sábado, 12 de octubre de 2019

#MismoInicioDiferenteFinal #relato #terror

El puente de las pesadillas
Relato inspirado en el reto #MismoInicioDiferenteFinal de @MaruBV13

Felipe siempre había sentido que le faltaba algo y muchas noches se había sentido legítimamente mal. Su vida había sido siempre sencilla. Tenía una familia amorosa, una esposa que lo amaba, una hermosa casa y un buen empleo. Sin embargo, ese hueco que sentía en medio del pecho, cada vez era más frecuente y le producía una inmensa nostalgia por algo que no sabía qué era. Preocupado y en absoluto secreto, acudió a ver a un psiquiatra. Tal vez necesitaba ayuda profesional. El doctor Ramírez era un psiquiatra de renombre, especialista decían, en casos poco comunes. Tuvo suerte en conseguir una cita y al llegar al consultorio justo antes de que cerraran durante largo tiempo por remodelación. La asistente lo hizo pasar a un despacho lleno de cajas selladas.
—Usted disculpe —dijo con timidez—. En cualquier momento llegan los de la mudanza y todo es un caos. Su cita es la última. Siéntese, ahí viene el doctor. Me retiro o no hallaré transporte de regreso a la ciudad. Esta finca está en la orilla del mundo y, con la noche de brujas, hay muchos jóvenes que andan molestando a los lugareños con sus horribles disfraces. Tenga cuidado cuando salga. Buenas noches.
De inmediato entró el Dr. Ramírez al despacho. Dejó la puerta abierta; se notaba apurado. Miró el reloj.
—Felipe…Morán…mi ficha dice que tiene ansiedad, ¿Cierto? Le escucho. ¡Ah! Por favor, sea breve. Tengo veinte minutos antes de que vengan los de la mudanza. A punto estuve de no agendarle, pero lo escuché muy mal. En tres meses podré atender con tranquilidad, cuando arreglen algunas cosas de esta vieja casona…
—Tengo sueños recurrentes…
Algunos huevos se estrellaron en el ventanal. Las llantas chirriantes de un auto y risas escandalosas se perdieron en la noche.
—Tonta noche de brujas —masculló el médico—. Saca lo peor de las personas, sus temores y frustraciones. Y con el disfraz, esos estúpidos se sienten valientes. Disculpe. Continúe.
El reloj de péndulo se hacía escuchar con un eco inquietante. El viento movía los árboles y emitía un silbido macabro. Una débil luz iluminaba el despacho; el pasillo se veía oscuro. 
—Sueños recurrentes, eso. Siento unas manos que me ahorcan hasta desfallecer. Luego despierto lleno de angustia —Felipe narraba todo con voz entrecortada—. Mi mujer está harta de que la despierte abruptamente. Logro dormir unas dos horas y me voy al trabajo en calidad de muerto viviente. Es terrible. Mi jefe me ha amenazado con despedirme si no rindo en mis actividades.
—¿Desde cuándo le sucede eso?
—Hace un año exactamente. Desde aquella noche de brujas en que el espectro de la carretera apareció frente a mi coche y me hizo estrellarme en un árbol. Estuve dos días inconsciente y, después, mi vida se convirtió en un desastre. Las pesadillas, la ansiedad. Voy en autobús al trabajo por temor a encontrarme de nuevo con ese terrible espíritu.
El Dr. Ramírez dejó de ver el reloj. Se concentró en las palabras del paciente. Se quitó las gafas, talló sus ojos y suspiró.
—Kilómetro 90, ¿Cierto? A la altura del puente.
Felipe asistió con la cabeza, visiblemente sorprendido. El doctor se levantó y buscó en una caja la licorera y dos copas. Ofreció whisky a Felipe y él bebió de un trago la copa entera.
—Quisiera decirle que tiene brotes psicóticos ocasionados por excesiva ansiedad, tal vez por presiones en el trabajo o en la pareja, ese tipo de cosas. Pero no puedo. Yo le creo, Felipe. Yo también vi al espectro frente a mí, así como le veo a usted ahora. La diferencia es que yo viré el coche con brusquedad y embestí a un auto que pasaba por el puente. El otro conductor murió. En mi declaración dije la verdad, pero me creyeron trastornado. Estuve con trabajos comunitarios durante tres años, y me enviaron a tratamiento psicológico —el médico echó una carcajada—. ¿No le parece gracioso? Ahora tampoco manejo. No puedo subirme a un coche sin sufrir ansiedad. Todos los días pido un taxi…por cierto, ¿En qué ha venido?
—En taxi. 
Ambos rieron de forma estruendosa, haciendo catarsis de tan incómodo momento. Bebieron otra copa de whisky. El teléfono sonó. 
—No puede ser, ustedes quedaron…sí, lo sé, pero por eso me quedé a esperarlos…ya, está bien. Mañana les abrirá el vigilante. Dejen todo limpio, por favor, que la constructora llega por la tarde a hacer las reparaciones. Buenas noches.
—¿Todo bien? —preguntó Felipe al terminar su copa y negar la siguiente que le ofrecía el doctor.
—Estos idiotas, que vendrán hasta mañana. En fin…lamento no poder ayudarle, Felipe. Pediré un taxi a la ciudad. Si gusta, puedo dejarlo en su casa.
—Oiga, ¿Cómo que no puede ayudarme?
—Eso. Yo mismo no sé cómo librarme de mis pesadillas. El maldito espíritu me acosa todos los días, no puedo concentrarme, he perdido pacientes. Por eso cierro la clínica. Se va a remodelar para vender la propiedad. Yo me largo a una cabaña perdida en la selva, o a donde sea. Estoy harto. 
El médico pidió un taxi por teléfono. Le dijeron que llegaba en diez minutos.
—Vamos a la puerta, Felipe. No tenemos nada que hacer aquí.
Los dos se dirigieron a la reja principal. El viento helaba las mejillas. A lo lejos se vislumbraron los faros de un coche.
—¿Y qué hace usted con las pesadillas? —cuestionó Felipe—. Yoga, pastillas…
—Nada funciona, estimado amigo. El espíritu se apodera de la voluntad. Es un alma atormentada por haber sido asesinado en aquel puente. Cualquier humano que le brinde luz atrae su atención. Entonces ese humano se queda en penumbra. El maldito se lleva la claridad, la tranquilidad...
El coche se aproximó a ellos, pero no era un taxi, sino los chicos disfrazados de antes. Pararon el motor y se quedaron en silencio. El doctor se acercó con cautela a la ventanilla del chofer. Una expresión de horror se apoderó de su rostro. Los cuatro chicos estaban muertos; las cuencas de los ojos vacías. 
—Debemos largarnos de aquí, Felipe. ¡Ayúdeme a sacarlos del coche!
Aún desconcertado, Felipe hizo lo que el Dr. Ramírez le pidió. Entre los dos cargaron fuera del coche los cuerpos inertes de los chicos. Felipe tomó el asiento del conductor. El médico vomitó antes de subir. 
—¡Vámonos! ¡Vendrá por nosotros!
Felipe sintió que le sudaron las manos al tomar el volante. Giró la llave y encendió el motor. Solo pensaba en cruzar lo antes posible el puente y ser libre. 
El espectro apareció frente a ellos. El taxi estaba volcado en el barranco. Felipe aceleró a fondo. El doctor abrió la puerta.
—No se detenga hasta llegar a casa, y olvide todo esto. Solo uno podrá liberarse…¡No se detenga! 
El médico se aventó del auto en movimiento. El espectro lo absorbió de inmediato en medio de una nube de humo negro. Por el retrovisor, Felipe observó el puente cayendo hacia el vacío. Aceleró como un loco hasta que estuvo frente a su casa. Unos niños disfrazados le tocaron el vidrio, causando un sobresalto. 
—¡Dulce o truco! —le gritaron con inocencia mientras él recuperaba el aliento.
FIN.

1 comentario:

  1. ¡Ah! Por favor, sea breve. Tengo veinte minutos antes de que vengan los de la mudanza.

    No te preocupes los de las mudanzas siempre llegamos tarde XDD

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