#AventuraNarrativa1000
Reseña: Una profesora sordomuda se enfrenta a la poca
empatía y tolerancia de las personas hacia su discapacidad.
Título: Ágil como gacela
Relato:
La alarma del despertador vibra a las siete
en punto. Minerva deja la cama de un salto y va directo a la ducha. Mientras
está bajo el chorro del agua tibia, repasa los pendientes del día. Cierra por
un momento los ojos. Está nerviosa. Piensa que no es un lunes cualquiera. Toma
aire y aguanta la respiración, como si estuviera dentro del mar. Se repite como
un mantra que todo saldrá bien. Cierra la regadera, sale del baño. Se arregla
en tiempo récord y lamenta no haber alcanzado a prepararse un café. Toma el
bolso, el abrigo, la sombrilla y sale de casa, preguntándose cómo serán sus
nuevos alumnos. Mientras intenta tomar un taxi libre, repasa si no olvidó nada.
Por fin, un auto la atiende. El tráfico es pesado a esta hora, pero logra
llegar a tiempo a la escuela. Se presenta con la directora y de inmediato la
canalizan a su nuevo segundo hogar.
Es un aula amplia y luminosa, con un mueble
lleno de material didáctico, mesitas y sillitas de colores. Sin más, recibe a una
decena de pequeños que rasan los siete años y que le devuelven el saludo con
lenguaje a señas. Minerva recuerda su etapa escolar siendo una niña sordomuda. La
imagen de su madre apoyándola la hace sonreír. Se siente feliz por ser
profesora y tener la oportunidad de cambiar el destino de esos niños. Les
explica que harán un ejercicio para conocerse. Con sus pequeñas manos, todos
indican la letra inicial de su nombre de pila. La maestra intenta memorizar la
mayoría de rasgos de cada uno, ya que eso le da herramientas para nombrarlos. Se
enfrenta a un problema. Hay dos niñas cuyos nombres comienzan con A. Les dice
que, como un juego, las llamará con la A y alguna seña particular. Ana tiene los
ojos grandes y azules, por lo que su seña será A y Azul. Andrea sonríe todo el
tiempo, así que su seña será A y Sonrisa. Las niñas sonríen complacidas. Esos
rostros felices llenan el corazón de Minerva.
La mañana pasa ágil como gacela en la
llanura. Es hora de almorzar. El sistema de luces de la escuela enciende el
color verde en la lámpara de todas las aulas para anunciar el receso. Minerva y
sus alumnos salen al patio de juegos. Los pequeños toman rápidamente el lugar
que más les apetece: las mesas de pícnic, el césped o la cancha de basquetbol.
Las profesoras se reúnen en un comedor de madera con sombrilla. Todas son
sordomudas, a excepción de la directora, que tiene hipoacusia leve.
Tácitamente, las mujeres bajan el volumen de sus aparatos para evitar golpes auditivos
violentos en el exterior. Comparten el almuerzo y conversan sobre el festival
de primavera. Todos los grupos deben preparar un número artístico. Minerva se
emociona al pensar que montará un pasaje del Mago de Oz.
La jornada de actividades termina. Los niños
vuelven a casa y Minerva también. Lalo, su novio, le envía un mensaje de texto
recordándole que es noche de cine clásico. Quedan de verse a la taquilla a las
ocho de la noche.
Minerva entra a su casa con el día a cuestas.
Deja sus cosas en el sofá y se alegra de que el primer día de colegio no haya
sido tan difícil. En su mente aparece Lalo. Decide que esa noche, por fin,
accederá a casarse con él. Tal vez no sea tan malo tener a alguien que la
reciba después del trabajo, piensa, mientras cierra los ojos y se queda
dormida.
El instinto la despierta. Son las siete y
media de la tarde. Se levanta de un tirón y arregla un poco su maquillaje. Toma
el bolso y sale a la calle. Camina algunas cuadras para llegar al cine. Observa
que Lalo ya está esperándola, con una sonrisa y los boletos en mano. Está muy
enamorada de él. Viene a su mente el día en que lo conoció haciendo fila para
comprar entradas de una saga de fantasía. Mientras lo abraza fuertemente, se
siente afortunada por estar con un hombre amable y cariñoso. Entiende lo
difícil que le es, a veces, adaptarse a
tener una novia sordomuda.
Ya en la sala de cine, Minerva sonríe al ver aparecer
el inicio de El Mago de Oz. Piensa que es una señal para montar el número
escolar con ese tema. En la escena donde Dorothy canta Somewhere over the rainbow, los ojos de la profesora se llenan de
lágrimas. Inevitablemente recuerda a su mamá, cantándole en señas esa canción,
justo antes de dormir. Los subtítulos le ayudan a seguir la letra. Con los
dedos tamborilea el ritmo sobre la butaca próxima. Las personas de la misma
fila voltean a verla de reojo, extrañadas. Minerva ni siquiera las percibe. Su
cabeza está llena de ideas lindas.
Al terminar la película, Minerva y Lalo
caminan por la calle. Eso es lo que le cuesta
más trabajo, piensa ella, mantener el contacto visual mientras avanzan. Cree
que la vida tiene mucho de parecido con la historia de El Mago de Oz. Por mucha
fantasía, siempre hay problemas en el camino. No acaba de procesar ese
pensamiento, cuando se da cuenta de un tipo, que desde la otra acera, se burla
de mirarla hablar con lengua de señas. Lo de siempre, piensa. Intenta no darle
importancia, pero el semblante de Lalo le preocupa. Lo ve realmente molesto.
La luz cambia roja. Minerva pone atención en el
conteo luminoso del semáforo para calcular el tiempo. Algo la distrae. El burlón
empuja el hombro de Lalo al cruzar la calle. Lalo se detiene y le solicita una
disculpa, pero el otro tira el primer golpe. A diez segundos de cambiar la luz
del semáforo, ambos están trenzados sobre el pavimento, echan puñetazos. Se
acerca un oficial de policía y los obliga a parar. Minerva sigue su camino,
contrariada; Lalo detrás, cabizbajo. La magia se pierde a cada momento. Minerva
se pregunta si podrá recuperarla con facilidad.
Fin