyendo que algo iba mal, le pidió al conquistador que la llevara a dar una vuelta en su auto. Él aceptó y recorrieron algunas calles cercanas. Bertha no escuchaba lo que su acompañante le decía; sólo observaba a su alrededor. Fue cuando un semáforo se puso en alto que, a través del cristal de un restaurante italiano, vio a Mariela y Daniel sonriendo animadamente. El semáforo cambió a verde. Pablo avanzó el coche. En un impulso, Bertha giró el volante y apretó el acelerador sobre el pie del conductor. El auto se clavó como una saeta en el muro del restaurante, explotando el ventanal en mil añicos. Decenas de cubiertos, vasos y floreros volaron por todas partes. Pablo quedó inconsciente, con el rostro hundido en la bolsa de aire. Bertha logró salir del coche solo para darse cuenta que no sólo había sido el ventanal lo que estaba roto, sino también una amistad. No pronunció palabra, ni siquiera cuando la policía la apresó mientras observaba a Mariela y Daniel inmóviles sobre el piso.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Un mes después, el reloj de la oficina marcó las seis. Mariela guardó sus cosas en el archivero mientras la imagen del escritorio vacío de Bertha le producía tristeza al saberla en problemas por tener que pagar los daños del accidente. Sin embargo, lo afortunado era que Pablo saldría del hospital en unos días y tenía ánimos para nuevos proyectos, ya sin la idea de conquistar a quien le había hecho tanto daño. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Mariela fue hacia la salida, caminando lentamente entre las personas. Al cruzar la puerta, vio a Daniel recargado en el auto rojo. Se alegró de ver que estaba mejor de salud. Subieron al coche para dirigirse al apartamento, donde Dante esperaba en el sofá del salón. Eran las seis y doce minutos. El teléfono sonó como siempre. La contestadora atendió la llamada, ya que el abrazo en el que se fundían Mariela y Daniel parecía no terminar.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
</div>
@lixysolhttp://www.blogger.com/profile/10670984092904743549noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6082751516177103680.post-24110948485500934012019-05-07T19:22:00.000-07:002019-05-07T19:28:41.677-07:00#relato #terror #LesTodes #RetoBurdick<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: x-large;"><b>La silla maldita</b></span><br />
<div>
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: x-large;"><b><br /></b></span></div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;">Los marqueses LeBlanc habían intentado concebir un heredero durante dos años sin lograrlo. Desesperados, acudieron con una hechicera que vivía en lo más alejado de la montaña. El elegante carruaje dorado avanzó sobre las intrincadas veredas bajo la pálida luz de la luna. El camino terminó abruptamente. El lacayo detuvo el coche e inspeccionó el terreno. Una figura oscura y lánguida apareció entre la maleza. No se le veía el rostro bajo la capucha negra que portaba.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;">—Dile a tus señores que me sigan. No tenemos mucho tiempo —indicó con su voz tipluda, y adelantó el camino.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;">Los marqueses entraron a la casucha de piedra y palma. El interior estaba medio iluminado con algunos velones de cera. Sin preámbulos, la mujer entregó a la marquesa una botella que contenía un líquido azul.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;">—La luna se verá roja a la medianoche —advirtió—. Deberás beber está pócima y seguir intentando concebir por seis días. Al séptimo, tu vientre se quedará preñado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;">—Muchos de mis conocidos han venido a verte —dijo el marqués, entregando a la vieja una bolsita de cuero con monedas de oro—. Si lo que prometes es cierto, te doblaré la paga.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;">—Cuando tengas a tu séptimo hijo, nos volveremos a ver, y aceptaré tu oferta.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;">Los marqueses dieron media vuelta para irse. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;">—Una cosa más — rumió la bruja—. Por cada hijo que tengan, deberán construir una silla labrada. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;">Aquella petición extrañó a la pareja, pero no hicieron más preguntas. Acataron los deseos de la hechicera al pie de la letra.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;">Fue así que la marquesa quedó embarazada al séptimo día luego del eclipse. Un niño bello nació meses después entre la algarabía del pueblo. El marqués cumplió su promesa y mandó construir una fina silla de caoba, la cual fue colocada en el salón de recepciones.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;">Sin embargo, una nube de tragedia se posó sobre el palacio. El primogénito murió sin explicación médica a los siete días de nacido. El dolor de la marquesa se convirtió en dicha cuando quedó encinta por segunda vez, pero la historia se repitió. El pequeño falleció al séptimo día, y su silla colocada en el salón. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;">La vorágine de muertes no se detuvo. Otros cuatro hijos más sufrieron la misma suerte. Seis sillas de caoba vacías adornaban la escalinata de los herederos invisibles. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;">Cuando el séptimo hijo vino al mundo, los marqueses estaban temerosos de perderlo como a los demás pero, para su beneplácito, nada ocurrió al séptimo día de vida, ni al octavo ni al noveno. El niño parecía sano y feliz. La noche en que el marqués colocó la silla en el salón, regresó a ver a la bruja con la segunda bolsa de oro entre las manos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;">—Un trato es un trato, y lo has cumplido bien — dijo la mujer en tono burlón—. Seis almas puras me has regalado a cambio de una...y dos bolsas de oro. No está mal. Ahora viviré seis siglos más. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;">Una carcajada siniestra inundó la cabaña. El marqués emprendió la retirada con un sentimiento extraño de traición dentro del cuerpo. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;">—Por cierto —advirtió la bruja—. No se te ocurra deshacerte de las sillas vacías, o te quitaré a tu único hijo. En esas sillas viven las almas de aquellos niños que perdiste, y que me dan fuerza y vida. No los ves, pero ahí están. Disculpa los inconvenientes.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;">El marqués abordó su carruaje y volvió al palacio, mientras por su rostro corrían seis lágrimas amargas y tristes.</span><br />
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiaK4i9W58-hbwkVjlF5pY_ByIuRQfOSND3QFrngViSyKOJJeyJdlNfEWNMGJS0W8SXvub2eXkGCKobDIbm2UlHHLuMbUstQPpLWhSLce2AaemRk7hun2Xo2qnAxAsC1zlcv9hvxi0u6YqG/s1600/IMG_20190507_212531_214.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="475" data-original-width="390" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiaK4i9W58-hbwkVjlF5pY_ByIuRQfOSND3QFrngViSyKOJJeyJdlNfEWNMGJS0W8SXvub2eXkGCKobDIbm2UlHHLuMbUstQPpLWhSLce2AaemRk7hun2Xo2qnAxAsC1zlcv9hvxi0u6YqG/s400/IMG_20190507_212531_214.JPG" width="327" /></a></div>
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;"><br /></span></div>
<div>
<span style="font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: large;"><br /></span></div>
</div>
@lixysolhttp://www.blogger.com/profile/10670984092904743549noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6082751516177103680.post-33314214386354130252019-04-28T11:18:00.002-07:002019-04-28T11:18:13.701-07:00#poesía<span style="font-size: large;"><b>Amor intrépido</b></span><br />
<br />
Y, de repente,<br />
aparece el amor<br />
en forma insospechada,<br />
camuflada, mágica.<br />
En corazones lejanos,<br />
bombeados con sangre de sueños.<br />
Son tu familia<br />
porque se lo han ganado.<br />
Te aman sin condición<br />
ni presión social.<br />
Ese amor está entre palabras,<br />
exorciza la levedad,<br />
te da pertenencia.<br />
Nunca esperes hallarlo<br />
en lo cotidiano.<br />
Lo encontrarás allí<br />
donde te atreves<br />
a desvelar el misterio<br />
de lo desconocido.<br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: left;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgNKSA5bZsrHxlueKHY1Tb1Y9k8ic48N6sezwgddlzStjrMwjn0jNllaxrNuJu21ZglvjBKe7-ywQxc7CsoXXeqDz8hlr8kDDc1ro8XBSLAPAoAUycLcEeWeSkPABpV19doB9-C4BlcQTUD/s1600/images.jpeg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="288" data-original-width="512" height="225" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgNKSA5bZsrHxlueKHY1Tb1Y9k8ic48N6sezwgddlzStjrMwjn0jNllaxrNuJu21ZglvjBKe7-ywQxc7CsoXXeqDz8hlr8kDDc1ro8XBSLAPAoAUycLcEeWeSkPABpV19doB9-C4BlcQTUD/s400/images.jpeg" width="400" /></a></div>
<br />@lixysolhttp://www.blogger.com/profile/10670984092904743549noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6082751516177103680.post-22575821860572335202019-04-27T14:56:00.000-07:002019-04-27T14:56:01.586-07:00#TallerLetrasyErroresCompartidos<span style="font-size: large;"><b>Ejercicio 1</b></span><br />
<span style="font-size: large;"><b>#AventuraNarrativa1000</b></span><br />
<br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><b>Reseña: </b><span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">Una profesora sordomuda se enfrenta a la poca
empatía y tolerancia de las personas hacia su discapacidad.</span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<b><span style="font-size: large;">Título: Ágil como gacela</span></b></div>
<div style="text-align: justify;">
<b><span style="font-size: large;">Relato:</span></b></div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-US" style="line-height: 150%;"><span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;"><span style="font-size: 12pt;">La alarma del despertador vibra a las siete
en punto. Minerva deja la cama de un salto y va directo a la ducha. Mientras
está bajo el chorro del agua tibia, repasa los pendientes del día. Cierra por
un momento los ojos. Está nerviosa. Piensa que no es un lunes cualquiera. Toma
aire y aguanta la respiración, como si estuviera dentro del mar. Se repite como
un mantra que </span><span style="font-size: x-large;">todo saldrá bien</span><span style="font-size: 12pt;">. Cierra la regadera, sale del baño. Se arregla
en tiempo récord y lamenta no haber alcanzado a prepararse un café. Toma el
bolso, el abrigo, la sombrilla y sale de casa, preguntándose cómo serán sus
nuevos alumnos. Mientras intenta tomar un taxi libre, repasa si no olvidó nada.
Por fin, un auto la atiende. El tráfico es pesado a esta hora, pero logra
llegar a tiempo a la escuela. Se presenta con la directora y de inmediato la
canalizan a su nuevo segundo hogar. <o:p></o:p></span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-US" style="font-size: 12pt; line-height: 150%;"><span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;"><br /></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-US" style="line-height: 150%;"><span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;"><span style="font-size: 12pt;">Es un aula amplia y luminosa, con un mueble
lleno de material didáctico, mesitas y sillitas de colores. Sin más, recibe a una
decena de pequeños que rasan los siete años y que le devuelven el saludo con
lenguaje a señas. Minerva recuerda su etapa escolar siendo una niña sordomuda. La
imagen de su madre apoyándola la hace sonreír. </span><span style="font-size: x-large;">Se siente feliz</span><span style="font-size: 12pt;"> por ser
profesora y tener la oportunidad de cambiar el destino de esos niños. Les
explica que harán un ejercicio para conocerse. Con sus pequeñas manos, todos
indican la letra inicial de su nombre de pila. La maestra intenta memorizar la
mayoría de rasgos de cada uno, ya que eso le da herramientas para nombrarlos. Se
enfrenta a un problema. Hay dos niñas cuyos nombres comienzan con A. Les dice
que, como un juego, las llamará con la A y alguna seña particular. Ana tiene los
ojos grandes y azules, por lo que su seña será A y Azul. Andrea sonríe todo el
tiempo, así que su seña será A y Sonrisa. Las niñas sonríen complacidas. Esos
rostros felices llenan el corazón de Minerva.<o:p></o:p></span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-US" style="font-size: 12pt; line-height: 150%;"><span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;"><br /></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-US" style="font-size: 12pt; line-height: 150%;"><span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">La mañana pasa ágil como gacela en la
llanura. Es hora de almorzar. El sistema de luces de la escuela enciende el
color verde en la lámpara de todas las aulas para anunciar el receso. Minerva y
sus alumnos salen al patio de juegos. Los pequeños toman rápidamente el lugar
que más les apetece: las mesas de pícnic, el césped o la cancha de basquetbol.
Las profesoras se reúnen en un comedor de madera con sombrilla. Todas son
sordomudas, a excepción de la directora, que tiene hipoacusia leve.
Tácitamente, las mujeres bajan el volumen de sus aparatos para evitar golpes auditivos
violentos en el exterior. Comparten el almuerzo y conversan sobre el festival
de primavera. Todos los grupos deben preparar un número artístico. Minerva se
emociona al pensar que montará un pasaje del Mago de Oz. <o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-US" style="font-size: 12pt; line-height: 150%;"><span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">La jornada de actividades termina. Los niños
vuelven a casa y Minerva también. Lalo, su novio, le envía un mensaje de texto
recordándole que es noche de cine clásico. Quedan de verse a la taquilla a las
ocho de la noche.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-US" style="font-size: 12pt; line-height: 150%;"><span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;"><br /></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-US" style="line-height: 150%;"><span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;"><span style="font-size: 12pt;">Minerva entra a su casa con el día a cuestas.
Deja sus cosas en el sofá y se alegra de que el primer día de colegio no haya
sido tan difícil. En su mente aparece Lalo. Decide que esa noche, por fin,
accederá a casarse con él. Tal vez no sea tan malo </span><span style="font-size: x-large;">tener a alguien </span>que la
reciba después del trabajo<span style="font-size: 12pt;">, piensa, mientras cierra los ojos y se queda
dormida.<o:p></o:p></span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-US" style="font-size: 12pt; line-height: 150%;"><span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;"><br /></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-US" style="font-size: 12pt; line-height: 150%;"><span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">El instinto la despierta. Son las siete y
media de la tarde. Se levanta de un tirón y arregla un poco su maquillaje. Toma
el bolso y sale a la calle. Camina algunas cuadras para llegar al cine. Observa
que Lalo ya está esperándola, con una sonrisa y los boletos en mano. Está muy
enamorada de él. Viene a su mente el día en que lo conoció haciendo fila para
comprar entradas de una saga de fantasía. Mientras lo abraza fuertemente, se
siente afortunada por estar con un hombre amable y cariñoso. Entiende lo
difícil que le es, a veces, adaptarse a
tener una novia sordomuda.<o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-US" style="font-size: 12pt; line-height: 150%;"><span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;"><br /></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-US" style="font-size: 12pt; line-height: 150%;"><span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">Ya en la sala de cine, Minerva sonríe al ver aparecer
el inicio de El Mago de Oz. Piensa que es una señal para montar el número
escolar con ese tema. En la escena donde Dorothy canta <i>Somewhere over the rainbow</i>, los ojos de la profesora se llenan de
lágrimas. Inevitablemente recuerda a su mamá, cantándole en señas esa canción,
justo antes de dormir. Los subtítulos le ayudan a seguir la letra. Con los
dedos tamborilea el ritmo sobre la butaca próxima. Las personas de la misma
fila voltean a verla de reojo, extrañadas. Minerva ni siquiera las percibe. Su
cabeza está llena de ideas lindas. <o:p></o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-US" style="font-size: 12pt; line-height: 150%;"><span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;"><br /></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-US" style="line-height: 150%;"><span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;"><span style="font-size: 12pt;">Al terminar la película, Minerva y Lalo
caminan por la calle. Eso es lo que le cuesta
más trabajo, piensa ella, mantener el contacto visual mientras avanzan. Cree
que la vida tiene mucho de parecido con la historia de El Mago de Oz. Por mucha
fantasía, siempre hay problemas en el camino. No acaba de procesar ese
pensamiento, cuando se da cuenta de un tipo, que desde la otra acera, se burla
de mirarla hablar con lengua de señas. </span><span style="font-size: x-large;">Lo de siempre, piensa</span><span style="font-size: 12pt;">. Intenta no darle
importancia, pero el semblante de Lalo le preocupa. Lo ve realmente molesto.<o:p></o:p></span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-US" style="font-size: 12pt; line-height: 150%;"><span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;"><br /></span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
</div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-US" style="font-size: 12pt; line-height: 150%;"><span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">La luz cambia roja. Minerva pone atención en el
conteo luminoso del semáforo para calcular el tiempo. Algo la distrae. El burlón
empuja el hombro de Lalo al cruzar la calle. Lalo se detiene y le solicita una
disculpa, pero el otro tira el primer golpe. A diez segundos de cambiar la luz
del semáforo, ambos están trenzados sobre el pavimento, echan puñetazos. Se
acerca un oficial de policía y los obliga a parar. Minerva sigue su camino,
contrariada; Lalo detrás, cabizbajo. La magia se pierde a cada momento. Minerva
se pregunta si podrá recuperarla con facilidad.<o:p></o:p></span></span></div>
<span style="font-size: large;"><b><br /></b></span>
<div style="text-align: center;">
<span style="font-size: large;"><b>Fin</b></span></div>
@lixysolhttp://www.blogger.com/profile/10670984092904743549noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6082751516177103680.post-85290132264819542162019-04-16T17:56:00.000-07:002019-04-16T17:57:28.579-07:00#poesía <span style="font-size: x-large;"><b>Viaje</b></span><br />
<div>
<br /></div>
<div>
Tu orografía se me revela</div>
<div>
como una tierra prometida</div>
<div>
detrás del horizonte.</div>
<div>
<br /></div>
<div>
Mis pies cansados se abrasan</div>
<div>
con la arena ardiente,</div>
<div>
y mis labios resecos</div>
<div>
anhelan un poco de humedad...</div>
<div>
<br /></div>
<div>
De pronto, a lo lejos,</div>
<div>
entre ondas de calor y desvelo</div>
<div>
apareces con los brazos abiertos,</div>
<div>
como una metáfora ensoñada...</div>
<div>
<br /></div>
<div>
Me miras.</div>
<div>
Tus ojos se entrecierran.</div>
<div>
Me besas.</div>
<div>
Mi alma vuelve de su delirio.</div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjAKeCK43hbN9mbkZt6zl8WwLM4TaryCo3oHSFLBWjdZexHCKjii2xBCeUTZ_lprSzHwnR-eQ6qAUc6E7xhMc-OAXjbVFQ6mE91MHI9e_z8-1hW_gSAH3p6z4Ydjnvdvj-P402HKp_JHsEi/s1600/56097d76d01f7_desert-790640_640.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="382" data-original-width="634" height="240" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjAKeCK43hbN9mbkZt6zl8WwLM4TaryCo3oHSFLBWjdZexHCKjii2xBCeUTZ_lprSzHwnR-eQ6qAUc6E7xhMc-OAXjbVFQ6mE91MHI9e_z8-1hW_gSAH3p6z4Ydjnvdvj-P402HKp_JHsEi/s400/56097d76d01f7_desert-790640_640.jpg" width="400" /></a></div>
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<br /></div>
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