domingo, 28 de julio de 2019

Café con un extraño #MismoInicioDiferenteFinal

#relato #suspenso
(Inicio de @MaruBV13)
Entré a aquel café distraída y con un paso rápido. Un hombre de cabello blanco que sostenía un café en una mano y un croissant en la otra, se detuvo para darme el paso. Esbozó una tímida sonrisa, guiñando uno de sus ojos verdes. Debí sonrojarme, porque sentí las mejillas encendidas. Era un tipo atractivo, cano prematuro, supuse, porque su cara aparentaba aún lozanía y vigor. Usaba una loción de notas amaderadas que me provocó cerrar los ojos un segundo para disfrutar del aroma. Vestía un traje oscuro, corbata y pañuelo a juego. 
Le devolví la sonrisa y seguí de largo hacia la barra con su mirada verde mar clavada en mi espalda. Me senté en un banco y pedí un café con doble carga y unas pastas de nuez. Frente a la humeante taza cerámica, retoqué mi maquillaje con el pretexto de mirar por el espejo hacia la mesa del fondo, y verificar —por algún motivo hasta ese momento desconocido— si el caballero seguía allí. Sentí un brinco en el estómago. Se había marchado sin hacer ruido y dejado el café a medias. Me pareció extraño porque no había escuchado la campanilla de la puerta al cerrar. 
La camarera llegó con mi desayuno. Guardé el espejo y bebí un sorbo de café. Mi mirada se centró en el reflejo que daba la cromada máquina cafetera. Fue entonces que mi mundo se estremeció. La taza de aquella mesa del fondo subía y bajaba en el aire. El croissant se sostenía estático e iba perdiendo bocados, hasta que desapareció. 
Mis ojos no daban crédito de lo que veían. Nadie en el restaurante parecía darse cuenta; seguían con su vida sin problema. 
La camarera me sorprendió con un café expreso de cortesía. 
—Se lo envía el caballero del traje negro —dijo con cierto enfado—. Y le dejo su cuenta. La cocina está cerrada. Y el restaurante lo estará en diez minutos. Le aviso porque...
—Claro. Están por cerrar —atiné a decir—. Puede parar la broma ya, señorita. En la mesa del fondo no hay nadie.
—Pues yo veo perfectamente al caballero del traje azul ahí sentado, volteando hacia acá y elevando su taza de café a manera de brindis. 
Dudé de mi propio juicio. Giré la cabeza para encontrarme con que la camarera tenía razón. El caballero continuaba ahí sentado. Me sonrió con una seductora malicia. Me sentí fuera de sitio y corrí al baño para echarme agua fría en el rostro. Respiré hondo y volví a la mesa. El hombre se había marchado, ahora de verdad. Pagué la cuenta y salí a la calle buscando con la mirada a aquel misterioso comensal. Nunca volví a verlo pero, cada vez que entro a ese café, siento que alguien me observa.
FIN.