sábado, 27 de abril de 2019

#TallerLetrasyErroresCompartidos

Ejercicio 1
#AventuraNarrativa1000

Reseña: Una profesora sordomuda se enfrenta a la poca empatía y tolerancia de las personas hacia su discapacidad.
Título: Ágil como gacela
Relato:

La alarma del despertador vibra a las siete en punto. Minerva deja la cama de un salto y va directo a la ducha. Mientras está bajo el chorro del agua tibia, repasa los pendientes del día. Cierra por un momento los ojos. Está nerviosa. Piensa que no es un lunes cualquiera. Toma aire y aguanta la respiración, como si estuviera dentro del mar. Se repite como un mantra que todo saldrá bien. Cierra la regadera, sale del baño. Se arregla en tiempo récord y lamenta no haber alcanzado a prepararse un café. Toma el bolso, el abrigo, la sombrilla y sale de casa, preguntándose cómo serán sus nuevos alumnos. Mientras intenta tomar un taxi libre, repasa si no olvidó nada. Por fin, un auto la atiende. El tráfico es pesado a esta hora, pero logra llegar a tiempo a la escuela. Se presenta con la directora y de inmediato la canalizan a su nuevo segundo hogar.

Es un aula amplia y luminosa, con un mueble lleno de material didáctico, mesitas y sillitas de colores. Sin más, recibe a una decena de pequeños que rasan los siete años y que le devuelven el saludo con lenguaje a señas. Minerva recuerda su etapa escolar siendo una niña sordomuda. La imagen de su madre apoyándola la hace sonreír. Se siente feliz por ser profesora y tener la oportunidad de cambiar el destino de esos niños. Les explica que harán un ejercicio para conocerse. Con sus pequeñas manos, todos indican la letra inicial de su nombre de pila. La maestra intenta memorizar la mayoría de rasgos de cada uno, ya que eso le da herramientas para nombrarlos. Se enfrenta a un problema. Hay dos niñas cuyos nombres comienzan con A. Les dice que, como un juego, las llamará con la A y alguna seña particular. Ana tiene los ojos grandes y azules, por lo que su seña será A y Azul. Andrea sonríe todo el tiempo, así que su seña será A y Sonrisa. Las niñas sonríen complacidas. Esos rostros felices llenan el corazón de Minerva.

La mañana pasa ágil como gacela en la llanura. Es hora de almorzar. El sistema de luces de la escuela enciende el color verde en la lámpara de todas las aulas para anunciar el receso. Minerva y sus alumnos salen al patio de juegos. Los pequeños toman rápidamente el lugar que más les apetece: las mesas de pícnic, el césped o la cancha de basquetbol. Las profesoras se reúnen en un comedor de madera con sombrilla. Todas son sordomudas, a excepción de la directora, que tiene hipoacusia leve. Tácitamente, las mujeres bajan el volumen de sus aparatos para evitar golpes auditivos violentos en el exterior. Comparten el almuerzo y conversan sobre el festival de primavera. Todos los grupos deben preparar un número artístico. Minerva se emociona al pensar que montará un pasaje del Mago de Oz.
La jornada de actividades termina. Los niños vuelven a casa y Minerva también. Lalo, su novio, le envía un mensaje de texto recordándole que es noche de cine clásico. Quedan de verse a la taquilla a las ocho de la noche.

Minerva entra a su casa con el día a cuestas. Deja sus cosas en el sofá y se alegra de que el primer día de colegio no haya sido tan difícil. En su mente aparece Lalo. Decide que esa noche, por fin, accederá a casarse con él. Tal vez no sea tan malo tener a alguien que la reciba después del trabajo, piensa, mientras cierra los ojos y se queda dormida.

El instinto la despierta. Son las siete y media de la tarde. Se levanta de un tirón y arregla un poco su maquillaje. Toma el bolso y sale a la calle. Camina algunas cuadras para llegar al cine. Observa que Lalo ya está esperándola, con una sonrisa y los boletos en mano. Está muy enamorada de él. Viene a su mente el día en que lo conoció haciendo fila para comprar entradas de una saga de fantasía. Mientras lo abraza fuertemente, se siente afortunada por estar con un hombre amable y cariñoso. Entiende lo difícil que le es, a veces, adaptarse a  tener una novia sordomuda.

Ya en la sala de cine, Minerva sonríe al ver aparecer el inicio de El Mago de Oz. Piensa que es una señal para montar el número escolar con ese tema. En la escena donde Dorothy canta Somewhere over the rainbow, los ojos de la profesora se llenan de lágrimas. Inevitablemente recuerda a su mamá, cantándole en señas esa canción, justo antes de dormir. Los subtítulos le ayudan a seguir la letra. Con los dedos tamborilea el ritmo sobre la butaca próxima. Las personas de la misma fila voltean a verla de reojo, extrañadas. Minerva ni siquiera las percibe. Su cabeza está llena de ideas lindas.

Al terminar la película, Minerva y Lalo caminan por la calle. Eso es lo que  le cuesta más trabajo, piensa ella, mantener el contacto visual mientras avanzan. Cree que la vida tiene mucho de parecido con la historia de El Mago de Oz. Por mucha fantasía, siempre hay problemas en el camino. No acaba de procesar ese pensamiento, cuando se da cuenta de un tipo, que desde la otra acera, se burla de mirarla hablar con lengua de señas. Lo de siempre, piensa. Intenta no darle importancia, pero el semblante de Lalo le preocupa. Lo ve realmente molesto.

La luz cambia roja. Minerva pone atención en el conteo luminoso del semáforo para calcular el tiempo. Algo la distrae. El burlón empuja el hombro de Lalo al cruzar la calle. Lalo se detiene y le solicita una disculpa, pero el otro tira el primer golpe. A diez segundos de cambiar la luz del semáforo, ambos están trenzados sobre el pavimento, echan puñetazos. Se acerca un oficial de policía y los obliga a parar. Minerva sigue su camino, contrariada; Lalo detrás, cabizbajo. La magia se pierde a cada momento. Minerva se pregunta si podrá recuperarla con facilidad.

Fin